Los misterios del Castillo de los Mouros: entre templarios, tesoros y alquimistas

«Quítate la gorra, chaval, si no quieres que arriba se te vuele», me decía un buen hombre con su acento propio de Centroamérica. No era para menos. Un viento endiablado, de los que en más de una ocasión te hacen echarte al suelo, nos recibía en el inexpugnable Castillo de los Mouros, en el techo de Sintra. Allí, los pocos presentes que estábamos en el enclave de leyenda a minutos de que cerrara apurábamos como fuera antes de que la noche nos dejara vendidos en un lugar de tortuoso acceso. A más de 1.500 metros de altura, el horizonte portugués nos hacía presagiar la cercanía del Atlántico. Mientras, abajo, una de las ciudades más misteriosas y legendarias nos vigilaba muy de cerca, pendiente seguro de que mantuviéramos a buen recaudo todos los secretos y enigmas que esconde la imponente fortaleza. Un auténtico baluarte defensivo que data del dominio árabe, pero en el que ha habido presencia humana desde tiempos inmemoriales. Así lo atestiguan los restos que se conservan en la adyacente iglesia de San Pedro de Canaferrim, uno de los templos más antiguos de Portugal. Quizá eso bien lo supieron los Templarios, quienes escogían celosamente aquellos emplazamientos en los que iban a ubicarse. Orden del Temple que a saber hasta qué tiempo se mantuvo en el país luso con otros nombres, con diferentes atuendos, pero con la misma meta. Por lo menos, es lo que se desprende de las leyendas e historias que aún se cuentan en la Sierra de Sintra. En ese acervo de relatos inmortales, el Castillo de los Mouros tiene algo que decirnos…

Castillo de los Mouros, en la Sierra de Sintra

El Monte de la Luna, un espacio sagrado en el que se encuentra el castillo

En primer lugar, el Castillo de los Mouros se asienta sobre una elevación que se ve desde todos los puntos de Sintra y alrededores. Una montaña llena de vegetación y de piedra granítica que los lugareños llaman de una forma que nos pone sobre la pista de su pasado: la denominan el «Monte de la Luna«. Un nombre que no es casualidad. La creencia popular señala que ahí arriba, donde actualmente se encuentran las suntuosas murallas de la fortaleza medieval, hace milenios se ubicaba un espacio sagrado. Allí, en la cota más alta, lo ignoto y lo numinoso harían gala de su aparición y, por tanto, era este y no otro el lugar donde la manifestación divina se hacía notar. Se habla de la presencia de un recinto en el que se adoraba a una deidad femenina. Una divinidad que se asociaba a la Luna y que protegía a toda la sierra de cualquier inclemencia. La vigía a la que había que rendir culto.

Castillo de los Mouros de noche, auspiciado entre la niebla por la Luna

Eso bien lo sabían los romanos, fundadores a su vez de Sintra. Tal es así que decidieron crear un Templo de la Luna que hizo que el enclave comenzara a ser conocido como el Mons Lunae. En él, la diosa lunar ya tenía un espacio en el que entrar en contacto con el común de los mortales. Comunicación que se llevaría a cabo siempre y cuando la veneración y la devoción fuera proporcional a los privilegios sobrenaturales que ella podría otorgar. Es por ello que, de igual modo que la ciudad portuguesa hoy es un gran atractivo turístico, es más que probable que en tiempos romanos el Monte de la Luna fuera un punto de peregrinaje en la zona. De hecho, esas peregrinaciones pudieron ser de tal magnitud que Claudio Ptolomeo denomina a esta cadena montañosa como la «Sierra de la Luna«, pues era el espacio donde la diosa atendía de forma misteriosa las peticiones de unos seres humanos que se veían superados por lo desconocido. A día de hoy, aquel templo lunar fue inmortalizado para la posteridad en la toponimia. Asimismo quedó refrendado en las excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo en el lugar, donde múltiples restos que se conservan en la iglesia de San Pedro de Canaferrim demuestran que lo alto del Monte de la Luna ha sido relevante desde tiempos inmemoriales.

Interior de la iglesia de San Pedro de Canaferrim donde se conservan restos hallados en el Monte de la Luna

El Castillo de los Mouros y los tesoros escondidos

Quizá son esos restos que han ido aflorando paulatinamente en el Castillo de los Mouros los que han alimentado diversas leyendas e historias que todavía se cuentan en Sintra. Relatos que hablan de botines y tesoros escondidos en algún punto del Monte de la Luna. Así lo recoge, por lo menos, el botánico suizo Charles Fréderic de Merveilleux cuando en 1723 visita estas tierras portuguesas. Este naturalista que trabajaba al servicio de Francia, cuando hace referencia a la fortaleza que se levanta en la ciudad, comenta lo siguiente:

La ridícula superstición de los portugueses de que hay tesoros escondidos y espíritus que los custodian ha impedido que se realicen excavaciones en estos lugares. Cuando se lo cuentan fingen no tener miedo en absoluto, pero en cuanto invitan a un vecino de Sintra a adentrarse solo en algún subterráneo, ni el más valiente se atreve, aunque le ofrecieran el reino de Portugal entero. Supongo que el conde de Assumar, virrey de Minas, y el marqués de Alegrete irían allí si pudieran hacerlo sin escándalo. Porque en este país todo es misterio, hechicería y magia.

Referencias aparte al conde de Assumar, Pedro Miguel de Almeida Portugal y Vasconcelos, la leyenda sobre tesoros escondidos en el Castillo de los Mouros todavía está presente en Sintra. Según esta tradición, la cisterna árabe que todavía conserva el conjunto defensivo sería la entrada a unas dependencias secretas. Una estancia subterránea en la que estaría enterrado un rey musulmán dentro de un sarcófago de bronce y plata junto a sus más preciadas riquezas. Sin embargo, esta sala estaría custodiada celosamente por una horda de djinns, los genios malignos de la tradición islámica. Sobre esta leyenda, el filósofo y fundador de la Comunidad Teúrgica, Vítor Manuel Adriao, va más allá. Asegura que la entrada principal a esta «cámara del tesoro» se encontraría oculta en alguno de los muros interiores del castillo y que habría que descender 44 escalones hasta un «anfiteatro» de considerable tamaño en el subsuelo del enclave. En él habría un pequeño lago de cinco metros de ancho por más de seis metros de largo.

Aljibes dentro del Castillos de los Mouros

Se desconoce en qué se basa Adriao para tales afirmaciones, pero revela que el agua de ese lago es la custodia natural de la tumba de un «rey sabio» que también está protegido por demonios. Junto al enterramiento, de acuerdo a este filósofo, habría una especie de altar cuadrangular de granito con grabados en árabe que hablan del «Allah Ha Berith» o «Realización de Dios». Todo ello construido por el hijo de un valí de Sintra del siglo IX. Dicho sepulcro tendría solo adorno de una media luna sobre una flor de lis y los restos escondidos allí son los de un sabio llamado Soleiman («Salomón» en árabe). Esta hipótesis del fundador de la Comunidad Teúrgica añade más incógnitas a un asunto que, romanticismos aparte, aún se cuenta entre los vecinos: el de un tesoro misterioso por descubrir en el Castillo de los Mouros. De hecho, el famoso poeta y dramaturgo portugués Gil Vicente en su Triunfo del Invierno (1521) hace referencia a esta historia que lleva siglos coleando:

(Sobre Sintra) Tengo muchos tesoros que se le podrían dar, pero estaban encantados. De ellos, desde tiempos de los moros. De ellos, de los antepasados. Un hijo de reyes pasados, de los gentiles portugueses. Tengo mucho guardado por mil años y tres meses, por un mago encantado. Y este tiene un jardín del Paraíso Terrenal, que Salomao («Salomón») envió aquí a un rey de Portugal y su hijo lo tiene aquí.

La cisterna árabe del Castillo de los Mouros se encuentra en buen estado de conservación y ha sido adecuada para ser visitable. También existen dos aljibes en el patio de armas que permitían extraer y ventilar el agua del punto esencial de abastecimiento del lugar. Tiene 18 metros de largo, seis metros de ancho por nueve de alto, así como una bóveda que llama mucho la atención. De origen árabe, pero reconstruido a causa del terremoto de Lisboa de 1755, evoca el enigma de esos tesoros que Gil Vicente, Merveilleux y tantos otros han dado cuenta respecto a la fortaleza de Sintra.

Cisterna árabe del Castillo de los Mouros

Los subterráneos que recorren el castillo de Sintra

Quién sabe si el tesoro del sabio Salomón tiene algo que ver con el que levantase el templo de Jerusalén. Tampoco si ese botín custodiado por djinns haría alusión a los múltiples objetos de poder que se custodiaban en aquel enclave sagrado. No obstante, sí hay constancia de relatos sobre un entramado de túneles subterráneos que recorren Sintra y que tienen como protagonista, cómo no, al Castillo de los Mouros. Pasadizos secretos que han abonado el campo de leyendas que germina en el municipio luso. De hecho, no hay sintrense que no haya escuchado la mágica historia de la «cueva encantada de Zaida» y que transporta a esos momentos en los que la plaza es disputada por musulmanes y cristianos.

La historia dice que los subterráneos del Castillo de los Mouros eran utilizados por los musulmanes como mazmorras. Allí se encontrarían los prisioneros cristianos, encerrados en condiciones infrahumanas hasta que finalmente perdían la vida. Según la leyenda, uno de los encarcelados era un guerrero cristiano que había sido apresado en una de las constantes batallas que se estaban produciendo en todo Portugal. El prestigio de este noble caballero era tal que sus correligionarios estaban apenados. Pero más triste que ellos estaba Zaida, la hija del gobernador musulmán de Sintra. La joven estaba prendada de aquel combatiente cristiano cuya vida se extinguía en las cárceles subterráneas de la fortaleza. Así hasta que un día la chica tomó cartas en el asunto. En plena noche, aprovechando las sombras y la niebla que oculta al Monte de la Luna, la muchacha cogió las llaves de los calabozos y se dispuso a liberar a aquel guerrero quien no dudó en pedir a Zaida que huyera lejos con él. Ella, consciente de que era un amor imposible, rechazaría tal propuesta, aunque le pidió que nunca se olvidara de ella. Ambos se infundieron en una romántica despedida, pero la tragedia se iba a sumir sobre ellos.

Con el tiempo, el caballero cristiano decidió enrolarse en las filas de los Templarios, la mítica orden que, como veremos más adelante, está estrechamente ligada al Castillo de los Mouros. Así pues, junto a un pequeño ejército de 20 guerreros de la Orden del Temple y, apoyados por la Virgen según la leyenda, consiguieron tomar el conjunto defensivo. Sin embargo, mientras la joven Zaida contemplaba atónita el asalto desde una de las torres, ante sus ojos vio cómo el audaz joven iba a perder la vida. Este había sido alcanzado por una de las flechas y yacía moribundo en los agrestes terrenos que rodean a la fortaleza. Zaida, sin ningún tipo de resquemor, decidió en ese momento romper su cerco de seguridad y acudir a pie de batalla para socorrer a aquel muchacho al que amaba. Pudo llegar hasta donde estaba el moribundo zagal y sacando fuerzas de flaqueza, la chica musulmana consiguió sacarlo del encarnizado combate. Tras ello, arrastró al cristiano hasta una cueva cercana que comunicaría con el castillo. Pero de nuevo la desgracia caería sobre la prohibida pareja: cuando sale a por agua para curar a su amado, el fuego cruzado de flechas alcanzó a la muchacha. Finalmente, esta conseguiría ir reptando hasta la caverna para morir en el pecho junto a aquel caballero templario. Actualmente a esa cavidad se la conoce como la Cueva da Moura y los más mayores aseguran que algunas noches se pueden escuchar los lamentos del fantasma de Zaida, que de vez en cuando se dejaría ver ataviada con ropajes blancos y un cántaro de agua que derrama hacia la nada.

Supuesta cueva de Zaida junto al Castillo de los Mouros

La leyenda de la cueva encantada de Zaida o Cueva da Moura, romantizada y pasada por el tamiz de la literatura hasta la saciedad, tiene elementos importantes. ¿Dónde están esos subterráneos que los musulmanes usaban de calabozos? ¿Qué sería esa cavidad que hoy encontraríamos cerca de la entrada del castillo? Son preguntas sin respuesta. Aunque lo que los documentos históricos no alcanzan a recoger sí lo hace la memoria popular. Un viejo recuerdo que cuenta que existiría un pasadizo justo a la altura de la torre albarrana y que comunicaría el emplazamiento con el paraje de Río do Mouro, donde actualmente existe un núcleo de viviendas y una estación de tren. Sería, por tanto, un presunto túnel de unos ocho kilómetros en línea recta que serviría de vía de escape ante un eventual asedio de la plaza. Un pasaje subterráneo que los musulmanes que estaban en el Castillo de los Mouros utilizaron para huir mientras que el rey Alfonso Henriques celebraba la toma del enclave en la superficie. Esta leyenda la corrobora en 1839 el vizconde de Juromenha en su Memoria descriptiva da Villa de Sintra, Colares e seus arredores, donde recopila esta historia que no acaba de morir:

Yendo hacia la primera torre, había una entrada de cinco palmos y medio de diámetro, por el cual dicen que pasaba un camino subterráneo que iba al Río do Mouro (…) y a la derecha se veía el cartel de una puerta por donde dicen que estaba dicha entrada.

Hay quien dice que ha conseguido descubrir ese túnel. Por ejemplo, un espeleólogo llamado Augusto Morgado aseguró en 1972 haber dado con ese pasaje subterráneo y que llegaría hasta Colaride. El propio Morgado, según declaró en su día, habría recorrido ese entramado de galerías que discurriría no solo por debajo del Castillo de los Mouros, sino también bajo las casas y palacios de Sintra. Para él, habrían sido construidos para escapar de la villa. Precisamente en Colaride (no muy lejos de Río do Mouro) se halla una cueva que es llamada por los lugareños la «Gruta dos Mouros«. Se trata de una red de galerías con cuatro pozos de 12, siete, seis y cuatro metros de profundidad respectivamente. Hay quien dice que este enclave, en realidad, fue una necrópolis romana, como así demuestran los restos arqueológicos encontrados en sus alrededores. A pesar de ello, se desconoce si la cueva de Colaride es la salida (o la entrada, según se mire) de ese túnel que llevaría hasta el castillo de Sintra. Solamente está claro que historias similares han surcado libremente por el inconsciente colectivo sintrense desde hace siglos. Incluso el ya mencionado Merveilleux afirmó que había visitado el mundo subterráneo de la villa, donde se topó con piedras preciosas y objetos que nadie más ha conseguido ver desde entonces.

Cueva de Colaride que estaría relacionada con los túneles del castillo de Sintra

Los Templarios hacen de las suyas en el Castillo de los Mouros

Porque efectivamente, bajo los pies de los turistas que se agolpan diariamente en Sintra, transcurre una trama de túneles subterráneos que unen diversos puntos de la villa, incluido edificios públicos y viviendas privadas. Sin embargo, cuando Augusto Morgado aseveró haberlos recorrido, señaló a los posibles artífices de este mundo invisible. Para él no había dudas: los Templarios los habían construido para esconder allí todo tipo de tesoros. Se tiene constancia que la Orden del Temple rigió los destinos de Sintra desde el primer momento en que Alfonso Henriques se hace con el lugar en favor de los cristianos. Cuando el rey portugués funda el municipio sintrense y le otorga el Fuero de Sintra en 1154, deja en manos de esta orden de monjes-guerreros la «jurisdicción política, económica, militar y religiosa» del lugar. Dona para ello terrenos que estarán a nombre de Gualdim Pais, el mítico gran maestre templario que habría participado en la toma de la fortaleza. De esta manera tendrán sus propiedades en lo que hoy es el Palacio Nacional, el Café París y la iglesia de San Martinho. Y como no iba a ser de otra forma, el Castillo de los Mouros también estará entre las posesiones templarias. Pertenencias que presuntamente estarían unidas por esos túneles que muy pocos han podido transitar. Es en estos años cuando la iglesia de San Pedro de Canaferrim comienza a levantarse prácticamente anexa al recinto defensivo, custodiada en todo momento por esos caballeros que tantos ríos de tinta han hecho correr. Porque como refiere Adriao, cuando el primer rey del país vecino toma Sintra, «unos caballeros del manto blanco en el que tenían grabada la cruz roja de Cristo se dirigieron al imponente y misterioso castillo».

El fundador de la Comunidad Teúrgica sostiene que los Templarios en Sintra mantenían un «rito andrógino o lunisolar», donde los enclaves altos y bajos eran parte fundamental. Argumenta que en la villa en sí mantenían un culto a San Miguel, que lo vincula con el Sol y con las ruinas de San Miguel de Odrinhas. Y por otro lado, en lo alto del Monte de la Luna, los monjes-guerreros profesaban una adoración a Santa María, similar a una expresión lunar y que remontaría a tiempos precristianos, en clara alusión a la importancia sagrada que habría tenido el paraje donde se levanta la fortaleza. Es así que para Vítor Manuel Adriao la presencia del Temple en el Castillo de los Mouros obedece a esta tesitura. Incluso a día de hoy, en una de sus murallas se puede contemplar semienterrada una cruz templaria labrada. Cruz patada que es símbolo sine qua non e inequívoco que estuvieron en este lugar.

Cruz templaria semienterrada en el Castillo de los Mouros (Vítor Manuel Adriao)

Aun así, como ya se ha comentado de forma superficial cuando se ha expuesto la leyenda de Zaida, la toma del Castillo de los Mouros está envuelta en un halo de leyenda. Esta dice que Alfonso Henriques mandó a un escueto grupo conformado por una veintena de Templarios para tan exigente misión. Esta pequeña avanzadilla estaría comandada por el mencionado Gualdim Pais y debían corroborar durante la noche que no existiera ningún movimiento extraño en la fortaleza para poder acometer su invasión. Evidentemente el puesto defensivo estaba atestado de vigías musulmanes, por lo que los guerreros cristianos eran conscientes de sus pocas posibilidades de salir indemnes de aquella operación si eran descubiertos. Sin embargo, cuando se hallaban en Colares preparando alguna estrategia, una ayuda que no esperaban hizo acto de presencia. La Virgen se apareció ante ellos cargada de un mensaje que insufló moral y optimismo a esos 20 caballeros de la cruz patada: «No tengáis miedo porque son veinte, pero son mil; y son mil porque son veinte».

Não tenhais medo, porque ides vinte, mas ides mil; mil ides porque ides vinte

El mensaje de la Virgen armó de valor al grupo de Templarios, que no dudaron esa misma noche en adentrarse en el Castillo de los Mouros. Mientras los centinelas islámicos dormían, no solo no hicieron la labor de reconocimiento, sino que se lanzaron a tomar el emplazamiento en un ataque sorpresa. Una ofensiva relámpago en la que Gualdim Pais y compañía salieron victoriosos. Hecho legendario que allanaría el camino hacia la victoria final cristiana en Lisboa por parte de Alfonso Henriques. Es así que tras hacerse con el castillo de Sintra, la aparición mariana fue considerada como un milagro que había que conmemorar. Así se hizo, con el levantamiento de la capilla de Nuestra Señora de Milides en la misma ubicación del presunto encuentro sobrenatural, actualmente en una propiedad privada. Milides en honor a esos «mil ides» o mil hombres que en realidad serían 20. Esta es la vertiente popular que se cuenta sobre la Orden del Temple en la fortaleza sintrense. Aunque los documentos y las referencias están ahí, disponibles para aquel que quiera seguir el rastro de los míticos caballeros templarios por esta villa portuguesa.

El Castillo de los Mouros es un enclave legendario del Temple en Sintra

Sufismo y mística árabe en el Castillo de los Mouros

Por otro lado, es bien sabido que la senda legendaria discurre por otros derroteros diferentes a los que surca la historiografía. Esto es necesario puntualizarlo por un hecho no menos curioso que tuvo lugar durante la toma de Sintra y su castillo por parte de las huestes de Henriques. Lejos de haber sido una conquista feroz y ardua, no hay constancia de que se derramara sangre durante la toma del emplazamiento. Un detalle que puede tener que ver con ese halo de magia y heterodoxia que, de vez en cuando, cubre a la Orden del Temple. Hay una variante sobre la huida de los musulmanes por ese túnel subterráneo que desembocaría en Río do Mouro que tendría a los Templarios como principales artífices. Habrían sido ellos los que habrían permitido que escaparan por el subsuelo mientras el rey portugués celebraba la victoria. Todo ello porque no serían musulmanes cualquiera. Se estaría hablando de individuos vinculados a esa corriente mística y de conocimiento espiritual que bien pudo interesar a los monjes-guerreros cristianos. Aquellos hombres que se encontrarían en el interior del castillo no serían soldados ni militares, sino murides, esto es, maestros sufíes.

El sufismo siempre se ha considerado como la «mística islámica», una forma espiritual y de contemplación que buscaba un camino alternativo para acercarse a Alá. Una corriente que procede de Oriente y quién sabe si despertó el interés por parte de los Templarios por saber más de él. La Sierra de Sintra habría sido escogida por estos sufíes, cuyas cuevas y refugios naturales serían ideales para sus retiros de la vida mundana, siempre en busca del contacto con la divinidad. Una Tebaida portuguesa que alimentaría la sacralidad de todo este enclave. En la Sintra islámica murides y adeptos sufíes, morabitos y santones convivían diariamente en un ambiente que pudo llamar la atención a los cristianos que querían hacerse con estas tierras o directamente imitar esta forma de vida. Tal es el caso del legendario Pero Pais, un personaje que aún recuerdan los historiadores sintrenses. A caballo entre la historia y el mito, este abanderado templario de Alfonso Henriques cambió por completo su forma de concebir el mundo cuando llegó a Sintra. Lo hizo de tal modo que, de repente, pidió retirarse como ermitaño. Retiro que, por cierto, se habría llevado a cabo en lo que actualmente es la Quinta da Regaleira, quizá el lugar más misterioso de la villa en particular y de los más enigmáticos de Portugal en general (a saber si tiene algo que ver que Carvalho Monteiro eligiera este y no otro terreno por la presencia de este abanderado). Pais habría entrado en contacto con el sufismo de forma clandestina en un centro islámico en la cercana Azóia.

El Castillo de los Mouros pudo ser un centro sagrado para los sufíes

Por su parte, el Castillo de los Mouros también pudo tener relevancia dentro del ambiente sufí que se respiraba en estos lares. Hay quien apunta a que pudo existir en su interior una rábita, un centro espiritual donde murides sufíes y morabitos combinaban la mística y la guerra santa. Allí, en lo alto del Monte de la Luna, llevarían a cabo sus rituales y oraciones custodiados por 30 vigías que no les abandonaban a su suerte. Se trataría de los más sabios de la zona, con un aura de espiritualidad superior a cualquier correligionario. Solo con mirar desde abajo el castillo de noche y pensar en que allí arriba, durante las frías y oscuras noches, había personas intentando encontrarse a sí mismas y a la divinidad provoca escalofríos. ¿Con qué sensaciones intentaban contactar en esa presunta rábita? ¿Qué magia intrínseca tendría aquel castillo para combinar el arte místico y de la guerra como si fuera un templo-fortaleza? Quizá eso mismo se preguntaron los Templarios cuando accedieron al recinto. De hecho, la narración de la huida de esos sufíes por túneles subterráneos también habla del último murid de Sintra, quien antes de desaparecer entregaría las llaves de la rábita a los militares del Temple. ¿Un detalle velado? ¿Una metáfora de traspasar el conocimiento que allí se conservaba a una orden cuyos saberes pudieron conducirlos a la destrucción? Las preguntas se agolpan sobre este asunto. Solo queda constancia de que estos caballeros tan mitificados y mistificados sí se interesaron por el lado islámico de Sintra. Ahí estaría, por ejemplo, la restauración del Palacio de la Villa que fue construido de forma primigenia por los árabes y, sobre todo, su interés desmedido por hacerse con el control del Castillo de los Mouros.

Palacio de la Villa y Sintra vistos desde el castillo

¿Vikingos conquistando el castillo de Sintra?

Sea como fuere la toma definitiva del castillo por parte de Alfonso Henriques y sus templarios ocurre en 1147. Y definitiva porque otras veces ya había sido anexionado por parte de los cristianos, como en 1095 por fuerzas de Alfonso VI de Castilla, pero siempre acababa siendo recuperado por los musulmanes. Uno de los eventos más sonados tuvo escenario en el año 1109, cuando el conde Enrique de Borgoña reconquista el Castillo de los Mouros en detrimento de los almorávides. Aunque lo llamativo no es el nuevo control temporal de los cristianos de la plaza, sino los posibles aliados que tuvieron esta empresa. Hay que tener en cuenta que mientras el frente de batalla se sitúa en estas tierras, desde lo alto de la alcazaba defensiva se divisa una extraña flota que se acerca a la costa por las aguas oceánicas. Como no podía ser de otra forma, eran vikingos que, con Sigurd I de Noruega al frente, venían de causar estragos en el norte de la Península Ibérica. Más de 50 barcos conformaban la avanzadilla que tenía el objetivo de llegar a Tierra Santa e ir saqueando todo lo que pudieran a su paso. El turno le había llegado a aquellos territorios portugueses.

Como cuentan las sagas nórdicas que rememoran las hazañas de Sigurd I, este consiguió llegar a Sintra. Lo hizo remontando con sus naves el río Colares, que en aquellos años tenía más agua y era navegable para los barcos vikingos que estaban preparados para estas ocasiones. A partir de aquí, todo apunta a que los guerreros nórdicos rápidamente se pusieron del lado de las tropas cristianas de Enrique de Borgoña, que en ese momento estaba luchando por hacerse con el Castillo de los Mouros. El tiempo de los dioses nórdicos ya había quedado atrás y Noruega era un reino cristiano más por lo que no dudaron en ayudar a sus correligionarios. Halldor Skvaldri, escaldo islandés del siglo XII, cuenta lo siguiente sobre el paso de estos hombres del norte de Europa por Sintra:

En Cintra, a continuación, mataron a los paganos, los hombres a los que trató como enemigos de Dios, quienes se atrevieron a oponerse a la verdadera fe. No perdonó a ningún hombre que no tomaría la fe cristiana por causa de Jesús.

Si bien no hay una referencia explícita al Castillo de los Mouros en la saga sobre Sigurd I, sí que encajan las fechas en las que el conde Enrique se apropia de la fortaleza y recupera Sintra para el lado cristiano. Todo ello se produce en ese 1109 en el que a su vez los vikingos derrotan e infunden bajas a los musulmanes que habitan la villa portuguesa por considerarlos «paganos». Incluso hay una historia que afirma que el propio soberano noruego quiso acceder al complejo del Monte de la Luna, subir a la alcazaba y contemplar por sí mismo la panorámica antes de zarpar hacia Lisboa, donde saquearía la urbe también de los almorávides. Por tanto, la era vikinga tuvo una parada en tierras sintrenses en una época donde la cruz y la media luna se disputaban el gran baluarte que aún posee en sus cotas más altas la ciudad portuguesa.

Grabado sobre el rey vikingo Sigurd I, quien pudo combatir a los musulmanes en Sintra

El poeta alquimista y cabalista de la fortaleza de Sintra

El recinto que gobierna los designios defensivos del lugar, como queda patente, fue de especial relevancia en tiempos de la Reconquista. No se puede decir lo mismo una vez que el reino de Portugal comienza a asentar sus fronteras y a tener una delimitación territorial clara. Por ello, a medida que llega el siglo XIV, el Castillo de los Mouros comienza su paulatino abandono. De nada sirvió que fuera reconstruido en 1375. Su importancia militar había quedado totalmente desterrada y el conjunto estaba prácticamente abandonado. Esta situación fue aprovechada por la tercera religión en discordia que recorrió las calles de Sintra en la Edad Media. La comunidad judía que soportaba a duras penas el rechazo por parte de los cristianos tomó la decisión de instalarse en el interior de la fortaleza. Allí comenzaron a realizar sus prácticas religiosas y a utilizar las estructuras que continuaban en pie como si de una judería improvisada se tratase. Por allí desfilaban sabios judíos y cabalistas sintrenses, considerados de los mejores en territorio luso. Así hasta que la intolerancia comenzada por Manuel I de Portugal los expulsó del castillo y a más de uno también del país. Es entonces que a comienzos del siglo XV, el que fuera el principal custodio de Sintra quedaba deshabitado y dejado a la intemperie.

Nada bueno podía deparar al Castillo de los Mouros. Únicamente las antiguas historias de hazañas bélicas y las leyendas de tiempos pasados que habían calado hondo entre los habitantes de Sintra servían de recuerdo de sus famélicas ruinas. Tampoco ayudó que un rayo cayera en 1636 sobre la Torre del Homenaje, dejándola hecha añicos. Pero antes de este suceso e inmediatamente después de la expulsión de los judíos de estas murallas, un personaje enigmático quiso hacer acto de presencia en el conjunto defensivo. Bernardim Ribeiro, uno de los grandes poetas y escritores renacentistas de Portugal, quiso vivir de forma solitaria en lo alto del Monte de la Luna. En un desvencijado castillo abandonado a su suerte, a merced de las inclemencias meteorológicas y sin importarle la oscuridad de la noche, el literato decidió retirarse allí. Ribeiro comenzó a utilizar como refugio la Torre Real, lo que fuera la antigua alcazaba musulmana a la que se accedía por medio de medio millar de escalones. Era su morada en una extraña presencia que todavía despierta interrogantes. ¿Qué fue a hacer en este enclave este personaje? ¿Por qué al Castillo de los Mouros? ¿Cuáles eran sus misteriosos objetivos?

Posiblemente la explicación se encuentre en su ascendencia judía y su más que probable condición de criptojudío. Teixeira Regó, reconocido filósofo del siglo XX, defendió esta hipótesis en sus estudios sobre Bernardim Ribeiro. Para ello, recurrió a la gran obra del renacentista portugués: Menina e Moça. Esta novela, convertida en un clásico de la literatura lusa, trata de forma velada la diáspora judía y la expulsión de estos de la Península Ibérica. Asimismo, tanto Menina e Moça como sus primeros trabajos literarios fueron publicados en el taller del judío Abraham Usque, quien fue perseguido por la Inquisición portuguesa por criptojudaísmo y obligado a huir a la ciudad italiana de Ferrara. Puede que Ribeiro tuviera relación con la comunidad judía de Sintra y sabía que allí podía seguir el rastro de alusiones y corrientes de su misma fe, entre ellas la cábala.

Bernardim Ribeiro, un poeta cargado de enigmas

Porque hay quien defiende que Bernardim Ribeiro también era cabalista. O más que eso: un interesado por la alquimia y las corrientes esotéricas del Renacimiento. Uno de los que apoyan esta idea es Helder Macedo, una de las grandes figuras de la literatura portuguesa en los últimos tiempos y que llegó a ser profesor en el King’s College de Londres. Este intelectual no tiene la menor duda. Según él, Menina e Moça esconde paralelismos con los textos de Marsilio Ficino, quien fue fundador de la Academia Platónica de Florencia, humanista y contribuyó a desarrollar las tradiciones afines al neoplatonismo. Ribeiro, si nos atenemos a lo que sostiene Macedo en su ensayo Do Significado Oculto da ‘Menina e Moça’, pudo tener acceso a los trabajos de Ficino en los que se habla de hermetismo, gnosticismo, cábala judía, alquimia y astrología. Referencias que, de forma velada, dejaba ocultas en su famosa novela. Concluye Macedo que el poeta renacentista pudo estar vinculado a la cábala y al criptojudaísmo, dejando plasmada su verdadera condición en este clásico portugués. Por ejemplo, habría encriptado su nombre por medio de anagramas en uno de los personajes de la trama («Bin Marder» es «Bernardim») como si estuviera relatando su propia vida.

Una idea que también apoyó en su día el filósofo Regó. Este se da cuenta de que Bernardim Ribeiro no para de utilizar términos como «transmutación» y «transmigración», palabras eminentemente alquímicas, así como alusiones a la expulsión de los judíos y el conocimiento que estos atesoraban. Por tanto, ¿pueden ser estos los motivos por los que decidió asentarse de forma solitaria en Castillo de los Mouros? Cuando el río suena agua lleva. No sería descabellado pensar que fue tras la pista de esos saberes que sus correligionarios habrían podido dejar escondidos en alguna parte de la fortaleza de Sintra. Sabiduría heterodoxa y perseguida por los tiempos que corrían en la Península Ibérica.

Torre Real donde habría vivido el misterioso Bernardim Ribeiro

El túmulo funerario y que Dios ‘haga de Dios’

Unos tiempos que no mejoraron para el castillo en los siglos posteriores. El ambiente desolador y tétrico que tomaba por instantes lo que había sido un enclave mágico y sagrado se veía acentuado con el transcurrir de las décadas. Nadie prestaba el más mínimo caso al recinto. Los más supersticiosos hablaban de tesoros y genios malignos. Los más rectos dirían que aquel paraje es «de tiempos de moros». A pesar de ello, sus ruinas seguían en pie, a la espera de que alguien se hiciera cargo de sus imponentes murallas y de sus suntuosas torres. Es así que con la llegada del Romanticismo, el Castillo de los Mouros va a recuperar su esplendor. Quién sabe si lord Byron lo contempló o directamente lo visitó en 1809 cuando corrió el tacón por las calles de Sintra. De lo que sí hay constancia es de la preocupación que despertó en el rey regente don Francisco II el deplorable estado del emplazamiento. Tal fue su sorpresa con las lamentables condiciones en las que lucía la antaño joya del Monte de la Luna que el monarca decidió encargarse del asunto. Para ello, se hizo en propiedad con el recinto y comenzó las labores de reconstrucción. Una restauración que, si bien aplacó con dureza la degradación que tenía, el carácter amateur que demostraron los trabajos provocaron la destrucción de elementos arquitectónicos en pos de crear caminos, añadir vegetación invasora y, en definitiva, generar una especie de «parque temático» que atrajera a viajeros.

El mejor ejemplo de la descabellada reconstrucción del Castillo de los Mouros se encuentra en unos hallazgos arqueológicos que se produjeron durante las obras. Junto a la iglesia de San Pedro de Canaferrim y próxima a la entrada actual del recinto, afloró una necrópolis que había estado perdida por el paso del tiempo. El desconocimiento de su existencia era tan grande que los propios descubridores no sabían dilucidar si eran tumbas cristianas o árabes lo que habían desenterrado. Ante esta encrucijada, Francisco II no se complicó y tomó una decisión: la construcción de un túmulo funerario que actualmente sigue en pie. Este monumento serviría para apilar los restos humanos que impedían continuar con las obras y así dejar zanjado el tema. En cuanto a la datación y la procedencia, tampoco quiso darle muchas vueltas. Al no saber si eran enterramientos cristianos o musulmanes, mandó colocar una lápida que no se conserva muy bien con tres símbolos: una calavera con dos tibias, una cruz y una media luna. Bajo ellos, un epitafio que en portugués dice: «Lo que el hombre juntó solo Dios sabrá separar«. O lo que es lo mismo, el monarca regente reunió todos los huesos sin hacer distinciones que ya luego Dios distinguiría y sabría decir quiénes profesaban el cristianismo y quiénes el islam…

Túmulo funerario del castillo creado por Francisco II

En nuestros días, se puede afirmar que la necrópolis albergó a adultos, jóvenes y niños cristianos desde tiempos medievales. Enterramientos que se produjeron durante un lapso de tiempo de 300 años de los que se hallaron más restos junto al silo que se conserva a extramuros. Quien accede al complejo turístico, antes de cruzar la entrada principal de la fortaleza, puede contemplar parte de ese camposanto. En los últimos años ha sido reacondicionado para el turismo e incluso han recreado las tumbas con esqueletos que están acompañados de ajuares. Cualquiera puede pasear por encima de los enterramientos antes de adentrarse en los secretos e incógnitas del Castillo de los Mouros en primera persona. Una declaración de intenciones antes de entrar en este enclave de leyenda. Eso sí… sin gorra.