Cae el atardecer sobre la villa marinera de Luanco. Este espectáculo que brinda la Naturaleza, donde el mar engulle al Sol, es una especie de señal para los pescadores, los cuales juzgan que es el instante idóneo para volver al pequeño muelle después de faenar en aguas de la zona. Aguas que en más de una ocasión se han cobrado la vida de alguno de estos humildes marinos que se enfrentan día sí y día también a los inesperados derroteros que puede tomar el mar Cantábrico.
Los propios vecinos de Luanco son conscientes de la doble cara que presentan las aguas que bañan la pequeña villa asturiana. Solo hay que ver el nombre del mirador situado entre las angostas calles y pasadizos del pueblo: el mirador de Pilatos. No hay mejor personificación para demostrar que el mar es traicionero, capaz de darte vida con sus beneficios, pero también puñaladas por la espalda que hacen que muchos no vuelvan a tierra firme.
La noche cae poco a poco y Luanco se transforma. Se puede escuchar el silencio, se puede palpar la brisa marina y se puede ver la oscuridad del horizonte. No hay un alma en sus calles, los barcos amarrados parecen danzar sobre un tablado negro, y la iglesia de Santa María como la abandonada mansión de la Pola parecen sacadas de de una tétrica novela del Romanticismo. Es el momento ideal para que el pueblo sea tomado por la magia de cuélebres, trasgos y xanas…
La Güestia: La ‘Santa Compaña asturiana’ se paseaba por Luanco
La modernidad hace décadas que llegó a Luanco. Las banderas de países que decoran el paseo que hay en el muelle así lo certifica. Hoteles, tiendas, apartamentos… Parece que esa estética de típica villa marinera de Asturias se diluye por momentos.
Sin embargo, no hace mucho tiempo, Luanco era un pueblo que subsistía gracias a la pesca y no estaba exenta de ese aislamiento del mundo que vivía Asturias. Los hombres se dedicaban a faenar con sus barcas, las mujeres esperaban a sus maridos que regresaran de la mar y los niños jugueteaban por los alrededores con lo primero que encontraban.

Cuando los aires de modernidad no llegaban a la villa, sus vecinos vivían sumidos en la tradición. Una tradición, a menudo oral, que los padres transmitían a sus hijos desde jóvenes para conocer ese mundo hostil que los rodeaba de forma continua. Las anécdotas diurnas que se producían en el Cantábrico daban paso a las historias más espeluznantes al calor de la hoguera cuando caía la noche. Porque en Luanco, como lugar donde campa la magia a sus anchas, también había llegado la fascinante mitología asturiana.
No había hombre, mujer o niño que no hubiera escuchado la leyenda de la Güestia que merodeaba la villa. Cuando caía la noche, los locales se cerraban a cal y canto, las ventanas no dejaban pasar un destello y todos los candiles se apagaban. Toda medida era buena para espantar a la Güestia, pues era sinónimo del presagio más terrible que podría existir: la muerte de quien la viera.

La Güestia no deja de ser la adaptación de la Santa Compaña gallega al plano asturiano. Se trata de una procesión de dos hileras compuestas por almas en pena, donde a su cabeza va una persona viva que ha tenido la mala suerte de toparse con la comitiva. En cada rincón se cuenta una variante distinta en el modo de actuar de la Güestia, pero todos los relatos de la mitología asturiana convergen en el fatal desenlace de aquel desdichado que vea a esta procesión de muertos vagando por los alrededores.
Aún en el caótico casco de Luanco se puede sentir ese miedo atávico que provocaba la Güestia. Cuando la noche cae, a la luz de la Luna se pueden sentir los pasos de aquellos aparecidos que tanto temor infundían en los habitantes no hace tanto. Y es que las innovaciones van y vienen, no se quedan más que una época; pero aquello que reside en lo más profundo del ser humano, donde aflora lo que realmente somos, eso… eso es inmortal.

Félix Agelaci, los vikingos se estuvieorn en Luanco
Quizá la riqueza tradicional que posee Luanco se debe a la gran cantidad de pueblos que han pasado por ella. Astures, romanos, visigodos, musulmanes (sí, estuvieron en Asturias), etc fueron dejando su impronta para dar forma a lo que hoy se encuentra en las cercanías del Cabo de Peña. Sin embargo, unas gentes guerreras que siempre han causado fascinación, embarcados en sus míticos drakkars, arribaron a las costas de Luanco en busca de sabrosas fortunas que saquear: se trata de los vikingos.
Ese conjunto de pueblos nórdicos llegaron a las costas asturianas en los siglos IX y X con la misión clara de llegar a una tierra inhóspita para ellos como era la Península Ibérica. Querían probar la fuerza que tenía Al Ándalus, conseguir riquezas y de paso ver con sus propios ojos un mar Mediterráneo que veían como un paraíso desconocido donde habitaban las más extrañas criaturas. Pero para ello, primero tenían que rondar el norte de la Península Ibérica.

Está documentado que los vikingos fueron avistados en julio del año 844 en las aguas que bañaban Luanco y Candás, e incluso llegaron a Gijón donde se abastecieron de agua y provisiones. A pesar del terror que infundían sus incursiones, no saquearon ninguna población asturiana según los documentos existentes.
Pero ¿por qué los vikingos no atacaron Asturias? Es un verdadero enigma histórico. Es más, según cuenta una vieja leyenda de Cudillero, los nórdicos se emparentaron con los asturianos, fusionándose y casándose con los asturianos. El mejor ejemplo se encuentra en la figura de Félix Agelaci, un personaje prácticamente olvidado y del que pocos datos se han conservado.
Félix Agelaci fue un noble que nació en las cercanías de Luanco, en el concejo de Gozón. Solo se sabe de él que no estuvo de acuerdo con cómo Alfonso V de León gestionaba las tierras asturianas. Su disconformidad fue en aumentó y provocó que el rey lo exiliara. Félix Agelaci, despojado de sus bienes, tiene que buscarse la vida en tierras lejanas, pero será adoptado por los normandos, que tendrían alguna relación desconocida con los asturianos desde hace siglos.
Los normandos amparan a Agelaci, que se convierte en un rebelde para los leoneses. Esta consideración, en un alarde caballeresco al estilo cidiano, no preocupa al bueno de Félix, que lleva en su corazón a su territorio natal, aunque sea repudiado allí. La situación dará un vuelco cuando los normandos se vuelven a plantear el saqueo del norte de la Península Ibérica.
En el momento que comienzan los preparativos para asaltar el norte peninsular, Félix Agelaci recuerda los bellos parajes cercanos a Luanco que lo vieron nacer y crecer, sintiendo un profundo desasogiego. Esa nostalgia hará que se mueva con el objetivo de parar toda expedición que pudiera destruir a sus gentes. Finalmente, Félix Agelaci consigue frenar la campaña marítima y, consciente de la hazaña, Alfonso V de León le perdona y devuelve su título. El que había sido tachado de rebelde volvía a sus tierras de Gozón, cargado de experiencias vividas durante su exilio con unos pueblos que han sido admirados, denostados y temidos a la vez.

El milagro del Santo Socorro: el suceso que aún se recuerda en Luanco
5 de febrero de 1776. 15 lanchas con 14 marineros cada una salen desde el pequeño muelle de Luanco a la pesca del besugo. Prácticamente todos los hombres del pueblo han salido a faenar en lo que parece un buen día para traer a tierra firme un suculento botín en forma de pescado. Nadie sospecha lo que va a ocurrir en un día que va a pasar a la Historia de este pueblo asturiano.
Cuando los pescadores se encuentran realizando sus labores, el cielo se encapota de repente y el viento empieza a soplar con fuerza. Los entendidos en estos temas lo tenían claro: la galerna estaba servida.
Las lanchas que habían salido no se encontraban muy lejos de la costa, pero el temporal que se había desatado de forma repentina hacía imposible el regreso a casa. Los marineros se miran los unos a los otros y comienzan a ver que sus esfuerzos por salvar la vida empiezan a ser infructuosos. Parece que la mar se va a cobrar su venganza.
La dantesca escena de la galerna de Luanco, al mismo tiempo, está siendo presenciada desde el pequeño muelle (el que existe hoy) por las mujeres y niños. Aterrorizadas, a lo lejos ven que sus maridos no pueden hacer nada y que pronto serán engullidos por las aguas cantábricas, esas que los alimentaban diariamente. Presas de la desesperación, las mujeres y los más pequeños empiezan a rezar de forma vehemente; la situación es tal que entonan el Miserere mei Deus, un cántico que estaba prohibido ser recitado fuera de la Capilla Sixtina vaticana.

Al ver que las oraciones no surten efecto, un grupo de mujeres se acerca a la iglesia de Santa María, donde se encuentran al párroco implorando a un Cristo que salvara de la muerte a aquellos pescadores. Ellas comentan al religioso la opción de sacar al Cristo frente a las costas para pedir el regreso de sus maridos sanos y salvos, a lo que el párroco accede sin titubeos.
El Cristo es sacado en procesión por las calles de Luanco hasta llegar al muelle donde se concentran los demás, que no paran de ver la trágica escena que están viviendo sus maridos. Comienzan a orar implorando ayuda divina. Al ver al Cristo a lo lejos, los hombres que se encuentran en medio de la galerna comienzan también a rezar para no morir en medio de aquel temporal.

De repente, en medio de tanto caos, una luz en forma de idea se enciende en las cabezas de los que comandan las lanchas. Debido a su experiencia en el mar, se dan cuenta que cada 5 o 7 olas se produce en el agua durante un tiempo corto una especie de canal donde un bote puede navegar sin problemas. El temporal no remite, pero comienzan a ver que es posible llevar a cabo la estrategia, pues es intentarlo o morir de todas formas. Cada 5 o 7 olas, una lancha aprovecha los instantes de tranquilidad marítima para avanzar hacia el muelle, ante la atónita mirada de las mujeres y niños.
El milagro está servido. Las embarcaciones van llegando de una en una al pequeño puerto de Luanco huyendo de la galerna. Al final, lo que parecía una crónica de una muerte anunciada se convierte en un hito para la villa marinera donde no se lamenta ningún fallecido.

El suceso es interpretado como una intercesión divina para salvar a los hombres que habían partido a faenar. Los rescatados, nada más llegar a suelo firme, comienzan a besar los pies del Cristo que había sido sacado de procesión en señal de agradecimiento. El Cristo es renombrado como Cristo del Santo Socorro y a partir de ese año cada 5 de febrero todo Luanco recuerda aquel suceso que cambiaría el devenir de todo una población
¿Fue un acto de pericia de los experimentados patrones? ¿En realidad obró un milagro el Cristo del Santo Socorro? Lo único que se sabe es que la galerna de Luanco sucedió y que todas sus víctimas regresaron con vida, así como con una devoción que se ha transmitido desde aquel 5 de febrero de 1776 hasta nuestros días sin ningún amago de desaparecer.
Veo con satisfacción que has visto el video publicado por la TPA ( televisión asturiana) yo soy CapyBuy, quien hizo el relato sobre la pericia de los patrones de las lanchonas.
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