Los Ooparts («Out of place artifacts») u objetos fuera de lugar son retratos del viejo sueño de encontrar un pasado que fuera mejor al presente. Ese anhelo por demostrar una Edad de Oro en tiempos pretéritos, que superara en conocimientos y modos de vida a la civilización actual, ha acabado por poner en duda la evolución tecnológica en el propio Hombre. El ser humano, incapaz de creerse todo lo que puede alcanzar , ansía encontrar una explicación razonable a tantos avances en tan breve lapso de tiempo. Por ello, ante la impericia de no ser consciente de sus propias capacidades, se provoca quebraderos de cabeza buscando tecnologías modernas en momentos antiguos.
A muchas personas estos Ooparts no parecen importarles que sean burdas falsificaciones, o meras interpretaciones anacrónicas; los dan como válidos siempre y cuando amueblen las ideas de sus desordenados cerebros. Así, han corrido ríos de tinta sobre piezas como la supuesta lámpara eléctrica representada en un templo egipcio de Dendera, o las vasijas que harían las veces de baterías en Bagdag varios cientos de años antes de la llegada de Cristo.
Sin embargo, en España, existen objetos considerados por algunos como imposibles y que no deberían estar aquí (por lo menos en las fechas en que están datados), o por otros como zafios fraudes con el fin de confundir a los investigadores. Algunos reales y otros menos, son ejemplos poco conocidos de Ooparts que buscan dar sentido al sinsentido de que el Hombre sea la Maravilla de la Creación.
El Hombre de Orce: cuando la evolución humana se tambaleó en un pueblo de Granada
Corría el año 1982 cuando el equipo del paleontólogo Josep Gibert se encontraba excavando el yacimiento de Venta Micena, muy cerca del pueblo de Orce (Granada). De repente, afloraron unos restos craneales que pronto relacionaron con el Homo Sapiens. Lo que parecía un hallazgo arqueológico más sobre los antepasados humanos, se convirtió en una auténtica revolución al año siguiente.
En 1983, tras publicar sus conclusiones sobre lo hallado en Orce, los investigadores Josep Gibert, Jordi Agustí y Salvador Moyá Solà recorrieron los medios de comunicación con una idea que causó gran impacto mediático: el cráneo que habían hallado en aquel pueblo de Granada dataría de entre 1’8 y 1’5 millones de años, siendo el resto más antiguo de homínidos encontrado en Europa. Por tanto, los primeros seres humanos que estuvieron en el continente europeo, se asentaron en la Península Ibérica y «eran españoles».

La comunidad internacional puso sus ojos en el que empezó a ser denominado como el «Hombre de Orce», sobre todo en una extraña cresta que poseían los fragmentos craneales descubiertos. Cuando vieron esta característica, reputados científicos como el matrimonio francés De Lumley comenzaron a desacreditar el hallazgo que cambiaría la concepción de la evolución humana, donde aseguraba que se trataba de un burro y no de un Homo.
El asombro y la popularidad que había despertado el «Hombre de Orce» se transformó en burlas y desprestigio para los investigadores que habían realizado su datación. Las crísticas de la comunidad científica y la presión satírica de los medios de comunicación, hicieron que Jordi Agustí y Salvador Moyá Solà reconocieran públicamente que se habían confundido y que los restos, en realidad, serían de un équido. Por tanto, Josep Gibert, que prosiguió defendiendo la autenticidad de lo encontrado en Orce, fue acusado de llevar a cabo un fraude para confundir a los arqueólogos y paleontólogos. Solo cuando falleció en el año 2007, fueron reconocidas sus teorías como científico.
Del «Hombre de Orce», en la actualidad, solo quedan unos pocos restos conservados en el Museo Arqueológico Nacional, así como el Museo de la Prehistoria que se creó en la localidad granadina en homenaje a Gibert. Aun así, en la entrada a Orce se puede leer un cartel que reza lo siguiente: «Orce. Cuna de la Humanidad Europea. Yacimientos arqueológicos y paleontológicos de los primeros hombres de Europa (1’5 – 1’8 millones de años)».

Asteroides dibujados en una cueva de Tarifa
Para conocer otro de los «Ooparts prehistóricos» de España, hay que trasladarse a Tarifa, en la provincia de Cádiz. Allí, en uno de los rincones más inhóspitos del extremo más sur de la Península Ibérica, una cueva provoca quebraderos de cabeza entre los científicos. Y lo hace por las pinturas rupestres que alberga en su interior.
Esta la cueva del Sol, un curioso enclave cuyo nombre no tiene nada que ver con la temperatura que hace en este lugar gaditano. La explicación se encuentra en una de las paredes de la gruta, donde aparece representado un sol. Esta representación recuerda mucho a los dibujos realizados por los niños cuando se les pide que reflejen en un papel al sol. Quién sabe si ya los prehistóricos se dedicaban a realizar este tipo de tareas, que luego se han ido heredando con el paso de los milenios.

Pero la representación «infantil» de la estrella madre no es lo único que llama la atención de la cueva del Sol. Unos metros más adentro de la galería, otras pinturas relacionadas con el arte sureño crean interrogantes a todo aquel que las contempla. No son bisontes, ni la plasmación de un grupo cazador, sino que se trata de dos asteroides trazados en la roca.
¿Y qué hacen dos asteroides en unas pinturas rupestres? Esa es la pregunta que se realizan los científicos que han estudiado la cueva del Sol, cuyas representaciones pictóricas datan del Calcolítico (3000 a. C.). Se ha especulado con que el recinto se trataría de un marcador solar, ya que el Sol era considerado un elemento fundamental en la vida cotidiana de aquellos hombres. Aun así, esto no explica que aparezcan dos asteroides dibujados en sus profundidades.
Los asteroides de la cueva del Sol vienen a demostrar que los habitantes del Calcolítico peninsular no eran ajenos a lo que ocurría en los cielos. Puede que en aquellos tiempos, se hubiera dado algún fenómeno celeste reseñable, que quedó grabado en la retina de los artistas que decoraron estas galerías por su singularidad, y lo quisieron inmortalizar en las paredes de la cueva del Sol. A pesar de ello, sigue quedando la duda de los conocimientos astronómicos que realmente poseían y, sobre todo, si eran algo más que «monos pensantes» como se les considera en la actualidad…

La misteriosa epigrafía encontrada en Alcoy
Sin embargo, no todos los Ooparts españoles pertenecen a la Prehistoria, también en la Edad Antigua se encuentran misteriosos restos que no deberían estar ahí o, por lo menos, causaron un gran impacto en sus descubridores. Esto es lo que le debió ocurrir al geólogo Camilo Vesedo cuando se encontraba excavando en la sierra de Alcoy (Alicante).
Era el 23 de enero de 1921 cuando Vesedo se topó con una extraña plancha de plomo en la conocida como La Serreta, un sistema montañoso que se encuentra en los alrededores de la localidad alicantina de Alcoy. Lo que más llamó la atención del geólogo no fue la pieza arqueológica en sí, sino lo que tenía grabado la plancha del plomo.
Se dio cuenta de que aquel plomo contenía unas misteriosas inscripciones realizadas con un punzón escritas en una lengua que él desconocía. Por ello, decidió informar de su hallazgo para ver si alguien se interesaba por aquel objeto que había descubierto; pronto encontró a la persona que estaba buscando en la figura de Hugo Schuchardt, un lingüista alemán especializado en lenguas raras.

Schuchardt estuvo estudiando durante los casi 350 signos epigráficos que tenía el plomo de Alcoy. Sus conclusiones fueron sorprendentes, donde reflejaba que no era ninguna falsificación y que aquel extraño alfabeto no tenía nada vez con idiomas indoeuropeos, cretenses, etruscos o semíticos. Quizá tenía algo del idioma usado por los jónicos en la actual Anatolia, pero con unos rasgos demasiado arcaicos que desconcertaban al lingüista alemán.
Schuchardt quedó anonadado por la epigrafía enigmática que recogía el plomo de Alcoy, aunque más sorprendentes fueron las revelaciones aportadas por Julio de Urquijo, miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca. El vascólogo determinó que cualquier vasco que leyera el plomo de Alcoy, se daría cuenta de que tiene muchas semejanzas con el euskera a través de varias palabras como garoka o nereikala. ¿Tiene algo que ver la epigrafía del plomo de Alcoy con el euskera? Y de ser así, ¿qué hace en un territorio tan distante del eje histórico de expansión de este idioma único?

El fraude de los jeroglíficos de Iruña-Veleia: entre egipcios y Jesucristo
Otra epigrafía misteriosa apareció en 2005 en el yacimiento de Iruña-Veleia (Álava), esta vez sí conocida y también de dudosa veracidad. Iruña-Veleia es uno de los grandes vestigios arqueológicos de la época romana en Euskadi. En lo que fue un oppidum del Imperio romano entre los siglos I y VI, se han realizado interesantes descubrimientos como la existencia de un asentamiento prerromano en el lugar y numerosos edificios bien conservados. Pero lo que más llamó la atención de los investigadores fue la aparición de unas cerámicas datadas entre el siglo III y siglo V que contenían jeroglíficos en egipcio.

Que unos jeroglíficos egipcios aparecieran en una cerámica de un enclave romano situado a miles de kilómetros del territorio del Nilo, no alertó en un principio a los arqueólogos. Podría tratarse de una pieza que había llegado a tierras del norte de Hispania debido al comercio en una especie de objeto de colección de antigüedades, como ha sucedido en muchos casos. Pero las dudas acerca de un posible falsificación comenzaron a aflorar a medida que fueron apareciendo más cerámicas similares.
También se toparon cerámicas de época romana con inscripciones en euskera actual, como intentando demostrar la antigüedad del idioma. Esto puso en alerta a los científicos, que empezaron a ver la sombra del fraude sobre estos hallazgos. Las sospechas se confirmaron cuando en las vasijas de arcilla emergían con grabados de cruces cristianas, representaciones de ángeles y, en especial, con un Calvario en el que se refleja encima de Jesucristo el famoso epitafio de «RIP». Las medidas que tomaron las autoridades fueron las de paralizar las excavaciones en Iruña-Veleia y llevar a los tribunales a las empresas encargadas del yacimiento. De esta forma, uno de los grandes tesoros romanos que ayudan a comprender la romanización en Vasconia quedó empañado por la polémica de querer desconcertar a los investigadores con descubrimientos banales y sin sentido.

El sarcófago egipcio con representaciones de Hércules desenterrado en Tarragona
La búsqueda de pruebas una posible llegada de los egipcios a la Península Ibérica, como se ve, nunca ha surtido efecto. La controversia de Iruña-Veleia vino a confirmar un fenómeno que se remonta al siglo XIX, cuando se buscaba como fuera una relación peninsular con esta civilización. El mejor ejemplo se encuentra en el supuesto sarcófago egipcio que se desenterró en la ciudad de Tarragona.
El 9 de marzo de 1850, mientras unos obreros estaban llevando a cabo una ampliación del puerto de Tarragona, se toparon con un objeto que hizo que la sorpresa los invadiera. Entre los andamios de las obras, desenterraron una pieza arqueológica que rápidamente enviaron a la Real Academia de la Historia, pues pensaban que se trataba de un resquicio de la histórica Tarraco.
Así lo pensaban todos los arqueólogos hasta que un miembro de esa sociedad, Buenaventura Hernández Sanahuja, estudió a fondo lo hallado en Tarragona. Sus afirmaciones levantaron ampollas en aquellos años: concluyó que era un sarcófago egipcio y que este había contenido los restos de una momia de alguien importante de esta civilización. También aseguró que en la tumba tenía grabada la representación del mítico héroe griego Hércules sobre el Estrecho de Gibraltar, a la vez que unos colonos se dirigían de las tierras del Nilo a la Península Ibérica.

Cuando la Arqueología española, en pañales por aquel tiempo, ya soñaba con un contacto egipcio con la Península Ibérica, los expertos internacionales tuvieron que poner orden y razón con el supuesto sarcófago desenterrado en Tarragona. Después de estudiarlo, se dieron cuenta que era una imitación mala de una tumba egipcia, con unos relieves de dudosa calidad que fueron catalogados de «broma».
A día de hoy, el supuesto sarcófago egipcio de Tarragona se encuentra en algún lugar inhóspito de los depósitos del Museo Arqueológico Nacional, como testigo de una historia rocambolesca que hizo soñar durante unos días a unos científicos españoles que no estaban preparados todavía para verificar piezas arqueológicas.
El astronauta de Salamanca, demasiado bonito para ser verdad
El recorrido por los Ooparts españoles, a caballo entre lo fascinante y lo desternillante, tiene una parada de destino en Salamanca. Allí, uno de los «habitantes» más famosos de la Ciudad del Tormes es protagonista de algo demasiado bonito para ser verdad. Situado en la Puerta de Ramos de la Catedral Nueva de Salamanca, el mencionado personaje es ni más ni menos que un astronauta, con la típica vestimenta de estos viajeros del espacio cuando flotan entre ese inmenso océano de estrellas situado más allá de nuestro planeta.
Con mirada insigne, el astronauta de Salamanca observa a los asombrados visitantes de la Catedral de Salamanca, que no entienden qué hace ese cosmonauta en un conjunto religioso datado de muchos siglos antes de que el Hombre viajara al espacio y pisara la Luna.

Diversas teorías suscitaron el interés de la ufología mundial, desde que el espacio era visitado desde mucho tiempo atrás hasta la posible existencia de un contacto con extraterrestres en la Antigüedad que nos habrían legado su conocimiento y que por razones desconocidas desapareció, teniendo que crearse en una nueva carrera evolutiva en el ser humano. Imaginar tales acontecimientos es fabuloso, pero esa Edad de Oro que viviría la Tierra tiene que esperar su demostración o, por lo menos, no se puede demostrar con el astronauta de Salamanca.
Esta decoración presente en la Puerta de Ramos de la catedral responde a un “derecho” que posee el restaurador de un edificio, en el que puede añadir elementos a los ya originales como firma de autoría en la realización de la restauración de dicho edificio.
Y esto es lo que se hizo con la restauración de la Puerta de Ramos en 1992. Esta Puerta se encontraba en un estado lamentable debido al paso del tiempo y la influencia de agentes externos, y debía ser reacondicionada para la celebración de la Exposición de las Edades del Hombre en Salamanca al año siguiente, por lo que en ese año se encarga al cantero Miguel Romero el acondicionamiento de la anticuada salida de la Catedral. Tras la restauración, el cantero decide añadir una talla de un astronauta junto a otras, como la de un dragón comiéndose un helado, para que no se olvidara la autoría de la restauración.

No se conoce a ciencia cierta el porqué de que el restaurador tallara a un cosmonauta, aunque se ha dicho que era un homenaje al siglo XX por ser una etapa de grandes avances para el Hombre. Aunque existen defensores de teorías alternativas como Jerónimo García de Quiñones, que en su ensayo Ancient Codes: describiendo la Historia juntos dice que la figura del astronauta llevaba desde la construcción de la Catedral de Salamanca y que lo que hicieron fue restaurarla también en vez de añadirla, en este caso la imaginación del Hombre puede con la realidad.
Pero es bonito pensar que, en siglos anteriores, el Hombre se interesara por lo que ocurre ahí arriba, intentando resolver sus inquietudes realizando viajes para conocer aquello que rige la vida en nuestro planeta.
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