El ‘gigante’ que está enterrado en la catedral de Tarragona

Los gigantes es un tema recurrente dentro de las leyendas y las narraciones míticas. Como si de un arquetipo universal se tratase, en todas las partes del mundo existen relatos sobre unas criaturas ciclópeas cuya envergadura desafiaría todos los límites de lo natural.

Ya en los textos bíblicos y apócrifos se hacía mención a unos seres de gran tamaño y fuerza. Se trata de los llamados nephilim, una especie de semidioses que descendieron del mundo de la divinidad para unirse a los hombres. Incluso han sido comparados con ángeles caídos, según los relatos hebreos, aunque con la característica de su gran altura.

Algunos autores han ido más allá. Por ejemplo, Louis Charpentier, en un atisbo de realismo fantástico, menciona en Los gigantes y el misterio de los orígenes que los gigantes pertenecían a la civilización de los atlantes, esto es, los habitantes de la mítica Atlántida. Eran, según Charpentier, una raza humana que se encargó de una supuesta Edad Oro en la Tierra marcada por el conocimiento y que quedó anegada a causa de un cataclismo.

Más allá de cualquier teoría aceptable o no, en la Península Ibérica también coexisten leyendas que mencionan a gigantes. Solo hay que acudir a la isla de Menorca para presenciar los vestigios de la cultura talayótica que, debido al desconocimiento respecto a sus constructores, la mente popular los atribuyó a gigantes. Sin embargo, en España todavía se pueden presenciar historias de reales de personajes que debido a su estatura fueron considerados a la altura (nunca mejor dicho) de esos seres que pueblan el acervo cultural y legendario de muchas comunidades alrededor del mundo. Y uno de ellos se encuentra en la catedral de Tarragona.

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Fachada de la catedral de Tarragona

 

Francisco Plaza Milanés, el ‘gigante’ de la catedral de Tarragona

En el claustro de la catedral de Tarragona, como si fuera una broma de dudable gusto para el visitante, se halla una lápida que mide 187 x 74 cm. Esta tumba sorprende a todo aquel que decide leer el epitafio que incluye. Este dice algo así como:

«Aquí yace Francisco Plaza Milanés, capitán de caballos coraces. Fue el hombre más alto de nuestros tiempos, que su grandeza pasaba de 12 palmos y en sus hechos mostró muy bien no ser menos que su alma. Murió a la edad de 44 años a 3 de febrero de 1641″.

Si ya de por sí es extraño que un militar sea enterrado en un claustro como el de la catedral de Tarragona, lo insólito aumenta al analizar la estatura de Francisco Plaza Milanés que recoge la lápida. Porque si se traduce a las unidades métricas actuales los 12 palmos que se asegura que medía el capitán de caballos coraces, resulta una estatura desorbitada: ¡mediría mucho más de dos metros!

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Lápida donde se menciona la altura de 12 palmos de Francisco Plaza Milanés, el ‘gigante de la catedral de Tarragona’

 

Un capitán de coraceros que saqueaba allá por donde pasaba

Respecto a la biografía del «gigante de la catedral de Tarragona«, no han llegado muchos datos. Únicamente se conocen las referencias aportadas por los arqueólogos Manuel Güell y Jordi López Vilar, que arrojaron un poco de luz acerca de este personaje en el Butlletí Arqueològicpublicado en el año 2002.

Gracias al trabajo de ambos investigadores, se pueden conocer retazos de lo que fue la vida de Francisco Plaza Milanés. Habría nacido en 1597, en el Ducado de Milán o Milanesado, que perteneció a la Monarquía Hispánica hasta los primeros años del siglo XVIII.

Nada se sabe de la infancia de Francisco Plaza Milanés, a pesar de que tuvo que destacar por su enorme envergadura sobre los demás chavales. Solo que a los 15 años comienza su carrera militar que duraría casi 30 años, donde participa en las campañas en Flandes y en Italia. Posteriormente es trasladado al  Rosellón, donse es nombrado capitán de la compañía de caballos valones montados por arcabuceros. En estos años contraería matrimonio con María Puigbert, hija del teniente de caballería barcelonés Antoni-Joan Puigbert, que también se encontraba destinado en el Rosellón.

Como capitán de caballería, Francisco Plaza Milanés no destacó por su benevolencia. De hecho, durante 1637 es acusado de cometer abusos contra los agricultores de las localidades catalanas de Caldes de Montbui y Badalona junto a sus soldados. Le imputaban también que hizo todo tipo de fechorías en el Rosellón como quemar casas, usurpar las funciones de las autoridades civiles y destrozar cosechas con los caballos de Morellàs, Colliure y Sorède. Incluso se llegó a comentar que destruyó y arruinó la ciudad Saint-Étienne-des-Sorts porque en ella murieron dos de sus soldados, obligando a la población a abandonar sus casas. Luego, todo lo saqueado lo repartía en subastas públicas.

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Documento donde es mencionado Francisco Plaza, rescatado por Manuel Güell y Jordi López Vilar

 

La campaña del castillo de Salses y su muerte durante las revueltas catalanas

Francisco Plaza Milanés, durante el mismo año de 1639, es el escogido para recuperar el castillo francés de Salses. En un principio, el capitán de caballería de altura desmesurada consigue romper las defensas de infantería de la fortaleza francesa. No obstante, en una repentina emboscada, las tropas francesas acantonadas en Salses pillan por sorpresa a los hombres de Francisco Plaza, donde hacen varios prisioneros entre los que se encuentra el propio capitán. Permaneció prisionero durante un año, cuando es liberado a causa de la rendición del castillo de Salses y por un intercambio de cautivos con un teniente francés que estaba encarcelado en Navarra.

A pesar de ser liberado, poco duraría la vida del «gigante de la catedral de Tarragona«. En 1640 estalla en Cataluña la conocida como «Revuelta de los Segadores«, donde los campesinos se levantan contra los presuntos abusos del éjercito real, apoyados en la sombra por Francia. Es por ello que su compañía de caballería se une a los hombres de los Vélez para reprimir duramente las revueltas catalanas.

Consigue recuperar mediante la fuerza localidades como Cambrils, Aldover, Balaguer, L’Hospitalet o Martorell. Pero su sino quedaría marcado por la batalla de Montjüic en 1641, en la que se enfrentó a los contingentes franceses y rebeldes catalanes que defendían Barcelona. Allí, Francisco Plaza Milanés fue derrotado el 26 de enero de 1641 y presumiblemente herido de gravedad, falleciendo el 3 de febrero de ese mismo año. Se piensa tal circunstancia debido a la fecha que aparece en la lápida de la catedral de Tarragona que custodia sus restos.

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Revuelta de los Segadores, que supuso el inicio del fin del ‘gigante de la catedral de Tarragona’

 

La estatura de Francisco Plaza Milanés lo convertían en un ‘gigante’

Tras el fallecimiento del capitán de caballería, su viuda pidió que fuera enterrado en Tarragona, quizá porque esta era natural de esta ciudad. Sin embargo, su desmedida estatura pudo provocar que fuera visto como un hombre diferente e inusual, por lo que fue enterrado dentro del claustro de la catedral y no en un cementerio convencional.

Como advierte la losa de su sepulcro, el militar sobrepasaría los 12 palmos. Según el palmo estandarizado en Castilla, Francisco Plaza Milanés mediría aproximadamente 2’50 metros. Si se calcula con los baremos que tenía el llamado «palmo catalán», que a todas luces fue el utilizado para medir al militar, las cifras disminuirían al ser menor que el «palmo castellano», situándose en 2’34 metros. Aun así, se trataría de un auténtico «gigante» para la época (y para la actual).

Si dicha estatura es poco frecuente en la actualidad (el hombre más alto del mundo vivo mide 2’51 metros y el jugador más alto de la Historia del baloncesto alcanzaba los 2’32 metros), hay que imaginarse las reacciones de sus contemporáneos. Era impensable que una persona en pleno siglo XVII alcanzase esas cifras, más si cabe cuando la estatura media de la población donde nació el «gigante de la catedral de Tarragona» era de poco más de 1’6 metros.

Es por ello que Francisco Plaza Milanés asombrara a sus coetáneos, más allá de las peripecias y saqueos que le atribuían. A fin de cuentas aquel hombre fue inhumado en la catedral de Tarragona no por sus logros militares, sino por su enorme envergadura. Una envergadura que recordaba a los viejos relatos sobre gigantes de los que hablaban las leyendas y los fantásticos libros de caballerías.

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Sepulcro del ‘gigante de la catedral de Tarragona’