Los misterios y leyendas de Milán que no se cuentan

Milán no solo es la ciudad de la moda. Tampoco es exclusivamente esa «montaña arrancada de las rocas de Carrara» como definía Hans Christian Andersen a su catedral. De hecho, estas nociones simplistas que se esbozan sobre la ciudad italiana provocan que, en dos días, ya no se sepa qué hacer entre sus calles. Porque mientras los turistas se agolpan en el Duomo junto a la plaga de palomas que azota al lugar, se limitan a pasear por el Castillo Sforzesco o hacen cola para ver La última cena de Leonardo Vinci en Santa Maria delle Grazie no se dan cuenta que se están perdiendo una urbe que va más allá de todo lugar destacado con un círculo en los mapas turísticos.

La capital lombarda esconde múltiples secretos, historias y, por qué no decirlo, enigmas que luchan por no ser olvidados. Hay que callejear por sus rincones más insospechados, apartarse del bullicio milanés, perderse de forma premeditada. Así, una Milán misteriosa se abrirá paso sobre el avezado visitante. Y sobre todo, cambiará por completo la concepción preestablecida que se tiene de ella.

La leyenda del escudo del ducado de Milán

Las primeras leyendas de Milán aparecen reflejadas en el símbolo más popular de la ciudad, que se remonta a la Edad Media, cuando el Ducado era la gran potencia de la península itálica. El escudo, que muestra a una serpiente engulliendo a un niño, tiene su origen en los Visconti, familia que dominó este pequeño estado entre los siglos XIII y XV. En la ciudad, como su seña de identidad que es, es conocido como el ‘Biscione‘.

La representación heráldica tan peculiar tiene una historia legendaria detrás que se situaría en el siglo XI. Esta cuenta que el hijo de Bonifacio, señor de Pavía y emparentado con los primeros familiares de la Casa de Visconti, fue tragado por una misteriosa serpiente mientras su padre estaba batallando contra los musulmanes en las Cruzadas. Cuando Bonifacio vuelve de tierras lejanas y le cuentan lo sucedido, emprende una búsqueda de la feroz criatura que había devorado a su retoño. No tarda en encontrar a la serpiente gigante, con la que se enfrasca en un arduo combate. Finalmente, Bonifacio consigue derrotar al monstruo y, sobre todo, consigue recuperar a su hijo sano y salvo de las tripas del enorme reptil.

‘Biscione’, uno de los símbolos de Milán

Otra leyenda que tiene relación con el emblema es la que hace referencia al dragón Tarantasio, una serpiente monstruosa que habitaría en el lago Gerundo, ya desaparecido, que se encontraba a pocos kilómetros de Milán. La criatura sería la encargada de provocar la fiebre amarilla a través de su aliento, así como devoraba niños para alimentarse. El dragón Tarantasio causó pavor entre los habitantes de la zona hasta el siglo XII, el momento en que el lago Gerundo desaparece. Cuenta la tradición que fue drenado por diversos personajes que van desde San Cristóbal hasta Federico I Barbarroja, así como un obispo de nombre Bernardino Tolentino. Lo más curioso es que hasta 1700, se decía que el esqueleto de la enorme serpiente se conservaba en la iglesia de San Cristoforo, levantada en la localidad italiana de Lodi para conmemorar la muerte del dragón (conservan en el techo una supuesta costilla de la criatura). En la propia iglesia milanesa de San Marco, todavía se puede ver un relieve en una de las ventanas de este mítico ser que habría hecho estragos en la zona.

Supuesta costilla del dragón Tarantasio en la iglesia de San Cristoforo, en Lodi

La leyenda representada en ‘Biscione‘ es mencionada incluso por Dante Alighieri en la Divina Comedia; el poeta menciona en el canto octavo del Purgatorio a una serpiente monstruosa como «la sierpe del Milanés» en claro recuerdo a este relato mítico. Petrarca va más allá y atribuye el ‘Biscione‘ a Azzone Visconti. El poeta italiano asegura que este duque de Milán fue sorprendido por una víbora cuando estaba descansando. Al parecer el reptil habría estado dentro de su casco y al ponérselo, la serpiente abrió su mandíbula para intentar defenderse. En realidad, la variante petrarquiana es un anacronismo, ya que Azzone Visconti vivió en el siglo XIV, en el que ya estaba asentado el escudo de Milán.

Las leyendas demuestran su origen incierto. Se apunta a que es un intento de demostrar el origen mítico del linaje de los Visconti frente a otras familias; también que es una modificación del Nehustán, la serpiente de bronce de Moisés. Aun así, el ‘Biscione‘ continuó siendo el símbolo de Milán hasta el siglo XIX. Es Napoleón el que se encarga de retirar su uso, aunque ha permanecido muy presente dentro del uso popular de los milaneses. De hecho, aparece reflejado en cualquier rincón de la ciudad, en uno de sus equipos de fútbol como es el Inter de Milán y en el logotipo de la marca de coches Alfa Romeo.

‘Biscione’ en uno de los muros del Castillo Sforzesco

El macabro osario de San Bernardino alle Ossa

Muy presentes entre los misterios y leyendas de Milán también están las historias que se cuentan sobre la iglesia de San Bernardino alle Ossa. El templo, situado a pocos metros del Duomo, a simple vista no esconde nada de enigmático. En un primer esbozo de su fachada parece un austero edificio religioso sin más. Sin embargo, en su interior, un cartel con un escueto mensaje de «osario» romperá esa imagen preconcebida que crea el exterior del recinto. Nada más seguir las indicaciones del cartel, se llega a una sala donde lo macabro y lo siniestro se dan la más: es el osario de San Bernardino alle Ossa. Se trata de una capilla decorada con todo tipo de huesos y calaveras apiladas en sus laterales. En lo alto del altar, una cruz hecha a base de huesos añade más tetricidad al lugar. Es una oda a la muerte, una advertencia a que, tarde o temprano, todo ser humano que se precie acabará de esa forma, sin importar los ceros que tenga en la cuenta bancaria o la ideología política que se manifieste.

Osario de San Bernardino alle Ossa

El osario de San Bernardino alle Ossa se remonta a los años de la Edad Media. En donde hoy se levanta la iglesia, en el siglo XIII existía un hospital de leprosos que contaba con un cementerio propio. Debido a las epidemias que azotaron en la época a Milán, el camposanto se desbordó y en 1210 se creó un osario para albergar los restos que no cabían en el recinto sagrado. Primero se creó el osario y 50 años después la iglesia de San Bernardino alle Ossa que, no iba ser menos, era conocida popularmente como «San Bernardino de los Muertos«. El osario, en una imagen dantesca, era frecuentado por cientos de feligreses de la ciudad italiana, por lo que en 1750 se decidió aumentarlo con una capilla para que nadie se apelotonara en ella. Demasiado ya estaban apretujados los huesos y las calaveras para que también lo hicieran los vivos.

Y como enclave que despierta misterio y horror a partes iguales, en el osario de San Bernardino alle Ossa no faltan las leyendas y los relatos tenebrosos. El más extendido menciona que a la izquierda del altar de la macabra capilla, entre la multitud de restos óseos apilados, hay enterrada una niña. Según la leyenda, la víspera de Todos los Santos, el esqueleto de la niña sale de su apiñamiento y obliga a los demás a salir de su descanso en las paredes del osario. Entonces, todos en pie y moviéndose como si estuvieran vivos, comenzarían a danzar como si un espectáculo dedicado a la Muerte se estuviera celebrando. Los estremecedores ruidos que provocarían en el osario de San Bernardino alle Ossa provocarían que nadie se atreviera a quedarse durante esta noche señalada vigilando las dependencias de la iglesia.

Huesos donde estaría enterrada la legendaria niña del osario de San Bernardino alle Ossa

El fantasma de la catedral de Milán

Lo que ocurriría en el osario de San Bernardino alle Ossa no sería un hecho aislado en Milán. Otra leyenda sobre aparecidos y fantasmas, enmarcada en torno al año 1400, tiene como escenario el lugar más icónico de la ciudad italiana: la catedral de Milán. En el monumento principal del Duomo, de nuevo, el relato paranormal tiene como protagonista a una joven llamada Carlina.

Según la leyenda, era una muchacha del pueblo de Schignano, situado cerca del lago Como. Estaba a punto de contraer matrimonio con un tal Renzo, vecino de la misma localidad, por lo que para llevar a cabo el enlace acudieron a la capital lombarda. Para evitar que la gente se enterase de que estaba a punto de casarse, Carlina decidió ponerse un vestido negro en vez de la típica vestimenta blanca. El motivo era claro. Si el señor feudal de la zona se enteraba de sus nupcias con Renzo, pediría antes el derecho de pernada. Hay que tener en cuenta que no existe un documento histórico que avale la existencia del ius primae noctis, a pesar de ser mencionado en esta narración legendaria.

Catedral de Milán

El matrimonio se iba a producir en total secreto dentro de la catedral de Milán, que en aquel momento prácticamente solo era unas cuantas piedras al estar al inicio de su construcción. No obstante, un gran sentimiento de culpa invadía a Carlina. Al parecer, el que iba a ser su marido desconocía por completo que habría tenido una relación extramatrimonial con otro joven, y que producto de ella se encontraba embarazada. Para ello, para expiar sus penas, en un momento en el que no se encontraba con Renzo, decidió ir hacia la Madonnina, la virgen que ahora está en el chapitel de la catedral, para ser perdonada. Pero, en ese instante, Carlina pisaría un andamio mal colocado y tendría una grave caída. A pesar de que Renzo corrió a socorrerla, ya era demasiado tarde. La joven había fallecido.

A partir de ese funesto episodio, los rumores comenzaron a circular entre los obreros de la catedral de Milán. Contaban que, en ocasiones, veían deambular a una sombra por los andamios que identificaban como una silueta femenina vestida de negro. Estas visiones se alargarían hasta los años 60 del siglo pasado, cuando finalmente se acabó la construcción del templo del Duomo. Después, las leyendas que se contaban sobre esa dama de negro entre los trabajadores, pasarían a ser relatadas entre los visitantes y, sobre todo, entre los que contraían matrimonio en la catedral. Asegurarían que en las fotografías de las bodas, de fondo se veía la figura fantasmal de Carlina con su oscuro vestido. Aunque lo llamativo es que en la ciudad se asegura que quien ve esta aparición paranormal en la catedral de Milán es señal de buen augurio. Y es que al fantasma de la muchacha no le gustaría que a los demás les pasara lo mismo que a ella…

El fantasma de Carlina deambularía por la catedral de Milán, según la leyenda

Las brujas de Milán, una realidad histórica

Pero más allá de aparecidos incorpóreos que merodean por determinados enclaves de Milán, la urbe también esconde otro tipo de «fantasmas». Son los fantasmas de la Historia, esos que aparecen en las peores pesadillas de un pasado que no se pueden borrar del recuerdo. En este caso, son las reminiscencias de la brujeomanía que se despertó en toda Europa y que tiene varios capítulos en la ciudad italiana. Las brujas de Milán fueron una realidad histórica en tanto en cuanto se creía en ellas. Así lo atestiguan los viejos documentos y la plaza Vetra, situada al sur milanés, en lo que antaño eran los extramuros de la ciudad. Hoy es un amplio césped que rodea la basílica de San Lorenzo Maggiore, pero hace siglos era el escenario de hogueras y ejecuciones que intentaban aplacar las supuestas reuniones de brujas donde realizaban los giocos di Diana («juegos de Diana»), es decir, donde adoraban a la personificación del Mal.

En el siglo XIII, la plaza Vetra vio arder el cadáver de Guglielma de Bohemia, ya enterrada, debido a que tras su muerte comenzó una corriente de discípulos, los guillelmitas, que aseguraban que Guglielma de Bohemia era la encarnación femenina del Espíritu Santo que los salvaría en el final de los tiempos. La corriente creó una jerarquización esencialmente femenina. Por ello, la Inquisición de la zona tomó cartas en el asunto, exhumó su cadáver, lo quemó por bruja y finalmente esparció sus cenizas para borrar cualquier atisbo de su existencia.

La plaza Vetra, con la basílica de San Lorenzo Maggiore al fondo, fue el
lugar donde se quemaban a las supuestas brujas de Milán

En los siglos XIV y XV la situación no cambió, sino que se intensificó. En 1390 fueron quemadas por brujería Sibilla Zanni y Pierina de Bugatis. En 1485, una oleada de supuestas reuniones de brujas en La Valtellina, una zona alpina al norte de la Lombardía, provocó una fiebre de brujeomanía en los pueblos aledaños, cuyas ejecuciones se llevaron a cabo en la plaza milanesa. Con la llegada de los Borromeo al obispado de Milán también se vivió una auténtica caza de brujas, como demuestra la condena a Domenica De Scappi por «actividades brujeriles notorias» o el intento frustrado de relajar a nueve supuestas brujas. De hecho, Federico Borromeo propuso crear en la Torre del Emperador, ya desaparecida y que estaba cercana a la plaza Vetra, una cárcel dedicada exclusivamente para brujas. En el siglo XVI destaca el caso de una mujer de nombre Arima, procesada por brujería por realizar ungüentos y pócimas para curar en su casa de Vía Laghetto.

Las hogueras en la plaza Vetra continuaron en el siglo XVII. Por ejemplo, el 4 de marzo de 1617 fue quemada Caterina dei Medici, una sirvienta conocida como «la bruja de Vetra«, por supuestamente intentar envenenar al senador Luigi Melzi a través de una brebaje maligno. Para la ejecución de Caterina se organizó un increíble evento público con gradas para presenciar su ejecución en directo. Misma suerte corrieron tres años después Angela dell’Acqua y María Restelli. Dichas persecuciones se convirtieron tan cotidianas que el papa Gregorio XV, consciente del grado de superstición y fantasía que existían en las acusaciones a las presuntas brujas de Milán se propuso plantar cara a esta serie de creencias a través de la constitución Omnipotentis Dei.

La caza de brujas en Milán estuvo muy presente durante 400 años

Aun así, los esfuerzos papales resultan infructuosos. El 1 de agosto de 1630 la plaza Vetra vuelve a ser el recinto para quemar a los supuestos brujos Giacomo Mora, barbero de Milán, y a su amigo Guglielmo Piazza por presuntamente haber propagado un foco de peste en la ciudad. En el lugar donde el barbero tenía su establecimiento se colocó un poste conocido como la «Columna Infame«, que permaneció en lo que hoy es la esquina entre la calle Giacomo Mora (en recuerdo al supuesto brujo) y la calle de Porta Ticinese hasta el año 1778. A día de hoy, en la ubicación de la «Columna Infame» hay un monumento conmemorativo que evoca su existencia en esa precisa esquina.

La brujeomanía en la ciudad lombarda no desapareció hasta el siglo XVIII con la llegada del pensamiento ilustrado. Es en 1788 cuando el emperador José II toma una drástica decisión en un intento de borrar de un plumazo todo este pasado. Ordena acceder al archivo de la Inquisición existente en Santa Maria delle Grazzie, ya que los encargados de este eran los dominicos, y que se queme todo documento que tenga que ver sobre casos de brujería en Milán. A pesar de ello, cada vez que se pasea por la plaza Vetra, por muchos esfuerzos de hacer desaparecer el pasado, vienen a la mente las hogueras y las ejecuciones a personajes víctimas de la locura y la superstición.

Monumento que conmemora la ‘Columna Infame’, que a su vez
recordaba el castigo por brujo de Giacomo Mora

La ‘Columna del Diablo’ y San Ambrosio

La ‘Columna Infame‘ no es la única que existe en las calles milanesas. Si bien esta recuerda la brujería en Milán, hay otra que rememora un episodio legendario vinculado al propio Maligno. Se encuentra junto a la Basílica de San Ambrosio y ya su nombre lo dice todo: es la ‘Columna del Diablo‘. Esta columna está compuesta de mármol cipollino y de estilo corintio. De ella destacan dos agujeros que hay en su base. Perforaciones que habría realizado, nada más y nada menos que el Diablo, según la leyenda.

La tradición cuenta que Satanás, de buenas a primeras, se presentó una mañana en la basílica contigua donde se encontraba San Ambrosio haciendo sus quehaceres religiosos. El Maligno intentaría convencer al patrón de Milán para que hiciera un pacto con él y diera de lado a Dios, aunque no tuvo éxito.

‘Columna del Diablo’ de Milán

El santo lombardo, ante la insistencia del Diablo, se hartó y le pegó tal patada en el trasero que salió disparado hasta el exterior del templo. El Maligno solo pudo ser frenado por la columna que había en la calle, cuyos cuernos quedaron clavados en ella. De ahí los dos agujeros que existen en la que comenzó a ser llamada como ‘Columna del Diablo’.

La leyenda termina afirmando que el Diablo permaneció clavado en la columna corintia durante una jornada hasta que consiguió abrir una puerta al Infierno. Por esta razón, la tradición asegura que si se ponen los oídos sobre los dos agujeros se pueden oír los sonidos propios del inframundo. También, de vez en cuando, de los agujeros se desprendería un nauseabundo olor a azufre que vendría a recordar el origen malévolo de estos.

Agujeros de la ‘Columna del Diablo’ que habrían
sido hechos por los cuernos del Maligno

Dejando un lado el terreno legendario, los historiadores sostienen que la ‘Columna del Diablo‘ es un resto perteneciente al antiguo palacio que el emperador Maximiano tenía en Milán allá por el siglo III. Además, añaden que en el siglo XIV, los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, debían abrazar y jurar ante el poste para ser coronados como reyes de Italia.

Sin embargo, un descubrimiento arqueológico en 1883 añadió más misterio a la columna, pues alrededor de ella se hallaron enterradas una docena de personas; siempre se ha dicho que en los alrededores de la Basílica de San Ambrosio se enterraba a los martirizados en las persecuciones romanas, lo que tiraría por tierra la hipótesis de su pertenencia al palacio imperial de Maximiano. Podría tratarse, entonces de un marcador para señalar dónde se encuentran los enterramientos. Cabe señalar que este cementerio de mártires está aflorando en la actualidad tras las excavaciones que están produciéndose en la entrada de la basílica.

Excavaciones en el cementerio de mártires junto a la
Basílica de San Ambrosio

El asesino en serie de la calle Bagnera

El Diablo mítico no es el único que habría sido protagonista de misterios y leyendas en Milán. En el siglo XIX, un personaje oscuro causaba temor entre los milaneses por sus actividades delictivas y, sobre todo, por los crímenes que cometía. Mencionar a Antonio Boggia es referirse al ‘Monstruo de Milán‘, al primer asesino en serie que perpetró sus homicidios en sus calles, en concreto, en la calle Bagnera, la vía más estrecha del callejero de la urbe.

A la calle Bagnera, en mayo de 1859, las autoridades policiales se desplazaron de emergencia. Los vecinos de la zona denunciaban un hedor pestilente que no sabían muy bien de dónde procedía. Cuando los agentes se personaron en el lugar entraron en un sótano de lo que hoy es el Cine Eliseo y lo que encontraron les provocó una mueca de terror en sus caras. Allí había miembros amputados, cuerpos despedazados de varias personas y ríos de sangre que encharcaban la sala. Es en ese momento, cuando se decide poner en búsqueda y captura a Antonio Boggia, apodado como el ‘Monstruo de Milán‘.

Antonio Boggia, el ‘monstruo de Milán’

Boggia nació en 1799 en la pequeña localidad de Urio, un pequeño pueblo a orillas del lago Como. Desde joven tuvo problemas con la ley, ya que fue acusado de estafa y tuvo que marcharse a la temprana edad de 25 años a Cerdeña. En la isla italiana será encarcelado al poco tiempo por participar en una pelea en la que casi quita la vida a su rival. Sin embargo, aprovechó un motín en la cárcel para huir de la prisión. Su escapada terminó en Milán, donde asentara la cabeza durante unos años al encontrar trabajo como fogonero y casarse en 1831.

18 años de aparente tranquilidad tuvo Antonio Boggia en Milán. Parecía que su historial delictivo había sido olvidado cuando volvió a las andadas. Ahora ya no estafaba ni se peleaba, sino que asesinaba y descuartizaba. Su primera víctima fue Angelo Ribbone, un vecino de Urio a quien robó, asesinó y después despedazó en el sótano que el asesino tenía en la calle Bagnera. Lo mismo hizo con Ester María Perrocchio, dueña de la casa en la que vivía, y Pietro Meazza, un hombre de negocios que intentó que Boggia vendiera su sótano. Los restos de sus víctimas los despedazaba con un hacha y luego los llevaba en sacos a su trastero de la calle Bagnera.

Calle Bagnera donde el asesino en serie Antonio Boggia
culminaba sus crímenes

En 1860, Antonio Boggia es detenido. Fue llevado a la cárcel más cercana hasta que se celebrase su juicio. Cuando este se llevó a cabo, el asesino en serie intentó por todos los medios que le catalogaran de loco para salvarse de la pena capital. Aunque, en este caso, no se salió con la suya y fue condenado a morir en la horca. Su ejecución se produjo el 8 de abril de 1862 junto a la Puerta Ludovica, al sur de Milán. La ejecución de Antonio Boggia fue la última sentencia a muerte firmada en la ciudad hasta la Segunda Guerra Mundial.

El cadáver de Antonio Boggia fue decapitado y enterrado en el cementerio de Gentilino, a pocos metros donde había sido ahorcado. Su cabeza fue entregada al Gabinete Anatómico del Hospital Mayor de Milán para realizar estudios frenológicos en ella. A partir de este instante, la calle Bagnera quedó marcada como un callejón de los horrores. Un rumor que llega nuestros días asegura que el fantasma del asesino en serie todavía merodea en la estrecha vía y que se manifiesta como un soplo de aire gélido. Un aliento misterioso que eriza el vello a quien tiene la suerte o desgracia de presenciar la macabra sensación. Es el eco del ‘Monstruo de Milán’, como así lo llaman los vecinos. Es el ejemplo claro de que siempre hay que tener más miedo a los vivos, pero sin descuidar tampoco a los muertos.