Las leyendas y mensajes ocultos que encierra Lisboa

Las angostas y empinadas calles de la Alfama lisboeta son un laberinto de la fortuna que no se puede rechazar. La sensación de estar en un lugar diferente recorre el cuerpo cuando las brisas del mitad Tajo, mitad Atlántico rezuman sobre la Praça do Comércio. El paseo nocturno sobre la calzada portuguesa del Chiado evoca una conversación frente a frente con Fernando Pessoa. ¡Y qué conversación!

Cada palmo recorrido por la ciudad de Lisboa es un melodioso canto a la genuinidad, pero esa autenticidad natural solo es perceptible si se observa con la mirada del asombro, de la sorpresa, de la curiosidad. Porque Lisboa está plagada de enigmas sin descifrar, de mensajes ocultos solo alcance de unos pocos y de historias fascinantes a punto de ser reveladas; pero solo cuando el avezado visitante huya de esa condición de turista para convertirse en un verdadero buscador de tesoros misteriosos y legendarios, podrá acceder a la Lisboa que no se cuenta en las guías convencionales.

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Lisboa, fundada por el mítico Ulises

La fundación de la ciudad de Lisboa ya está de por sí rodeada de misterio y leyenda. Fue llamada por los romanos como Olissipo porque, según los autores clásicos, argumentaban que fue fundada nada más y nada menos que por el mítico Ulises.

Según la leyenda, donde actualmente se asienta Lisboa, antaño vivía una misteriosa mujer mitad humana y mitad serpiente. Ningún hombre se atrevía a arribar a sus dominios, pues sabían que esta mujer-serpiente acabaría con ellos. Aunque, durante una mañana, el famoso Ulises de la mitología griega llegó al estuario del Tajo para conocer todas las historias que se contaban sobre aquella enigmática criatura.

La mujer-serpiente, lejos de acabar con Ulises, se enamoró perdidamente de él. Esto fue aprovechado por el héroe griego, que se hizo pasar por un loco enamorado para que sus hombres descansaran y se preparasen para zarpar tras haberse abastecido de víveres. Pero antes de embarcarse durante la noche, Ulises subió a lo alto de la colina donde se alza el Castillo de San Jorge, y allí se dio cuenta de la belleza paisajística que le rodeaba.

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Azulejo portugués de la llegada de Ulises donde se sitúa Lisboa ante la mujer-serpiente

Por ello, antes de marcharse de aquellas tierras de la desembocadura del Tajo, pidió a sus hombres de más confianza que fundasen allí una nueva ciudad que llevara su nombre, para que también sirviera de engaño a la mujer-serpiente y que esta pensara que algún día volvería a su ciudad. Así lo hicieron y el nuevo asentamiento fue llamado Ulissea. De hecho, en el Castillo de San Jorge, una de las atalayas lleva el nombre de la Torre de Ulises en recuerdo de su heroico fundador.

Con la llegada de los romanos, el nombre de Ulissea derivó al de Olissipo, pero nunca sin olvidar su pasado mítico. Por ejemplo, Estrabón aseguraba que Ulises había estado en la Península Ibérica realmente y que había fundado una ciudad llamada Olissipo. Ptolomeo, por su parte, afirmó esa historia y recogió en sus documentos a la ciudad bajo la denominación de Oliosipón. Y los visigodos, recordando el viejo origen de la ciudad, llamaron a la plaza Ulishbon.

La leyenda de Ulises fue incluso usada por el rey Alfonso Henriques para reafirmar la reconquista de Lisboa por parte de los cristianos. También por grandes literatos portugueses como Luis de Camões o Fernando de Pessoa, que acabaron por fijar con firmeza el fabuloso relato de Ulises como fundador de la ciudad de la Lisboa.

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Torre de Ulises, en el Castillo de San Jorge de Lisboa

Las Pedras Negras que recuerdan el templo a la Madre Tierra

La calle de Pedras Negras se encuentra en pleno centro de Lisboa. Lo que poca gente sabe es que recibe este nombre porque antiguamente este era un pavimento negro, único en la ciudad, que conducía a uno de los lugares de poder que había en los alrededores: el templo de Cibeles, o lo que es lo mismo, el templo a la Madre Tierra.

El templo de Cibeles dataría del siglo II d.C. y el pavimento negro tiene su explicación mágica. Los antiguos creían que así se concentraba las energías telúricas, y el color negro marcaba una ruta diferente, como si de un camino iniciático se tratara. Dicha iniciación finalizaba en el momento en que el neófito se internaba dentro del recinto sagrado y comenzaba a tener contacto con la divinidad.

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La calle de Pedras Negras llevaba a uno de los grandes lugares de poder de Lisboa

La diosa Cibeles era la vieja representación de la Madre Tierra, de la famosa Magna Mater que tanta devoción despertaba en los romanos como si fuera una vieja reminiscencia de cultos más anteriores. Su veneración estaba tan asentada en Lisboa, que era esta deidad era conocida como «Ulisipa», poniéndose a la altura de Ulises como mítico fundador de la ciudad.

A día de hoy, del templo de Cibeles solo quedan unas aras votivas colocadas en el palacio de João de Almada, quien lo construyó sobre las ruinas del antiguo recinto sagrado. Dichas placas se pueden observar desde la propia calle de Pedras Negras que, aunque fueron sustituidas por la característica calzada portuguesa, avisa a los más espabilados sobre la existencia de un lugar mágico y de poder en pleno centro lisboeta.

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Ara votiva de Cibeles que se encuentra incrustada en la fachada del palacio de João de Almada

San Vicente y la leyenda del escudo de Lisboa

Al llegar a la Catedral de Lisboa, situada en la Alfama, es inevitable hablar de San Vicente, patrón de Lisboa. En su interior se hallan las reliquias del santo, siempre vinculadas a prodigios sobrenaturales y a curaciones milagrosas de todo aquel que realiza una petición ante lo que queda de su supuesto cuerpo. Pero más allá de portentos varios, la llegada del cuerpo de San Vicente a Lisboa esta rodeada de un manto de leyenda.

San Vicente nació en el siglo II en Huesca y, según las hagiografías, su fervor cristiano le convirtió en diácono de Zaragoza en una época donde las persecuciones romanas a cristianos estaban a la orden del día por mandato del emperador Diocleciano. De hecho, San Vicente falleció martirizado en Valencia con motivo de esas persecuciones.

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Catedral de Lisboa donde se encuentran las reliquias de San Vicente

Tras su muerte, el cadáver de San Vicente queda abandonado a su suerte, siendo protegido por dos misteriosos cuervos que no se separaban del cuerpo. Finalmente, sus restos fueron trasladados a la Catedral de Valencia, aunque con la invasión musulmana son escondidos en la otra punta de la Península Ibérica, concretamente en el Cabo de San Vicente, para evitar que fueran profanados. En este lugar se encontrarían custodiados hasta que finalmente el rey Alfonso Henriques consiguió la conquista de Lisboa para los cristianos, donde oyó que las reliquias de San Vicente se encontraban en el cabo que llevaba su nombre esperando a ser recuperados. Entonces, el primer monarca portugués se puso manos a la obra.

Alfonso Henriques mandó una barcaza hasta donde se hallaban los restos de San Vicente, donde fueron subidos los despojos del santo. Y mientras realizaban su periplo hacia Lisboa, la embarcación tuvo dos acompañantes que actuaban de vigías: ¡eran los dos cuervos que habían protegido el cadáver del santo después de su martirio!

Los cuervos no se separaron de la barcaza hasta que esta llegó a Lisboa. Cuando Alfonso Henriques vio a las dos aves revolotear sobre sus cabezas y la de San Vicente, no lo dudó ni un segundo, y convirtió aquella escena en el símbolo de la ciudad lisboeta. Así, el escudo de la capital portuguesa es una barcaza con dos cuervos encaramados tanto a proa como a popa, en recuerdo de un episodio que marcó para siempre la historia de la urbe.

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La barcaza de San Vicente y los dos cuervos conforman el escudo de Lisboa

El sebastianismo y los símbolos ocultos que hay en Lisboa

Se han mencionado los enigmas históricos que esconde Lisboa, pero no son los únicos que encierra la capital de Portugal. Aunque es cierto, que la mayoría de estos misterios permanecen dispersos por la ciudad, a modo de claves ocultas, solo pudiendo ser descifrados por aquellos «que estén preparados». Y para descifrarlos hay que saber quién fue el rey Sebastián I, qué fue de él y la extraña corriente que generó bajo el nombre de sebastianismo.

Conocido como «el Deseado», Sebastián I ha sido uno de los monarcas más queridos por Portugal. Sin embargo, su vida se truncó de muy joven, cuando decidió emprender una cruzada contra los musulmanes del norte de África y él estar a la cabeza de la expedición cuando apenas había cumplido la mayoría de edad. La campaña militar fue un fracaso y se llevó por delante su vida del propio rey portugués y de los más importantes nobles del país tras la batalla de Alcazarquivir. Los portugueses, tras la muerte de Sebastián I en batalla, no se creían que su monarca hubiera fallecido, por lo que comenzó a difundirse el rumor que aseguraba que el rey no había muerto, sino que se había marchado a Tierra Santa y volvería en las horas más difíciles de Portugal y después gobernar el mundo. De esta forma, se inició el sebastianismo, una corriente en la que de vez en cuando aparecían personajes que aseguraban ser el rey Sebastián I ante una sociedad que, en más de una ocasión, no se dieron cuenta que eran estafadores.

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Retrato de Sebastián I de Portugal

El sebastianismo marcó a la sociedad portuguesa y muchos creían en la vuelta real de Sebastián I algún día para conformar lo que llamaron como el «Quinto Imperio Universal«. Dicho imperio ya fue anunciado por António Vieira, uno de los personajes más influyentes de la Historia de Portugal, quien promulgó la venida de este nuevo orden mundial durante «las 40 horas de Sermón» que dio en la iglesia de San Roque, don dijo que Portugal fundaría un quinto imperio tras el egipcio, el persa, el asirio y el romano, cuyo emperador sería Sebastián I. Esta idea estuvo muy presente en los masones del siglo XVIII y XIX que inundaron Lisboa y, sobre todo, el marqués de Pombal, encargado de reconstruir Lisboa tras el terremoto de 1755, quien dejó en varias construcciones mensajes ocultos sobre una creencia mesiánica que venía de mucho tiempo atrás, así como su querencia por la masonería y el ocultismo.

En la Praça do Comércio existen 78 arcos, justo como las 78 cartas que existen en el tarot, así como símbolos como el delfín filosófico de la alquimia. Aunque lo que destaca es la estatua de José I cuyo pedestal tiene dos altorrelieves de un caballo y de un elefante que representan Occidente y Oriente respectivamente; y en la parte trasera del monumento se ve un bajorrelieve en el que se ve cómo Roma entrega las llaves del Imperio y del Cielo a Lisboa. Esto representaría que Lisboa es el Cielo en la Tierra y cumple la famosa premisa de «lo que es arriba es abajo», tan promulgada por masones y alquimistas. Y este Cielo terrenal entronca directamente con ese sebastianismo que buscaría implantar el «Quinto Imperio Universal«.

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Relieve de Roma entregando el imperio y el Cielo a Lisboa, en el pedestal de la estatua de José I

Además, como afirma una leyenda, se dice que este «Quinto Imperio Universal» se fundaría en el momento en que el rey Sebastián I cruzase el Arco del Triunfo o desembarcara en el Cais dos Colunas para llegar a la Praça do Comércio para instaurar ese nuevo orden mundial. Esta idea estaba muy presente en la masonería lisboeta, e incluso, es mencionada por Fernando Pessoa, aficionado al ocultismo como quedará patente más adelante. De hecho, la estatua que había en la entrada de la estación de Rossio, antes de ser destruida, representaba al rey Sebastián I con 17 años y estaba inclinada 17 grados, justo los 17 pasos cíclicos de la Historia que dictaminó Pessoa en su horóscopo para que finalmente Portugal llegara a ese «Quinto Imperio Universal«.

Esa venida de un «nuevo imperio» es lo que captaría la atención simbólicamente de la masonería, que lo habrían interpretado como un «nuevo imperio del conocimiento».  Por este motivo, atraídos por ese mensaje que transmitía el sebastianismo, Lisboa fue un nido de masones a finales del siglo XVIII y del siglo XIX, incluyendo al marqués de Pombal, y dejaron todo tipo de claves desperdigadas por la ciudad que solo ellos podrían interpretar.

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El marqués de Pombal, masón, reconstruyendo Lisboa tras el terremoto de 1755

En la Rua do Amparo, justo en una de las esquinas de la plaza de Rossio, se puede contemplar el saludo masónico, que pasa inadvertido de los viandantes y turistas que se agolpan en el centro de Lisboa. Quizá eso es lo que buscaban estos masones, que sus mensajes permanecieran ocultos a todos los ciudadanos, siendo únicamente entendidos por unos pocos iniciados.

Y los mencionados símbolos ocultos no solo se encuentran en plena calle, sino también en locales que frecuentaban los masones. Por ejemplo, en la cervecería Trindade, situada en el barrio de Chiado, está plagada de azulejos con alusiones a la masonería. En ellos se puede ver el Delta con el Ojo Solar que representa al Gran Arquitecto, a la Diosa Concordia, la Columna de la Fuerza o la cabeza y garra del León. Por otro lado, en la misma calle del Largo da Trindade, se puede observar tanto la Estrella Flamígera como el Ojo Solar del Supremo. En definitiva, Lisboa oculta muchos arcanos que comenzaron con la muerte de Sebastián I y que han llegado a nuestros días a través de los masones, que se vieron atraídos por los destellos del sebastianismo que aún pervivía y pervive.

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Saludo masónico que se puede ver en la Rua do Amparo de Lisboa

Fernando Pessoa, literato y gran aficionado al ocultismo

Si hay que destacar a uno de esos grandes aficionados al ocultismo y a la masonería, sin duda habría que destacar a Fernando Pessoa. Consagrado como uno de los grandes literatos portugueses, Pessoa cultivaba su gusto por las ciencias ocultas, a menudo plasmadas en su producción literaria.

El afán de Fernando Pessoa por el esoterismo le vino de muy pronto. Su tía Anica, de vez en cuando, realizaba reuniones espiritistas en su casa para conectar con un supuesto Más Allá. El pequeño Fernando era testigo de estas reuniones y, después de asistir a ellas, comenzó a interesarse por la escritura automática, una práctica mediúmnica con la que contactaba con personajes de otros mundo. Curiosamente, estos personajes del Más Allá le reprocharían que no se relacionara con mujeres.

De la escritura automática, Fernando Pessoa pasó a cultivar la telepatía para intentar comunicarse con su tía Anica mediante pensamientos. El literato aseguraba buscar «una visión etérica» con la que decía intentar contemplar el aura y el ectoplasma de las personas y así poder descifrar el alma que tendría cada persona.

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Estatua de Fernando Pessoa en el barrio de Chiado en Lisboa

Pero el genial poeta de heterónimos no solo tuvo curiosidad por el espiritismo. También comenzó a frecuentar los círculos de la masonería en Lisboa, interesado en conocer los entresijos de las diferentes sociedades secretas que han existido. Comenzó a experimentar una cierta cercanía con masones y rosacrucistas, con los que charlaba de ese «Quinto Imperio Universal» que esperaban con ansia. Y, sobre todo, comenzó a tener contacto con los ocultistas más importantes de la Historia, como Aleister Crowley.

Aleister Crowley se había convertido en uno de los grandes ocultistas mundiales, fundador de la religión filosófica de Thelema, algo que fascinó a Fernando Pessoa, que no dudaba en cartearse con él. Su relación fue tan grande que Pessoa comenzó a correr un rumor por los diarios de Lisboa sobre el suicidio de Crowley en Cascais para quitarse de en medio a un amor despechado. Por tanto, era frecuente ver al ocultista inglés pasearse junto a Pessoa por Lisboa.

Ambos personajes tenían largas conversaciones en el café Martinho da Arcada, que sigue en funcionamiento. En este clásico café de tertulias, Fernando Pessoa y Aleister Crowley solían hablar de ocultismo, magia y otros temas relacionados con conocimientos prohibidos. Después de sus charlas en el Martinho da Arcada, los dos echaban partidas de ajedrez, ya que los dos eran muy aficionados y buenos jugadores de este deporte de mesa. En Lisboa, aún se recuerdan esas tertulias de uno de los grandes ocultistas y de uno de los grandes literatos portugueses.

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Café Martinho da Arcada, lugar donde se reunían Fernando Pessoa y Aleister Crowley en Lisboa

Madame Brouillard, la bruja de Chiado

Fernando Pessoa, además, solía dejarse ver paseando o acudiendo a los cafés del barrio de Chiado, situado en una de las colinas sobre las que se asienta Lisboa. Esta zona siempre ha sido considerada como la más bohemia, donde se daban cita todo tipo de artistas y eventos culturales. Eso por no hablar que era punto de encuentro de los amantes de las ciencias ocultas, tan de moda a finales del siglo XIX y principios del XX.

Entre esos personajes que buscaban explicaciones en el espiritismo y en el ocultismo, se encontraba Madame Brouillard, más conocida como «la bruja de Chiado«. En realidad, se llamaba Virginia Rosa Teixeira y había nacido en 1852 en Vila Real, aunque era de ascendencia gallega. De ella se decía que había recorrido medio mundo y que sabía, nada más y nada menos que seis idiomas. Su profesión siempre habría sido la misma: vidente.

Debido a la fortuna y fama que habría amasado, Madame Brouillard compró un local en la calle Rua do Carmo, en Chiado, donde pasaba consulta a todo aquel que quisiera saber sobre ciencias ocultas. Un enano era el encargado de abrir la puerta a un establecimiento lleno de misteriosos objetos, extraños colgantes y macetas por todos lados. Después se encontraba la vidente, que se dedicaba a realizar profecías, a hacer prácticas clarividentes o adivinar el futuro. Lo curioso es que siempre tenía clientela diariamente.

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Madame Brouillard leyendo una mano en su consulta del barrio de Chiado

«La bruja de Chiado» comenzó a hacerse famosa por todo Lisboa. Era normal ver anuncios sobre sus quehaceres de vidente en los periódicos, en los que aparecía ella leyendo las manos o intentando adivinar el futuro. En los anuncios en prensa, Madame Brouillard aseguraba poder llevar a cabo vaticinios y que, entre los clientes, estaba gente de gran categoría. Y era cierto, pues a su consulta de Rua do Carmo acudía lo más granado de la sociedad portuguesa, como banqueros y ministros. De hecho, uno de sus clientes habituales era João Franco, quien fue Presidente del Consejo de Ministros de Portugal.

Las élites culturales también solían ir a ver Madame Brouillard, y uno de ellos, cómo no, fue Fernando Pessoa. El poeta quería conocer más sobre las actividades de «la bruja de Chiado» y cuando le preguntaban sobre a quién acudir para aprender sobre astrología, cartomancia o quiromancia, él se limitaba a decir «Ve a Madame Brouillard«. Eso sí, tenían que pagar entre 1.000 y 5.000 reales portugueses por consulta. Parece que hubo un tiempo en que acceder a los misterios de Lisboa no era tan fácil como ahora…

Anúncio inserto na llustração Portuguez¿, i5 de Novembro de 1915.
Anuncio de prensa sobre Madame Brouillard, más conocida como ‘la bruja de Chiado’