«Dominico Teotocopoli, natural de la ciudad de Candía, pintor residente en esta ciudad (Toledo), el cual juró de interpretar bien y fielmente lo que en esta audiencia pasare y lo que el reo en ella dijere y respondiere y lo que por los Santos Inquisidores se dijese y preguntase y mandare (…) Y que no dirá ni tratará con el más de lo que tocase a su causa, y que en todo momento hará el oficio de fiel intérprete y guardará secreto so pena de excomunión mayor late sententie«. Con estas palabras comienza el legajo correspondiente al proceso de fe que se llevó a cabo hacia Miguel Rizo Calcandil, originario de Atenas, por encubrir los supuestos ritos islámicos que hacia su amo Demetrio Phocas. Y el mencionado pintor residente en la ciudad toledana no es otro que Doménikos Theotokópoulos, más conocido como El Greco.
El que fuera autor de obras famosas de la pintura española como El entierro del conde Orgaz o El caballero de la mano en el pecho, no solo se dedicó a un trabajo que le llevó a servir al propio Felipe II (el cual después rechazó al no gustarle su forma de pintar), sino también colaboró con el Santo Oficio como intérprete en procesos en los que El Greco fue crucial. Porque, a pesar de la notoriedad que consiguió en España, Doménikos había nacido en la isla de Creta, un enclave cristiano en medio de los dominios del enemigo turco, y es por ello que estuvo marcado por su procedencia.

Los espías griegos, un problema para el Santo Oficio
El Greco llegó a Toledo en una época donde las guerras entre otomanos y coaliciones militares católicas estaban en su punto álgido. Antes de la llegada del pintor a España en el año 1576, se habían producido la batalla de Lepanto (1571) y la ocupación otomana de Túnez (1574). Ya asentado en la Península, vivió los constantes enfrentamientos entre los Habsburgo y el Imperio Otomano en el mar Mediterráneo, situado en el marco de la llamada guerra larga. La siguiente cita célebre atribuida a Felipe II enmarca de muy forma aquel contexto:
«Podéis asegurar a Su Santidad que antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese, pues no pienso ni quiero ser señor de herejes… Y si no se puede remediar todo como yo deseo, sin venir a las armas, estoy determinado de tomarlas…».
Por esta razón, la Inquisición vigiló muy de cerca a las personas que llegaban a la Península Ibérica desde cualquier punto de los dominios otomanos. Según Julio Caro Baroja en El señor inquisidor, el Santo Oficio veía posibles relaciones entre herejes que habría en territorio español con aquellas personas que provenían de naciones enemigas. Es por ello que a los extranjeros no solo eran inspeccionados por herejía, sino también por supuesto espionaje.
Esas averiguaciones por presunto espionaje se recrudecerían a finales del siglo XVI, debido a la oleada de inmigrantes griegos que arribaron a la Península. Estos griegos solían ser renegados del islam, que recorrían todo el territorio en busca de limosna para poder liberar a algún familiar cautivo por los otomanos; otros eran copistas y libreros profesionales que llegaron a Toledo bajo el amparo de Antonio de Covarrubias, maestrescuela de la catedral de la ciudad, helenista e íntimo amigo de El Greco (a quien retrató).
Detrás de estos griegos podría haber un infiel y un espía. Debido a esto, el Santo Oficio detenía a los sospechosos a la mínima denuncia que recibían. En primer lugar, no se tenía en cuenta la calidad y los objetivos del denunciante. Más tarde sí, en el momento del interrogatorio y de la acusación, como asegura Caro Baroja. Aun así, hasta que llegaba el interrogatorio, el sospechoso podía estar un período indeterminado encerrado en las cárceles de la Inquisición hasta que se celebrara y finalizara su causa.

El mejor ejemplo se encuentra en el caso de un chipriota de nombre Pablo Patricio. Este personaje había huido de Argel, donde fue obligado a renegar de su fe cristiana, aunque en su declaración juró que no lo hizo de corazón, así como ser retajado. Según recoge su proceso inquisitorial, Pablo Patricio fue enviado por sus padres a los 14 años de edad junto a otros muchachos a Venecia, pero cuando llegó a Candía fue hecho cautivo por los turcos, que lo trasladaron a Argel y lo pusieron a cargo de un maestre de campo.
Cuando pudo huir de Argel, se dirigió a España, lugar donde podría recuperar su fe católica que le habían intentado arrebatar los otomanos. Sin embargo, en vez de gozar de la libertad que ansiaba, fue encarcelado por la Inquisición en Toledo por sospechar de que se trataba de un espía turco. Así lo decía Bautista Álvarez, testigo y sobrino del encargado de la cárcel toledana del Santo Oficio.
Los problemas para Pablo Patricio aumentaron más aún durante su encarcelamiento. Tuvo que compartir celda con unos ladrones que asaltaban a los arrieros en los caminos. Como el chipriota se chivó a los carceleros de los planes de huida de estos, no dudaron en hacerle la vida imposible durante su paso por prisión. Su venganza la cobraron el 22 de mayo de 1561 cuando aseguraron que Patricio no había renegado del islam y que realizaba ceremonias propias de esta religión tales como la ablución.
Finalmente, Pablo Patricio pudo demostrar que solo realizaba los lavatorios por pura higiene personal y al ser condenados los bandoleros por múltiples delitos, quedó en libertad al ser capaz de superar el interrogatorio de los inquisidores.

En estas causas más tarde fue clave El Greco, donde intercedió entre sus compatriotas que había en Toledo. Theotokópoulos nació en Candía, isla de Creta, el 1 de octubre de 1541 y en la que vivió más de 25 años. Si bien esta ínsula pertenecía a la República de Venecia en aquel tiempo, esta se encontraba rodeada por todo el territorio perteneciente al Imperio Otomano. De hecho, la península de la actual Grecia, tan cercana a Creta, estaba dominada por los turcos y, por tanto, bajo los designios de la Media Luna. Debido a esto, El Greco hablaba los idiomas griego y castellano a la perfección y es por este motivo que la Inquisición acudía a su persona cuando algún griego era detenido sospechoso de ser espía o hereje musulmán.
Hay que tener en cuenta que Doménikos Theotokópoulos tenía contactos dentro de la Santa Inquisición. Es así como uno de los retratos más ilustres que se conocen de El Greco se trata del realizado a Fernando Niño de Guevara, cardenal que ocupó el cargo de inquisidor general, entre otros. El óleo sobre lienzo, conservado en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, es una prueba reveladora de que El Greco contó con la confianza del inquisidor general, uno de los personajes más influyentes que había en la época y que realizó un auto de fe general en la ciudad de Toledo el 6 de marzo de 1600, al cual asistió el rey Felipe III.

El proceso de Miguel Rizo Calcandil por su amo Demetrio Phocas
Inmaculada Pérez Martín, en su capítulo ‘El griego de El Greco‘ publicado en la obra compilada Toledo y Bizancio, parte de que el artista nunca olvidó su origen helénico y su influencia bizantina (siempre firmaba en griego). Esta teoría es completada por Luis Gil Fernández en la misma obra con su artículo ‘Griegos en el Toledo del Siglo de Oro‘, donde sostiene que El Greco en todo momento ayudó a sus compatriotas instalados en Toledo en cualquier trámite burocrático y administrativo, donde actuaba de intérprete. Pero donde más destacó su labor de traductor fue en asuntos inquisitoriales.
Es en el proceso de fe de Miguel Rizo Calcandil, ocurrido en 1582, donde queda patente lo fundamental que fue el pintor para sacar de apuros a sus coterráneos. Miguel Rizo era un sastre de 17 años procedente de Atenas que, a pesar de haber sido bautizado, fue llevado por los otomanos a Constantinopla junto a otros niños a la fuerza; allí le obligaron a abjurar su religión y a abrazar el islam, pasando a depender de un alguacil de nombre Ayabassis. Cuando consiguió escapar, lo hizo a Roma, lugar en el que recibió bendición y pudo besar el pie a su santidad.
Después de su estancia en Roma, Miguel Rizo vino a España y aquí su suerte cambió. Llegó al puerto de Barcelona con la premisa de querer hacer el Camino de Santiago, aunque en un principio se dirigió a Toledo como habían hecho muchos griegos en época. No obstante, fue en Toledo donde la Inquisición lo encarceló sin tomar palabra, y no por su origen ateniense, sino por acompañar a Demetrio Phocas, del cual el joven sastre era criado desde su permanencia en Roma.

Demetrio Phocas, como recoge el proceso inquisitorial, fue un renegado del islam que pasó de ser gobernador musulmán de Caffa (actual Feodosia, en Crimea) a huir a Italia. Desde Italia arribó a España con el pretexto también de hacer el Camino de Santiago para conseguir limosnas y así liberar a sus familiares, que habían sido hecho prisioneros por los turcos tras su huida.
Demetrio Phocas conoció en el viaje hacia la Península a un tal Nicola, con el que tuvo una riña a cuenta de un barril de vino. Es por esta razón que Nicola denunció al Santo Oficio en Toledo el origen musulmán de Demetrio y la relación que tenía con los turcos, además de acusarle de «lavarse diez veces diferentes partes de su cuerpo y las partes vergonzosas al modo turquesco».
El tribunal inquisitorial, en vez de detener a Demetrio Phocas, lo hizo con su criado Miguel Rizo. Este fue conducido a las cárceles que el Santo Oficio tenía en Toledo en mayo de 1582 y llamado a declarar ante los inquisidores, aunque su reclusión se alargó todo lo que duró su proceso. Es en este momento cuando apareció la figura de El Greco, al que llamaron para que tradujera literalmente al castellano todo lo que Miguel Rizo declarase.
Miguel Rizo fue tratado en las sucesivas audiencias con benevolencia debido a que había renegado del islam y que no estaba retajado. Al ser preguntado por su amo Demetrio Phocas, aseguró que los lavados los realizaba por recomendación de un médico al tener un mal «del que a veces le salía materia», es decir, una fístula anal. También añadió que el único trato que tuvo su amo con otros griegos y turcos durante su periplo fue el de hablar sobre que había renegado del islam, así como de mostrar su rechazo a todo aquello que no tuviera que ver con la religión que profesaba en su corazón.

Según Caro Baroja, El Greco fue un factor decisivo para que fuera liberado Miguel Rizo, ya que tradujo al pie de la letra todo lo que el sastre ateniense afirmaba. Sin embargo, también asegura que en el verano de 1582 la situación se complicó al cambiar de encargados el tribunal que llevaba su causa, que optaron por destituir al pintor en su labor de traductor. Este fue más duro, insistió en que Miguel era un renegado del cristianismo, que Demetrio Phocas realmente hacía abluciones rituales y por ello pedían que fueran relajados al brazo secular (hoguera).
No fue hasta el 24 de noviembre de ese mismo año, en un giro de los acontecimientos, cuando se volvió a contar con los servicios de El Greco como intérprete y se publicaron el nombre de los testigos, o sea, el único que había. Aquí salió el nombre de Nicola y se demostró que había denunciado a Demetrio por las rencillas que ambos tenían; también se decía de este que tenía fama de «cornudo en Toledo, de borracho y de malas artes». La sentencia, publicada el 10 de diciembre, absolvía tanto al amo como al criado. La causa concluía con un besamanos a las autoridades religiosas presentes en la sala.
Para denotar la importancia que tuvo El Greco en este proceso, donde intercedió de forma crucial para que Miguel Rizo Calcandil y Demetrio Phocas fueran absueltos, habría solo que leer la sentencia, donde aparece nombrado:
«Dada y pronunciada la sentencia por los santos inquisidores en el mes y año dichos, estando presente Miguel y Dominico Teotocopoli, lengua que le dio a entender lo contenido en ella, el cual dijo que besara las santas manos de los presentes Francisco de Arze, nuncio, y Pedro Gómez de Tremiana, alcaide de este Santo Oficio«.
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