«La presunción original del Diablo prefiguraba cada acto de resistencia». Esta cita de Stuart Clark ilustra a la perfección una de las asociaciones más desconocidas del Diablo, siempre relacionado con catástrofes naturales, herejías y brujería.
Además de todo lo vinculado a lo heterodoxo y a lo trágico, la figura del Maligno siempre se ha enlazado con múltiples actos de rebeldía y de desorden social. Durante el período entre los siglos XII y XVII se consideró que los rebeldes eran la encarnación del mal en el mundo cuyos actos no estaban alejados de actividades diabólicas. La idea partía de que los primeros rebeldes de la historia fueron los ángeles caídos que dieron la espalda a Dios y se transformaron en demonios.
La demonización de las revueltas contra la monarquía no dejó de ser un arma política y propagandística al servicio de los más privilegiados, que estuvo muy presente en la Guerra de las Comunidades, donde los comuneros castellanos se enfrentaron al emperador Carlos V.
La relación del Diablo con las revueltas en España
El historiador Claudio César Rizzuto, en su estudio Pensar con demonios entre los comuneros de Castilla, defiende la hipótesis de que en España se daba más credibilidad a la presencia del Diablo en focos de rebelión que, por ejemplo, en reuniones de supuestas brujas.
Esta concepción quedaría plasmada en las revueltas de los comuneros de Castilla, donde los adversarios de estos atribuyeron su origen a la actividad diabólica. En las Epístolas familiares de Antonio de Guevara queda patente ese intento del bando realista de estereotipar a los comuneros, donde en una carta enviada al líder comunero Padilla dice lo siguiente:
«No os engañe el demonio o algún vano pensamiento dejar esto de hacer por pensar
que os han de notar de liviano en lo que emprendistes y de traidor en lo que os
encargaste, porque todas las historias del mundo a los que siguen a su rey llaman
leales y a los que son rebeldes llaman traidores”.
Antonio de Guevara, en su misión de apaciguar las hostilidades, advertía a Padilla de que el demonio, rebelde y traidor, le estaba dando falsas esperanzas para continuar su lucha contra Carlos V. Según Rizzuto, en esta carta se aprecia la disyuntiva entre realistas-leales y comuneros-traidores.

Más revelador es lo que describe Pedro de Mexía, cronista del emperador, en uno de sus textos, donde directamente relaciona a la revuelta comunera como un acto propio del Diablo:
«Dos años y medio que el emperador había venido a estos
reinos, y gobernándolos por su persona y presencia, y los tenía en mucha
tranquilidad, paz y justicia, cuando el demonio, sembrador de cizañas, comenzó a
alterar los pensamientos y voluntades de algunos pueblos y gentes, de tal manera
que se levantaron después tempestades, y alborotos y sediciones».
Pedro Mexía continúa diciendo que esta actuación maligna había sido permitida por Dios para castigar al pueblo castellano por sus pecados, así como una prueba para ver si la clemencia de Carlos V estaba preparada para estos imprevistos.
La tesis de Claudio César Rizzuto también demuestra que los partidarios de Carlos V veían un componente de herejía en aquellos que se habían rebelado. A pesar de que ninguno de los ejecutados tras la derrota comunera en Villalar fuera acusado de hereje, sí se habría utilizado un vocabulario anti-herético. El mejor caso se encuentra en la figura del fraile agustino Santamarina, que realizaba manifiestos a favor de la Comunidad en Toledo; por estas predicaciones, los realistas decían que sus palabras iban en contra de la doctrina de la Iglesia como demonio que era.

El obispo Acuña, un religioso dominado por el Diablo
En la práctica de demonizar al bando comunero, también se buscó minar la reputación de las cabezas visibles de la rebelión. Uno de ellos fue el obispo Acuña, que en la Guerra de las Comunidades tomó partido por los comuneros, siendo ejecutado años después de la batalla de Villalar tras ser recluido en el castillo de Simancas (no pudo ser ejecutado junto a Bravo, Padilla y Maldonado por su condición de clérigo).

Íñigo Fernández de Velasco, condestable de Castilla, aseguraba que el obispo Acuña y su relación con el Diablo «no era poca porque tenía gran crédito entre los traidores». También admitía que no entendía cómo «un diablo de obispo» podía tener ciertos beneficios como ser obispo de Zamora.
En las afirmaciones del condestable de Castilla se puede discernir que el obispo Acuña era visto por sus enemigos como un religioso que había sucumbido al Diablo y, por tanto, había abandonado sus santos propósitos. Todo por haberse decantado por aquellos que se habían alzado contra el poder del monarca.
María Pacheco, la posesa mujer de Padilla
Pero si hubo un personaje que se demonizó dentro del bando comunero, ese fue el de María Pacheco, esposa de Padilla, cabecilla de la rebelión. Tras la ejecución de su marido, María tomó el control de la sublevación y resistió en Toledo hasta el 4 de febrero de 1522, cuando se ve obligada a huir a Portugal tras la toma de la ciudad por parte de las tropas realistas. Es por este motivo que se convertirá en el foco principal de la propaganda por parte de los afines a Carlos V.
María Pacheco fue considerada como una mujer poseída por el Diablo y dedicada a artes maléficas. Mártir de Anglería, humanista al servicio de la Corona, escribía de ella que «estaba poseída de un demonio a quien consultaba en su intimidad». Este había conocido al padre de María Pacheco cuando vivía en Granada, y decía que la supuesta posesión demoníaca de la esposa de Padilla se la había contado una camarera cercana a ella.
También en las ya citadas cartas de Antonio de Guevara a Padilla, este le advertía de las «profecías, hechicerías y nigromancias» de María, su mujer. Añadía que tuviera cuidado para su esposa no le «infernara su ánima» debido a los pactos que ella tendría con el Diablo.

Antonio Guevara creía que fue la propia María Pacheco quien inició la revuelta comunera con el objetivo de hacerse con el trono. Afirmaba que estaba «burlada por demonios» donde no dudaba en acudir a hechicerías y agorerías para conseguir sus propósitos.
Otros como el historiador Francisco López de Gómara, dejaba entrever que María Pacheco habría empezado a tener contacto con el Diablo durante su infancia en Granada. Hay que tener en cuenta que nació en esta ciudad pocos años después de que fuera conquistada a los musulmanes. Según el historiador, María «porfió tanto a las Comunidades pensando ser reina, como así se lo dijeron unas hechiceras moriscas». Con esta aseveración, se pretende también decir que tenía trato con los musulmanes a través del ya comentado lenguaje anti-herético, pues los moriscos eran despreciados por los cristianos viejos diciendo que se dedicaban a la práctica de artes mágicas.
Sería otra forma de demonizar a una de las figuras clave de la Guerra de las Comunidades, donde queda demostrado que no solo se usaron las armas físicas, sino también las propagandísticas. Y en esta segunda forma de guerra era fundamental el arquetipo del Diablo, tan temido y repudiado a la vez en aquella época en la que la religión era un pilar básico de la sociedad.
Buen artículo. En resumen todo vale, el uso del «maligno» como propaganda bélica lo explica todo. Me recuerda la historia algo más reciente de Josef Gebbles y como se puede manipular a las masas con la propaganda.
Gracias.
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