Los misterios y leyendas de Ámsterdam que ocurren cuando cae la noche

«Ámsterdam no es la ciudad del pecado, en realidad es la ciudad de la libertad; y es en la libertad donde mucha gente descubre el pecado»,  aseguraba en perfecto inglés un vecino de la ciudad, acostumbrado a ver a personas venidas de todas las partes del mundo saliendo de la Estación Central. Este proverbio es repetido como un mantra por todos los habitantes de la capital de Países Bajos (nunca hay que decir Holanda, ya que es inexacto y les molesta sobremanera).

Porque Ámsterdam no solo es el Barrio Rojo y ese continuo olor a cannabis. Eso solo es la irrelevante capa superficial. La ciudad neerlandesa son sus bellos canales, sus casas inclinadas que parecen caerse en cualquier momento o los ojos avizores en todo momento para no ser atropellado por una bicicleta. Ámsterdam es, en resumen, un alegato del lado de la contracorriente, a favor de aquellos que sacan los pies del tiesto y que defiende el no dejar indiferente a nadie. ¡Y qué bella oratoria y mordaz retórica utiliza!

Además, la capital de Países Bajos se transforma cuando cae la noche. El bullicio y la luz dan paso a un silencio y una oscuridad si uno se aleja de las calles principales. Es en ese momento cuando los canales comienzan a ser habitados por seres en los que nadie creería; esas casas inclinadas empiezan a ser recorridas por almas en pena en busca de descanso eterno; y las calles donde de día reinan las bicicletas son tomadas por las leyendas y las historias más alucinantes y desconocidas. Sin, duda la noche sienta bien al lado misterioso de Ámsterdam.

La leyenda de la fundación y primer escudo de Ámsterdam

En la Munttoren, una torre situada frente al archiconocido Mercado de las Flores, se puede observar aún el antiguo escudo de Ámsterdam (nada que ver con el actual conformado por dos leones representantes de la Corona del País y las famosas tres «X»). En él aparecen reflejados dos caballeros con sus armaduras montados en una embarcación y, en medio de ambos, a un perro asomarse por la borda. Una curiosa estampa que tiene tras de sí una curiosa leyenda que transporta a los primeros pasos de la ciudad.

Allá por el siglo XI, la zona donde hoy se levanta la capital neerlandesa únicamente era lodo y terreno enfangado. En aquellos años, uno de los personajes más relevantes de aquellas tierras era Konrado, que con los años se convertiría en el emperador del Sacro Imperio Germánico bajo el nombre de Konrado II. El que por entonces todavía era un joven aspirante al trono imperial solía viajar a los asentamientos de la zona para seguir acumulando simpatías. Por ello, decidió preparar un barco y dirigirse a la región de Frisia, para ver si se granjeaba el apoyo de sus habitantes.

Sin embargo, no todo fue como lo había pensado Konrado. Llegó a Frisia con su barco un tanto destrozado por una tormenta que se había desatado, y en la localidad marinera de Stavoren donde desembarcó ya se encontraban los lugareños esperando al famoso tripulante. Aunque la reacción de estos no era la prevista, ya que mostraron un violento rechazo al futuro emperador por ser extranjero y proveniente de territorios lejanos. También sospecharon que el joven podría ser un espía de Utrecht, con quienes los frisones mantenían fuertes disputas. Por ello, decidieron atarlo a una barcaza y abandonarlo en la costa por donde había venido, en señal de que allí no era bien recibido.

Konrado habría fallecido en aquellas aguas enfurecidas por la tormenta de no ser por un niño que se abrió pasó entre la multitud junto a su perro. El muchacho llamado Wolfert, avergonzado por el deleznable recibimiento que habían dado a aquel joven, desató al futuro emperador y se montó en la barcaza con él, siempre acompañado de su perro. Los dos y el animal se marcharon de aquellas costas en aquel bote improvisado en busca de un lugar donde encontrar tranquilidad.

Habían fijado como destino Muiden, donde ya habían mostrado su agrado hacia Konrado. Pero la tormenta se complicó, y la pequeña embarcación no aguantó los envites del temporal y fueron arrastrados a unas tierras donde nadie iba por la dificultad y pobreza del terreno. Vieron un gran canal, conocido como el Ámstel,  por el que accedieron. Como no tuvieron más remedio, allí se instalaron durante varias jornadas hasta que las tormentas desaparecieron. Cuando esto ocurrió, Konrado decidió que ya era el momento de volver, pero Wolfert, acompañado de su perro fiel, se negó a ir con él. Estaba cansado de ir a ciudades donde reinaba el salvajismo y la brutalidad, por lo que pidió al futuro emperador quedarse allí y vivir de lo que pescara. Konrado accedió y predijo que con el tiempo, aquel lugar enfangado y lleno de arenas movedizas, algún día se convertiría en uno de los centros del mundo. Y así ocurrió tras crearse un dique en aquel canal, donde comenzaron a acudir familias para vivir, llamando al lugar Amstelledam («presa del Ámstel«) que con el paso de los años derivó en Ámsterdam.

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Antiguo escudo de Ámsterdam, donde se puede ver a dos hombres y un perro bajo el mástil de la embarcación

 

La leyenda de la fundación de Ámsterdam tiene más variantes, no solo la de la historia que cuenta las aventuras de Konrado y sus acompañantes. Hay otro relato que tiene como protagonistas a los vikingos, que despertaron el temor en las costas neerlandesas debido a los feroces saqueos que llevaban a cabo. Aunque en este caso nada tiene que ver con esos ataques de los pueblos escandinavos que permanecen imborrables en los anales de la Historia.

Cuentan que un barco vikingo encalló en la costa cerca de la mencionada localidad frisia de Stavoren. La embarcación naufragó y toda la tripulación se ahogó, excepto el hijo del jefe que dirigía el bote. El único superviviente consiguió arribar a tierra firme, donde fue avistado y rescatado por un joven pescador llamado Wolfert, que en ese momento se encontraba jugando con su perro.

El náufrago vikingo pidió ayuda a Wolfert para poder ir al destino al que tenía que llegar. El pescador, conocedor de todos esos alrededores marítimos, afirmó que adonde quería ir el nórdico no se encontraba lejos de allí, y que él podía llevarle en su barca. Por ello, los muchachos se montaron en la pequeña embarcación, siempre acompañados del perro de Wolfert, que se apuntó a aquel viaje de corto trayecto. Ninguno imaginaba en ese momento que estaban a punto de comenzar una auténtica aventura.

Cuando se disponían a llegar al punto señalado por el joven vikingo, se originó una fuerte tormenta, que los adentró a aguas desconocidas sin que pudieran hacer nada. Tras ser arrastrada la pequeña barca por la corriente, el azar hizo que se introdujeran por el canal del Ámstel hasta quedar enclavados en unas arenas que pararon de golpe al diminuto bote. Al salvar la vida, Wolfert decidió crear una capilla a San Olaf, un personaje que podía ser venerado tanto por él como por su compañero de periplo. La noticia de la llegada de dos muchachos y un perro a esa zona, así como la creación de un templo religioso a un santo particular, despertó la curiosidad de los lugareños, que pronto comenzaron a acudir a la zona.

Al ver que era habitable, crearon una presa de contención para evitar el paso del mar y fundaron un asentamiento que con el tiempo sería conocido como Ámsterdam. Y para recordar a los primeros que se atrevieron en crear allí una comunidad, crearon el escudo donde se representaba a una embarcación surcando las aguas y a bordo dos caballeros (simbolizando la tradición guerrera vikinga y la valentía del pescador), sin olvidarse del perro que también se enroló en una aventura que finalizó con la creación de una de las ciudades más prósperas de Europa.

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Antiguo escudo de Ámsterdam situado en Munttoren

 

Luis Bonaparte, el ‘rey conejo’

Konrado fue uno de los emperadores más destacados que gobernaron sobre los Países Bajos, aunque no sea muy recordado fuera de las fronteras neerlandesas. Más conocido fue Napoleón, en cuyo imperio en Europa también se encontraban estas provincias. Aquí, como ocurrió en España, colocó como rey a uno de sus hermanos, en este caso, a Luis Bonaparte.

Luis Bonaparte, lejos de despreocuparse de su cargo, inició una serie de reformas que modernizaron al país. Sus políticas, unidas a un gran populismo que derrochaba en sus discursos, se ganó el respeto y el cariño de sus gobernados. Tal es así que los libros de Historia le recuerdan como un personaje bien visto frente al repudio que despertó el propio emperador Napoleón.

Desde un primer momento, Luis Bonaparte quiso aprender el idioma del país en el que iba a reinar. Incluso se lo tomó tan en serio que se hacía llamar Lodewijk I para ganarse a los habitantes. No obstante, a pesar de sus esfuerzos por conocer el idioma desde un principio, los primeros días le costaba diferenciar palabras que sonaban parecido pero que significaban algo diferente. Esta circunstancia provocó un suceso legendario que ocurrió en Ámsterdam y que tuvo como protagonista al monarca bonapartista.

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Retrato de Luis Bonaparte

En Ámsterdam recuerdan cariñosamente una anécdota que habría ocurrido en la plaza Dam. El rey Luis Bonaparte solicitó residir en el Palacio Real que destaca en la plaza y en él mandó construir un balcón con tonos dorados que se encuentra muy cercano al suelo de forma premeditada, ya que el soberano entrante decía que lo quería «cuanto más cerca del pueblo, mejor». Es en ese balcón donde tuvo lugar el acontecimiento rodeado de leyenda.

Al parecer, nada más llegar a Ámsterdam, Luis Bonaparte decidió dar un discurso íntegramente en neerlandés ante una plaza Dam abarrotada, desde el balcón dorado del Palacio Real. Desde aquí, comenzó su alocución intentando decir que era el «Koning van Holland» (en castellano «rey de Holanda«. Pero a causa de su neerlandés poco perfeccionado dijo que era el «Konijn van Holland«, es decir, algo así como «el conejo de Holanda«.

Esto hizo mucha gracia a los habitantes, que a partir de este momento comenzaron a conocer a Luis Bonaparte como el «rey conejo«. Con este apelativo ha pasado a la Historia, y todavía es recordado así, sin olvidar que ha sido uno de los grandes gobernantes que tuvieron. Incluso Napoleón le quitó del trono en 1810 por poner por delante los intereses de Países Bajos que los de Francia. Por ello, se trata de un apodo más cariñoso que una mácula. Y todo por un hecho donde la realidad y la leyenda van de la mano.

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Balcón del Palacio Real de la plaza Dam, donde Luis Bonaparte dijo  ser ‘el conejo de Holanda’

 

La Plaza Dam, entre las brumas de la Inquisición y de las brujas

Aparte de ser escenario de la anécdota del «rey conejo«, la Plaza Dam es símbolo de Ámsterdam en el devenir de los tiempos. Ha sido testigo de primera mano de muchos acontecimientos. Entre ellos, destacan los que tienen una relación íntima con la Inquisición, que también estuvo presente en estas tierras.

A pesar de que el Santo Oficio fue introducido por el emperador Carlos V en Países Bajos, estos ya contaban con unos tribunales locales que se encargaban de procesar a herejes. De hecho, los tribunales de Amberes (ciudad ahora belga) ejecutaron a más de 100 personas acusados de herejía, siendo más implacables que la propia Inquisición instaurada por orden imperial en 1523, cuyo inquisidor fue Frans van der Hulst. También hay que mencionar que la Inquisición en las 17 provincias que conformaban los Países Bajos era independiente a la española, esto es, no tenían nada que ver.

Los primeros pasos inquisitoriales fueron suaves, ya que la población era casi en su totalidad católica. Pero con la llegada del protestantismo fue reforzada con la figura del inquisidor Pieter Titelmans y comenzó a procesar sin titubeos a todo aquel que podría tener una ligera sospecha de realizar prácticas tildadas de heréticas. Las persecuciones inquisitoriales fueron tan feroces que el propio Felipe II llegó a afirmar que la «Inquisición de los Países Bajos era más despiadada que la de España». Y muchas de estas ejecuciones tuvieron lugar en la Plaza Dam, por ser el espacio público más importante que había junto a la Grand Place de Bruselas. La más conocida fue la quema en la hoguera de Anneken Hendriks en 1571, una anabaptista frisona que se negó a confesar su confesión religiosa ni a delatar a nadie durante los interrogatorios y torturas que vivió; su caso fue tan famoso que se realizaron grabados de su ejecución que a día de hoy se conservan.

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Grabado que representa la quema en la hoguera de Anneken Hendriks, en la Plaza Dam de Ámsterdam

Por la Plaza Dam desfilaron todo tipo de herejes, que vieron cómo su suerte estaba echada en los autos de fe y cómo su desenlace llegaba después. Aunque sí hay que destacar a una de las víctimas que aparecen en la mente siempre que se menciona al Santo Oficio, esas son las brujas. Porque en la plaza principal de Ámsterdam también hubo ejecuciones de personas que habrían tenido trato directo con el Diablo y que se dedicaban a todo tipo de prácticas brujeriles.

Por ejemplo, el 27 de febrero de 1555, en la Plaza Dam fue quemada en la hoguera Meyns Cornelis van Purmerend, una criada de Ámsterdam, acusada de brujería. De ella se decía que durante 20 años recibía visitas de otras brujas a su casa, que muchas veces se metamorfoseaban en gatos, para que se uniera a ellas en aquelarres donde adoraban al Diablo. Meyns Cornelis van Purmerend también inculpada de haber yacido con el mismísimo Maligno y que tras ello tenía la facultad de embrujar a personas y a animales como ovejas o vacas.

Otra supuesta bruja que fue relajada al brazo secular en el mercado público de Ámsterdam fue Engel Dirks, de quien se decía que había renegado de Dios, hacía conjuros prohibidos y tenía contactos con un espíritu maligno. La última bruja condenada en la Plaza Dam fue en 1564,  una mujer acusada por su vecinos de que por la noche le daban ataques de fiebre donde deliraba sobre el Diablo y sobre reuniones de brujas; tras ser azotada, confesó que desde hacía siete años había tenido conexión con un demonio llamado «Pollepel» que le había enseñado a practicar magia, a crear tormentas, a destrozar barcos desde la distancia y a convertir el dinero en higos. Murió en prisión a causa de las torturas, pero su cadáver fue reducido a cenizas en el espacio público de Ámsterdam.

Tras esta muerte, la brujeomanía en los alrededores decreció considerablemente y los inquisidores comenzaron a convencerse de que eran meras fábulas propias de la superstición y de los males que achacaban a Europa. El cambio de mentalidad respecto a las brujas quedó demostrado en el proceso de Gijsbertgen Jans, una anciana de 70 años que, a pesar de haber sido encerrada en las cárceles secretas de la Inquisición, fue absuelta. Los tiempos habían cambiado, pero la Plaza Dam quedó marcada para siempre.

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Plaza Dam de Ámsterdam, donde tuvieron lugar las ejecuciones de la Inquisición, entre ellas, la quema de varias brujas

 

Los fantasmas y fenómenos paranormales en Ámsterdam

Hechos luctuosos como las ejecuciones de herejes y brujas en la Plaza Dam, según los parapsicólogos, impregnarían un determinado lugar, donde estarían condenados a repetirse una y otra vez. Hay quien afirmar que en la plaza más importante de Ámsterdam, cuando cae la noche y comienza a no tener tanta algarabía de personas, se escuchan los ruidos y los lamentos de aquellos que hace siglos fueron víctimas de la Inquisición.

Quizá tenga que ver con el enigmático avistamiento que ocurrió el 25 de septiembre de 1874, cuando varios testigos que se encontraban en el edificio donde hoy se encuentra el museo Madame Tussauds vieron desde las ventanas a una figura femenina deambulando por la parte superior del Palacio Real de la Plaza Dam. Aquella visión nunca fue aclarada y la teoría de que era alguien arreglando el reloj no fue aceptada por todos.

Incluso se ha ido más allá, nunca mejor dicho, y cuentan que aún se pueden notar también en la Plaza Dam la presencia de aquellos manifestantes que fallecieron durante la represión desatada por los nazis entre los días 25 y 27 de febrero de 1941 después de que los conductores de transporte público se negaran a desplazar a los judíos desde su barrio hasta la Estación Central de Ámsterdam, desde donde eran llevados a campos de exterminio.

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En la parte superior del Palacio Real de la Plaza Dam se vio a una mujer fantasmal el 25 de septiembre de 1874

Las leyendas sobre fenómenos paranormales en la Plaza Dam no son relatos aislados. A pesar de que no forman parte de las explicaciones de los guías turísticos, Ámsterdam está plagada de historias sobre aparecidos y de edificios donde los fantasmas camparían a sus anchas. Quizá, el caso más conocido es el del «fantasma de Zeedijk«, que tiene como protagonista a una joven llamada Helena.

Helena era una joven que vivió en el siglo XVIII en el actual número 134 de la calle Zeedijk, junto a su padre y a su hermana Dina, donde tenían una curtiduría. La leyenda cuenta que la joven se enamoró perdidamente de un apuesto marinero llamado Wouter, pero el muchacho no le correspondía en su amor. ¿Y por qué? Porque él estaba locamente prendado de Dina, la hermana. Helena no lo sabía, hasta que interceptó una sentimental carta donde Wouter declaraba su amor a Dina y esta a él. Algo que provocó un gran arrebato de celos en Helena y que acabaría en tragedia.

Al parecer, nublada por la ira y la cólera, Helena decidió buscar a su hermana Dina, a la que halló en su habitación. Después, iniciaron una fuerte pelea, en la que Helena dejó inconsciente a su hermana. Tras ello, condujo el cuerpo hasta el sótano de la curtiduría de Zeedijk, donde dio un golpe mortal y definitivo a Dina en la cabeza para luego cerrar con llave el mencionado sótano. Allí quedó para siempre el cadáver para siempre.

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Calle Zeedijk, donde vivían Helena y su hermana Dina

Al darse cuenta de que Dina había desaparecido, Wourt pensó que se había ido de Ámsterdam. Para llenar su vacío, decidió iniciar una relación con Helena sin saber que había sido la verdugo de su amada. Se casaron y la muchacha nunca reveló el asesinato de su hermana hasta el momento de su muerte, en el que contó a su marido lo sucedido décadas atrás. Wourt, montó en cólera y como sabía que Helena iba a morir de forma inminente, le lanzó una maldición en la que aseguraba que jamás encontraría la paz.

Dicho y hecho. El 24 de julio de 1753, el número 134 de la calle Zeedijk fue el escenario de fuertes gritos, ruidos y de objetos que se movían solos. Los fenómenos extraños siguieron ocurriendo durante días ante el miedo de los vecinos y la sorpresa de los guardias de la ciudad. Entonces recordaron la vieja maldición que Wourt había lanzado a Helena por asesinar a su hermana Dina.

Lo curioso es que justo un siglo después, el 24 de julio de 1853, los misteriosos sucesos volvieron a suceder en la casa donde Helena vivió y asesinó a su hermana. En esta ocasión, cientos de personas acudieron al lugar para ver qué ocurría, aunque no pudieron ver quién provocaba todo aquello. Por tanto, ese mismo día pero en 1953, periodistas y personas que conocían la leyenda del fantasma de Helena se arremolinaron en la puerta del edificio para presenciar los hechos sobrenaturales. Desgraciadamente, durante ese día no sucedió nada y el fantasma de Helena no hizo acto de presencia…

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Número 134 de la calle Zeedijk, donde habría vivido Helena y donde se manifestaría su fantasma

Otro lugar marcado por leyendas de fantasmas tiene razón de sí en el Ossenspooksteeg. El nombre de este pequeño callejón situado entre la antigua Iglesia Luterana Redonda y uno de los edificios más antiguos de Ámsterdam lo dice todo: significa algo así como «callejón del fantasma del Ossen«.

La denominación de Ossen es una derivación del apelativo que tenía una cervecería que existía en el viejo edificio citado, llamada «t’Ojse‘. Pero lo que llama más la atención es el origen del resto del nombre del callejón. Porque, efectivamente, lleva aparejada una historia donde los aparecidos entran en escena.

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Edificio y callejón del Ossenspooksteeg

No hacía mucho tiempo los trabajadores de la desaparecida cervecería evitaban bajar a la bodega cuando caía la noche del viernes. El motivo era que varios testigos que habían descendido a la despensa durante esta jornada nocturna habían salido huyendo de pánico al toparse con un fantasma que habitaría en ella. La presencia fantasmal tenía unos ojos rojos como el fuego y por su boca desprendía un olor apestoso.

El fantasma del Ossenspooksteeg fue tan famoso que los padres prohibían a los más pequeños jugar en sus alrededores. Los pescadores, por si parte, evitaban amarrar sus embarcaciones allí, aunque al lado se encontrase un pequeño puerto sobre las aguas del canal Singel. Hoy en día ya no existe la cervecería en el antiguo edificio, sino un restaurante que ha mantenido la estética original de la estructura. Y quién sabe si también permanece el miedo de bajar a la bodega cuando llega la noche del viernes.

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Restaurante del Ossenspooksteeg, lugar donde se aparecería una entidad con ojos rojos

Por la parte trasera del Ossenspooksteeg se abre paso la Koggenstraat, una estrecha calle cuya importancia sería baladí de no ser porque también tiene asociada un relato de fantasmas. Para ello hay que acudir a la vivienda de dos plantas correspondiente al número 11 de Koggenstraat, al principio de la calle si se accede por la ladera del canal Singel.

En la actualidad son domicilios residenciales, pero  hace más de un siglo, Koggenstraat 11 albergaba una relevante imprenta de la ciudad. A simple vista, era un establecimiento donde se imprimía prensa local, libelos y panfletos. De manera privada, se trataba de uno de los enclaves más encantados de todo Ámsterdam.

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Konggenstraat 11, en la actualidad

Eso bien lo sabían los trabajadores y, sobre todo, los propietarios que a su vez moraban en el edificio. Porque la imprenta, que estaba colocada en el ático, cuando las luces se apagaban, se activaba sola y comenzaba a funcionar sin que nadie la estuviera utilizando. Los dueños, que dormían en la planta de abajo, oían aterrorizados cada noche los ruidos que provenían de la buhardilla, mientras se escondían bajo las sábanas.

A la mañana siguiente, cuando subían a la imprenta, se encontraban con los tornillos esparcidos por el suelo, la máquina todavía caliente de haber funcionado y papeles usados por todos los lados. Por eso, aún impacta pasar por la noche ante Koggenstraat 11 y alzar la vista adonde se supone que estaba el ático supuestamente encantado…

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El número 11 de Koggenstraat fue escenario de fenómenos extraños cuando era una imprenta

 

El milagro de Ámsterdam que se recuerda en la ‘Procesión Silenciosa’

Y al mencionar sucesos acontecidos en Ámsterdam donde la realidad histórica y la leyenda se entremezcla es inevitable aludir al denominado como «milagro de Ámsterdam«. Este hecho prodigioso, ocurrido en el año 1345, a día de hoy es recordado como uno de los capítulos más sobrenaturales que tuvieron lugar en la Europa de la época.

El protagonista fue un enfermo que vivía en la actual Kalverstraat y que afrontaba sus últimos momentos de vida. Su fallecimiento era tan inminente que un sacerdote le dio el viático, es decir la última comunión antes de que el moribundo feneciera definitivamente. Por ello, introdujo una hostia consagrada en la boca del agónico hombre antes de que falleciera. Sin embargo, a los pocos minutos de abandonar la casa el sacerdote, no pudo evitar vomitar todo lo que había comido a causa de sus últimas horas, incluida la hostia consagrada.

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Cuadro del enfermo protagonista del ‘milagro de Ámsterdam’ en el momento en que recibe el viático

 

La criada que cuidaba al enfermo no le quedó más remedio que limpiar el vómito y se dispuso a quemar aquellos restos en la hoguera que había encendida en la casa de Kalverstraat. Como era ya de noche, dejó encendida la lumbre y se marchó a su cama. Y es a la mañana siguiente cuando un hecho prodigioso estaba a punto de ocurrir ante la atónita mirada de aquella mujer.

Al levantarse la criada a primera, en la hoguera que había encendido la noche anterior había una escena que nadie conseguiría explicar. Mientras que aún quedaban unas pocas ascuas, todos los restos arrojados al fuego se habían consumido, excepto la hostia consagrada que comenzó a levitar sin quemarse sobre las llamas. La mujer, llena de estupefacción, acudió a toda prisa al mismo sacerdote que dio el viático al enfermo, encontrándole en la cercana iglesia de San Nicolás. Allí contó todo lo sucedido con todo lujo de detalles y el religioso, asombrado por aquel relató, no dudó en personarse lo más rápido posible en la casa para ser testigo del prodigio. Y tanto que lo fue.

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El milagro de Ámsterdam tuvo lugar en 1345 cuando una hostia consagrada levitó sobre el fuego durante toda una noche

El sacerdote también vio la hostia consagrada flotando sobre las ascuas de la lumbre y consciente de que aquello era algo sobrenatural, decidió cogerla y transportarla a la misma iglesia de San Nicolás. Pero el episodio del milagro de Ámsterdam no finalizó ahí, ya que al día siguiente, cuando el religioso acudió al templo religioso para rezar ante la sagrada forma, se percató que había desaparecido: había regresado, de forma misteriosa, a la casa de Kalverstraat donde sucedió el hecho inexplicable.

No contento con lo sucedido, el religioso volvió a coger la hostia consagrada y de nuevo la llevó a la iglesia de San Nicolás. Y otra vez, al día siguiente, la sagrada forma se transportó al lugar del milagro. Así hasta tres veces. Por ello, vencido por una voluntad que no comprendía, el sacerdote comprendió que aquel trozo de pan ácimo quería estar en ese lugar y no en otro. Sin rechistar, tras la inevitable muerte del enfermo, en aquella casa se levantó un improvisado templo religioso, la Capilla del Santo Lugar.

Hasta la Capilla del Santo Lugar comenzaron a llegar fervientes católicos de la ciudad. Después empezaron a llegar personas de todas partes para rendir culto a la hostia consagrada que había protagonizado el milagro de Ámsterdam. En poco tiempo, el lugar se convirtió en un auténtico punto de peregrinaje. Lo que hacían era sacar en procesión a la sagrada forma y llevarla hasta la iglesia de San Nicolás para luego retornar a la capilla de origen, rememorando las teletransportaciones que habría realizado bajo el nombre de la «Procesión del Milagro«.

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El ‘milagro de Ámsterdam’ despertó gran devoción entre los católicos de la zona

Esos mismos peregrinos, por otro lado, nunca imaginaron que años posteriores, aquel recinto se convertiría en foco de problemas. En los años 1421 y 1452, la capilla fue escenario de sendos incendios en los que, si bien se pudo rescatar la sagrada forma (a pesar de que la leyenda decía que aguantaba el fuego), tuvo que ser reconstruida al haber quedado carbonizada.

Con la llegada del protestantismo, la Capilla del Santo Lugar fue saqueada y profanada en varias ocasiones. Durante la fiebre iconoclasta en los Países Bajos del año 1566, la capilla fue destrozada y la protagonista del milagro de Ámsterdam desapareció para siempre. No vivió mejor suerte el templo, que 12 años después pasó a manos de los protestantes, que lo convirtieron en un establo y en un almacén. Los pocos restos que quedaron fueron escondidos por los católicos en la iglesia que habían levantado de forma clandestina en el Begijnhof, donde actualmente se custodia el sagrario que habría custodiado la prodigiosa hostia consagrada.

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Sagrario donde se habría custodiado la hostia del ‘milagro de Ámsterdam’

La procesión corrió la misma suerte. Fue prohibida y no se volvió a realizar hasta 1881, cuando dos católicos de la ciudad se encontraron un documento en el que se recogía la tradición de la «Procesión del Milagro«, ya olvidada desde hace siglos. Ese mismo año, decidieron rescatarla y llevarla a cabo, algo que volvió a despertar durante los años venideros la devoción en el milagro de Ámsterdam. Ante este repunte del catolicismo en la capital de Países Bajos, los protestantes decidieron demoler en 1908 lo que quedaba de la que había sido la Capilla del Santo Lugar, para evitar que el edificio volviese a tener el cariz de peregrinaje de decenios atrás.

Hoy en día, el primer domingo después del 12 de marzo, en Ámsterdam se recuerda la «Procesión del Milagro» a la que acuden miles de personas; eso sí, es popularmente conocida como la «Procesión Silenciosa» porque se lleva a cabo con el silencio de los asistentes para tener presentes las prohibiciones y los saqueos que vivieron los católicos. Actualmente, donde tuvo lugar el milagro de Ámsterdam y donde se ubica la Capilla del Santo Lugar se halla una tienda perfumes y de cosméticos, así como el «Amsterdam Dungeon». Solo queda la «Columna del Milagro«, situada junto al Rokin, que se colocó en 1988 y que habría pertenecido a la Capilla del Santo Lugar en la que lo sobrenatural se habría mostrado ante los vecinos de Ámsterdam.

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La Columna del Milagro, situada frente al edificio donde estuvo la Capilla del Santo Lugar

El enigma de la tumba de Beguina Cornelia

Se ha comentado ya que los pocos resquicios que quedaron de lo que supuso el milagro de Ámsterdam dieron custodiados en el Begijnhof. Este emplazamiento de la capital neerlandesa, en medio del centro histórico, siempre fue el reducto católico de la urbe, aunque tuvieran que recurrir a la clandestinidad. En su interior resistió una comunidad de beguinas a los envites que pegaban los protestantes de puertas para fuera.

De hecho, las beguinas de Ámsterdam vieron cómo les confiscaron su iglesia y tuvieron que pasar a la clandestinidad. Para ello, unieron dos casas en las que construyeron en su interior una capilla para poder llevar a cabo sus oraciones. A ella, cuando la noche caía, las religiosas acudían a escondidas y en silencio para dar rienda suelta a su catolicismo.

A día de hoy, ya no quedan beguinas en el Begijnhof, pero las viviendas siguen en pie, donde hasta hace bien poco sus vecinas seguían de forma estricta las reglas de este tipo de comunidades religiosas femeninas. Todavía se conserva la capilla clandestina  y se mantiene en pie la única casa de madera que queda en Ámsterdam.

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Capilla del Begijnhof clandestina

Las dependencias del Begijnhof están abiertas al público, donde se pueden acceder a la iglesia que fue confiscada por los protestantes, a la capilla clandestina y a un amplio jardín. Y junto a esa gran explanada verde es donde se  encuentra uno de los enigmas más desconocidos de la ciudad.

Los turistas que entran en el recinto, cuando se dirigen a fotografiar el jardín del Begijnhof, no se percatan de una losa de piedra que rompe la estética de los adoquines. Parece una improvisación rudimentaria para tapar un agujero, pero en el escalón que hay al lado, existe un mensaje grabado. Es un epitafio y la gran losa de piedra se trata de una tumba, concretamente la  de Beguina Cornelia.

La tumba de Beguina Cornelia, como su propio nombre indica, pertenece a Cornelia Arents, que fue miembro de la comunidad de religiosas en la primera mitad del siglo XVII. Por tanto, fue testigo de la clandestinidad de las beguinas en una ciudad declarada protestante.

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Tumba de Beguina Cornelia, en el Begijnhof

En este contexto, aunque las iglesias católicas habían pasado a manos de los protestantes, estos permitían que aquellos que habían profesado el catolicismo pudieran ser enterrados en templos religiosos, aunque ya no entraran dentro de su dogma. Así, muchas beguinas aceptaban ser enterradas en iglesias que antes habían sido católicas. Pero Cornelia Arents se negó a ello cuando se acercaba su fallecimiento, llegando a decir que prefería «mil veces un sepulcro en una cuneta que una iglesia».

Y así lo pidió. La muerte llegó a Beguina Cornelia el 14 de octubre de 1654 y su expreso deseo era ser enterrada fuera de suelo sagrado, algo que estaba mal visto al ser donde se inhumaba a mendigos, suicidas, herejes y malhechores. Pero Cornelia Arents prefería ser enterrada ahí que en suelo sagrado para los protestantes. Deseo que no se cumplió, ya que las propias beguinas decidieron enterrarla en el beguinario.

Es aquí cuando comienza el misterio. La leyenda cuenta que tras ser enterrada en el beguinario, por la noche se oían extraños ruidos en el interior y por la mañana sus restos aparecían en una alcantarilla donde en la actualidad se encuentra la tumba de Beguina Cornelia. La situación se repitió durante las próximas dos noches y las religiosas comprendieron que era el espíritu de Cornelia Arents pidiendo que se cumplieran sus deseos. Ese mismo día trasladaron su sepulcro al jardín donde se transportaba de forma inexplicable su cuerpo cuando caía la noche y ahí ha permanecido hasta nuestros días.

La historia de la tumba de Beguina Cornelia cayó en el olvido hasta que en 1727, mientras se estaban acometiendo obras en el Begijnhof, apareció en el jardín una caja de madera con restos óseos. La leyenda de Cornelia Arents se había confirmado de esta manera, por lo que las beguinas comenzaron a cuidar de forma más meticulosa aquella losa de piedra que había en el jardín. En 1986, junto a la tumba, se situó un epitafio que recordaba a la religiosa, pero con un dato curioso y erróneo: pone que falleció el 2 de mayo de 1654, cuando en realidad lo hizo el 14 de octubre. Esto no ha sido motivo para que cada 2 de mayo la tumba de Beguina Cornelia sea adornada con todo tipo de flores típicas de aquellas tierras.

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Epitafio de Cornelia Arents, en el que pone que falleció el 2 de mayo de 1654, aunque en realidad murió el 14 de octubre de ese mismo año

 

La ‘casa de las cabezas’ de Ámsterdam que recuerda crímenes

Más truculenta y menos idílica es la historia que hay tras el edificio que conforma el número 123 de Keizersgracht. Este es conocido popularmente como «Huis met de Hoofden«, algo así como «La casa de las cabezas» en castellano. Y no es para menos esta denominación, ya que al levantar la mirada ante ella destacan seis altorrelieves de cabezas que parecen estar observando al transeúnte desde la fachada en cada paso que da.

Estas caras de «La casa de las cabezas«, levantada en el año 1622, reflejan los rostros de varios dioses grecorromanos como son Apolo, Ceres, Mercurio, Minerva, Baco y Diana. Pero durante mucho tiempo, cuando la población local no identificaba tan fácilmente a estas divinidades de tiempos clásicos, recurrían a la leyenda. Una leyenda que aún se recuerda en cuanto se transita delante del edificio.

Se relata que, en realidad, las cabezas representadas no tendrían relación alguna con deidades de la Antigüedad, sino que se serían el vivo retrato de seis ladrones. Dichos mangantes habrían intentado penetrar en la casa cuando apenas lleva construida unos días. Y nada más irrumpir en ella, se toparon con una presencia que nunca imaginarían: se toparon de bruces con la criada de Nicolaas Sohier, un corredor de bolsa y mecenas que fue el primer huésped de la vivienda.

La criada no llevaba los típicos atuendos de sirvienta de la época. En su mano llevaba un cuchillo al estar en la cocina en el momento en que los asaltantes penetraron en la mansión. Y en vez de achantarse ante la presencia de seis cacos, la criada hizo uso del afilado cuchillo y se dispuso a atacar a los ladrones. Así, se avalanzó uno a uno contra ellos y tras quitarles la vida comenzó a descuartizarlos sin piedad. Y lo primero que hizo fue decapitarlos. De esta forma, el suceso habría sido tan sonado que se quiso conmemorar colocando los bustos en las entrada de cada uno de los seis ladrones que fueron a robar en «La casa de las cabezas» y se encontraron con la muerte. Sea real o no, lo cierto es que aún prevalece la leyenda popular sobre la realidad artísticas de estos relieves…

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Los bustos de ‘La casa de las cabezas’ recordarían el asesinato legendario de seis ladrones que ocurrió en el edificio

Bloedstraat o la ‘calle de la Sangre

«La casa de las cabezas» guarda en sus muros, nunca mejorar dicho, el recuerdo de un supuesto hecho luctuoso que aconteció entre sus paredes. Por este motivo, es uno de los puntos clave de la geografía «negra» de Ámsterdam. Una especie de mapa donde se puede recrear crímenes y sucesos truculentos donde impera lo sangriento. Y dentro de esa ruta por los emblemas de lo sangriento en la capital neerlandesa sobresale una calle que lo dice todo en su designación: Bloedstraat, que es una adaptación a lo que en castellano significa «calle de la Sangre«.

La Bloedstraat en nuestros días no es más que una calle más dentro del Barrio Rojo, donde la lujuria y el divertimento campan a sus anchas. Nada que ver a lo que simbolizó esta pequeña vía en tiempos en los que el Gran Duque de Alba dominaba todos estos territorios a golpe de los Tercios de Flandes.

Para ahondar en el origen del nombre de Bloedstraat o «calle de la Sangre» habría que viajar a ese siglo XVI, tan crucial para la Historia de Países Bajos. En esta época, la pequeña calle era la más cercana al Nieuwmarkt, plaza del mercado donde también se llevaban a cabo ejecuciones públicas. Si bien la Plaza Dam había albergado las condenas a muerte por parte de la Inquisición, este recinto habría sido lo mismo para la justicia civil. En ella eran ajusticiados asesinos y ladrones, para luego ser expuestos sus restos en la torre medieval que aún corona el Nieuwmarkt.

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Torre medieval del Nieuwmarkt, donde en el siglo XVI eran ajusticiados ladrones y asesinos

Toda la sangre de los que morían en el patíbulo no iba a los canales, sino que iba calle abajo, esto es a la Bloedstraat. Debido a la imagen dantesca que esto provocaba en la gente que asistía a las ejecuciones públicas, aquel cauce que seguía el reguero de sangre comezó a ser conocido popularmente como «calle de la Sangre«.

Además, las viejas crónicas de Ámsterdam aseguran que donde se encuentra la Bloedstraat, en el siglo XVI, había un monasterio donde el Gran Duque de Alba, considerado como el «coco» en Países Bajos, decidió establecer una cámara de torturas para aquellos denunciados por el Tribunal de Sangre, como así era designado despectivamente por los vecinos al encargarse de perseguir a todo aquel que fuese en contra de la Monarquía Hispánica. Posiblemente este sea otro argumento para arrojar luz al sinuoso y tremebundo nombre que recibe la calle.

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Bloedstraat, conocida popularmente como ‘calle de la Sangre’

 

El Bullebak: el monstruo que habitaría las aguas de Ámsterdam

Para algunos guías turísticos de la ciudad, empeñados en denostar todas las historias que narran apariciones, sucesos imposibles y prodigios, son meras fabulaciones. No caen en que, a menudo, la fantasía es el único mecanismo por el que una determinada comunidad puede vehicular un conocimiento que no comprende. Quizá, sin la contraposición realidad-fantasía no habría moralejas y, por ello, personajes como el Bullebak nunca habrían formado parte del acervo cultural y legendario de Ámsterdam.

El Bullebak sería una misteriosa criatura que moraría en las aguas de los canales de la ciudad. Su aspecto es una mezcla de gran anfibio y pez, con unas grandes fauces con las que devoraría a todo aquel que se interpusiera en su camino. Se desplazaba por el agua emitiendo ensordecedores ruidos que provenían de las profundidades, pero solía merodear a la altura del puente 149. De hecho, ahora este puente recibe el nombre de «Bullebak«, pues era un lugar a evitar por el vecindario, ya que sabían que este ser solía bucear por allí.

Y no era para menos. El Bullebak se alimentaba de todas las personas que caían a los canales, ya fuera por un accidente o, sobre todo, porque iban con unas cuantas copas de más o bajos los efectos de sustancias psicotrópicas. También el monstruo acuático se acercaba a las orillas cuando los niños jugaban cerca del agua; si se descuidaban, el Bullebak no dudaba en arrastrarlos hasta el fondo para devorarlos. Queda patente el carácter moralizante de esta criatura acuática que con sus terrorífica fisionomía y sus atroces facultades provocaba que los niños no corrieran el peligro de precipitarse a los canales o aquellos que iban en estado de embriaguez pudieran morir ahogados. Así que en muchos puentes de Ámsterdam, como si de una advertencia se tratase, el Bullebak permanece esculpido en piedra para tener presente los riesgos que tienen las aguas de Ámsterdam.

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El Bullebak sería un monstruo acuático que devoraría a todo el que cayera a los canales de Ámsterdam

 

Las ninfas que provocaban quebraderos de cabeza en el Ámstel

Aunque el Bullebak es una de las criaturas más extendidas, no es el único ser fantástico que viviría en los canales de Ámsterdam. Un mito recurrente que se repite una y otra vez en todas partes del mundo también tiene su presencia en la capital de Países Bajos: son las ninfas del Ámstel.

Entre los marineros y pescadores más mayores aún cuentan de boca en boca que no hace mucho tiempo esas bellas mujeres con cola de pez que embelesaban a cualquiera nadaban por las noches por el Ámstel. Para demostrar que era real lo que narraban hacían uso de una leyenda con una ubicación real: el puerto de Achtergracht.

Achtergracht es un diminuto embarcadero situado en un saliente del Ámstel, donde los pescadores amarraban sus pequeños botes. Este no tendría la menor importancia de no ser por un hecho misterioso que acontecía en él cada noche. Parece ser que cuando amanecía, los marinos que se levantaban pronto para faenar veían cómo las barcas habían sido destadas del muelles y permanecían flotando por todas partes.

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Las ninfas habitarían en el Ámstel

Los pescadores aumentaron su enfado al presenciar esta «broma» mañana tras mañanas. Hasta que uno de ellos quiso poner fin a esta molesta rutina y decidió hacer guardia durante toda la noche para delatar a quien se dedicase a desatar los barcos del puerto de Achtergracht. Lo que no se esperaba es que, de madrugada, iban a salir unas ninfas del Ámstel en dirección al embarcadero.

Ante aquel avistamiento, poco o nada importó al hombre que aquellas criaturas no fueran como él. Se avalanzó sobre ellas y logró capturar a una de las ninfas, mientras que las demás huían despavoridas canal arriba. A la bella mujer con cola de pez no le quedó más remedio que implorar clemencia a aquel malhumorado señor.

Para ello, la ninfa le garantizó que si le dejaba en libertad, le obsequiaría con un regalo que no podría rechazar. El marinero, que por momentos abandonaba su ira hacia una conducta más empática, aceptó la oferta y la dejó marchar junto a las otras ninfas del Ámstel.

En el instante en que liberó a la ninfa, de las aguas del Ámstel comenzó a brotar una barca con un material que relucía sobre la cubierta. Era nada más y nada menos que un bote lleno de oro, en señal de recompensa. A la mañana siguiente, el pescador acudió a la cofradía y comentó lo sucedido a sus compañeros de faenas. Nadie le creyó, pero fue una demostración de que en Ámsterdam, cuando uno menos se lo espera, se puede topar con lo inimaginable.

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Una ninfa del Ámstel regaló un bote lleno de oro a un pescador a cambio de su libertad

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