La bandolera alavesa que vivía entre cadáveres y esqueletos en una cueva de Peñacerrada

La literatura de cordel y los romances de ciego esconden increíbles historias aún por contar. El ciego, armado con un simple instrumento y su voz, comenzaba a recitar sucesos increíbles que ocurrían a gente creíble. Después esa copla cantada era vendida en pliegos impresos que rompieron el aislamiento cultural de muchos lugares del entorno rural. Así, varias generaciones se mantenían informados y aprendían a leer a través de la literatura de cordel y sus fascinantes aventuras en verso.

Y una de esos relatos tiene lugar en los agrestes cañones que rodean a la localidad alavesa de Peñacerrada,  a unos 30 kilómetros de Vitoria-Gasteiz. Allí, entre las cuevas que pueblan estos riscos, aún se recuerdan en el ambiente las correrías de Serafina Alcázar, una bandolera alavesa desconocida cuyas andanzas darían para una novela.

Serafina Alcázar, de familia acomodada a huir por amor

Serafina Alcázar nació en los primeros años del siglo XIX en Álava el seno de una familia rica, donde jamás le faltaron caprichos y regalos. Hasta los 20 años su vida corrió sin sobresaltos, llevando una vida colmada de privilegios. Pero fue a esa edad cuando conoció a Pedro de la Sauca, un joven con un noble corazón, aunque de escasa fortuna. La muchacha pronto quedó enamorada de aquel apuesto y humilde zagal.

Los padres y tíos de Serafina Alcázar nunca aprobaron esa relación, ya que habían concertado un matrimonio con Luis de Vendaval, un personaje rico y de noble prosapia. Fueron estos quienes prepararon la boda a toda prisa, a pesar de los gritos y llantos desconsolados de Serafina, cuyo corazón solo pertenecía a Pedro de la Sauca. Es por ello que la joven decidió tomar una drástica decisión: huir con su amante antes que su casamiento se oficializara.

Durante una noche, Serafina Alcázar y Pedro de la Sauca comienzan su huida de Álava. Sin embargo, no saben que aquella evasión a la luz de la luna estaría marcada por la tragedia, y se convertiría en un punto clave para el devenir vital de Serafina.

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Primera página del romance de ciego que relata la historia de la bandolera Serafina Alcázar (cedido por el Centro Etnográfico de Urueña)

Pedro de la Sauca es asesinado y Serafina Alcázar encerrada en una cueva llena de huesos y cadáveres

Cuando la pareja de fugitivos estaba a punto de cruzar la frontera con La Rioja, 10 asaltantes se toparon en su camino. En un principio solo iban a robar a los dos enamorados, pero al ver que no portaban ningún objeto de valor, asestaron 12 puñaladas a Pedro de la Sauca, que murió en el acto.

Los asesinos no dudaron en secuestrar y violar a Serafina Alcázar. La joven, entre llantos y gemidos, preguntó dónde se encontraba, y los delincuentes dijeron que en una cueva de Peñacerrada que a partir de ahora iba a ser su morada. En la cueva había valiosos botines que aquellos ladrones habían conseguido de sus asaltos, así como vinos de todas las especies. No obstante, sus dependencias en la cueva iban a ser otras, mucho más siniestras y lúgubres.

La galería de la cueva donde Serafina Alcázar fue confinada estaba repleta de huesos y calaveras humanas, cadáveres sin cabeza, mujeres degolladas y niños sin piernas ni brazos. En esta sala de los horrores, estuvo prisionera la joven con una fuerte argolla amarrada.

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Xilografía de la cueva donde fue encerrada Serafina Alcázar

 

Serafina Alcázar consigue huir y se crea una banda de asaltantes

En aquella horrenda cueva de Peñacerrada, Serafina Alcázar se dio cuenta que compartía cautiverio con un hombre también atado a una argolla y a una cadena pesada. Ambos consiguieron ganarse la confianza de Simancas, el bandoleros con más escrúpulos de la banda que había dado muerte a Pedro de la Sauca.

Una mañana, cuando los delincuentes acudieron a un bosque cercano para asaltar una caravana de arrieros procedente de Vizcaya, el dubitativo Simancas se quedó vigilando a los presos. Tanto Serafina como el otro cautivo consiguieron ablandar el corazón del inseguro vigilante.

Simancas prometió a Serafina Alcázar que liberaría al otro preso y a ella si se unían a él y se llevaban juntos los tesoros que en las cuevas colindantes había. La muchacha accedió y, por ello, fueron liberados entre abrazos por aquel bandolero con atisbos de corazón.

Así salieron del lugar lleno de huesos y despojos humanos y con unos hierros que encontraron comenzaron a tirar las puertas de las cuevas de Peñacerrada. Todas las joyas que consiguieron reunir las cargaron en cuatro caballos que quedaban en la cuadra, abandonando el lugar. Por el camino, se encuentran a cuatro bandoleros, amigos de Simancas, que se unen a su causa. De esta forma, Serafina Alcázar se convirtió en una bandolera con su propia banda de delincuentes.

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Cuevas de Peñacerrada que sirvieron de refugio a bandoleros (Álava)

 

Serafina Alcázar se cobra su venganza siendo bandolera

Tras haber cabalgado media legua, la banda recién formada se topó en el camino con cinco de los hombres que habían asesinado a Pedro de la Sauca, la habían violado y la habían enclaustrado en una cavidad llena de horrores. Por ello, Serafina Alcázar no dudó en gritar que descargaran fuego sobre ellos, muriendo cuatro en el acto y el que sobrevivió la propia muchacha le dio muerte a estocadas en el pecho mientras gritaba «¡Paga, traidor, tu acción temeraria!». Posteriormente cortaron las cabezas a los cinco asaltantes muertos y les robaron todo lo que llevaban encima. Después huyeron a toda prisa hasta llegar a los pocos días a Vizcaya.

Dos años fueron los que Serafina Alcázar dedicó al bandolerismo, teniendo como base las cuevas de Peñacerrada que antaño fueron su prisión. Cometió delitos de todo tipo y ella fue la que más asesinatos perpetró de la banda al ser la cabecilla junto a Simancas. A medida que aumentaban sus tropelías, más y más delincuentes se iban uniendo, y al que no obedecía le daban muerte.

Serafina Alcázar estaba movida por el odio. El recuerdo de Pedro de la Sauca y el odio hacia sus familiares eran los móviles para que siguieran llevando a cabo todo tipo de asaltos y asesinatos. Incluso en las montañas aledañas a Peñacerrada, divisaron unos carruajes que iban hacia Madrid y se dio cuenta que en ellos iban sus padres. Desatada, a su padre mató de un tiro y a su madre a puñaladas.  Posteriormente, se bebió la sangre que habían derramado.

La bandolera, arrepentida, ingresa en un convento

La madre, moribunda, dijo en sus últimas palabras a Serafina Alcázar que, a pesar de haber acabado con su vida, desde el Cielo iba a seguir rezando plegarias por ella. Esto conmovió a la joven bandolera, que se dio cuenta al instante de la atrocidad que había cometido.

Se tiró toda la noche llorando de forma desconsolada, consciente de lo que había hecho. Vio aparecerse a su madre diciendo «Penitencia, que Jesucristo te ama», por lo que interpretó esto como una señal divina.  Tras esta aparición, decidió dejar la banda y encontrar consuelo en otra parte.

Serafina Alcázar decidió enclaustrarse en el monasterio de Santa María de Toloño, cercano a Peñacerrada. Contó a la priora todos los crímenes y robos que había consumado, a la que pedía asilo y una vida de penitencia. En el monasterio estuvo varios meses, donde confesó todos los actos que había llevado a cabo para sosegar su alma.

Finalmente, pidió al monasterio retirarse a vivir a una cueva de Peñacerrada, que no hace mucho tiempo había sido refugio de sus correrías, y dedicarse plenamente a la vida eremítica. Se le dio permiso y Serafina Alcázar permaneció en la gruta implorando perdón a Dios por los asesinatos y asaltos que había incurrido hasta el final de sus días.

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Restos del monasterio de Santa María de Toloño (Álava)

 

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