«Es, ha sido y será…»: La máquina perdida que adivinaría el futuro y mostraría el pasado

«Tenía un globo grande, resplandeciente, cubierto de una escritura misteriosa; leí en uno de los escotes: ‘Todas las ciencias son los grados de un círculo que gira sobre un mismo eje’. Y en otro, decía lo siguiente: ‘El futuro está en el pasado, pero no está totalmente contenido en el presente; los conocimientos asociados son los rayos del prognómetro‘». Con estas palabras describiría uno de los grandes ocultistas de la Historia, Eliphas Lévi, a la enigmática máquina que habría llegado a sus manos. Un artilugio extraño, creado por un extravagante personaje, que llegado el momento, tiró por la borda todo su prestigio científico para aferrarse, no solo a unas mesiánicas convicciones que tenía, sino también a los grandes anhelos de muchos hombres y mujeres del siglo XIX: la recreación del pasado y la adivinación del futuro… La línea del tiempo, en definitiva, subyugada al antojo del género humano. El capricho de romper las fronteras de lo natural que espiritistas, ocultistas, magos, videntes y demás personajes heterodoxos persiguieron, desde el punto de vista de cada uno, en el pujante París decimonónico. Corrientes que inundaban las orillas del Sena y entre las que nadaba el artífice de un invento que engrosa los más desconocidos enigmas históricos.

La revelación de Wronski

Escondido entre las salas de pintura del Museo de la Corte de Oro de Metz, un retrato espera con ansia a los interesados en lo oculto. Con un rostro envejecido, seguramente por los avatares de la vida, con el poco pelo que le queda descuidado al más puro estilo de «científico loco», con unas pesadas bolsas en los ojos, el retratado parece pedir a gritos un intercambio de miradas cómplice. Alguien que, con una simple conexión ocular, transmita el mensaje casi telepático de humano a obra de arte de «te conozco y valoro tu trabajo, querido Wronski«. Esa especie de criptograma que quizá no recibió en vida o si lo hizo, fue antes de su caída los infiernos. Porque Josef Hoené-Wronski, una de las mentes más brillantes de la Polonia del siglo XIX, pasó de codearse entre los grandes científicos de su época a ser condenado al más lejano ostracismo científico. Ángel caído, demonizado por quienes lo apoyaron dentro del mundo académico, a causa de una extraña revelación que lo cambiaría todo.

Wronski era hijo del arquitecto del último rey polaco. Eso y que fue un reputado militar, primero asediando Varsovia con los prusianos y después siendo teniente coronel en el ejército ruso. Aunque en 1800, con 24 años, el joven polaco se da cuenta de que su vocación real está en el mundo de la ciencia. Su pasión por la astronomía y por las matemáticas lo llevan primero a Alemania y posteriormente a Francia. En suelo galo será donde se instale, no tardando en conseguir la ciudadanía francesa. Primero vivirá en Marsella para luego trasladarse a París. En la capital será donde el científico entable vínculos estrechos tanto con el Instituto de París como con la Academia de Ciencias. El de Polonia mantendrá lazos con matemáticos como Lacroix y Lagrange o astrónomos como Laplace o Lalande. Así hasta que un veraniego día de agosto de 1803, en sus propias palabras, el científico tuvo una inesperada «revelación».

Retrato de Josef Hoené-Wronski, en el Museo de la Corte de Oro, Metz

Nunca se supo ni qué, ni dónde, ni cómo tuvo esa «revelación» que tanto proclamaba Wronski. Se limitaba a decir que provenía del «Absoluto» y que habría significado un «gran descubrimiento» para él. El caso es que tras aquel agosto de 1803, una exorbitante tendencia mesiánica se habría apoderado del matemático polaco. De esta manera, rompe con todo su mundo y se lanza a nuevos horizontes cargados de filosofía, misticismo y utopía. Nuevas metas que supondrían su alejamiento del orbe académico en el que ya no era visto como antes. Su descenso a los infiernos se estaba fraguando cada vez que en sus trabajos hacía mención a la «búsqueda del Absoluto«. La idea que defendía de una unión entre lo espiritual y lo matemático, lo que llamaba como «sehelianismo«, hizo llevarse las manos a la cabeza a más de un purista. Algo que al de Polonia no pareció importunarle: siguió con su idea firme de que tenía que existir una ecuación de Dios, una fórmula que diera la clave de la «ley sagrada del universo y el secreto de la inmortalidad». También continuó con su ferviente convicción de que un nuevo Mesías llegaría, una especie de Paráclito que anunciaría una buena nueva a la civilización humana. Entretanto, la cábala y la magia, esas que también habría empezado a investigar en secreto, se convirtieron en sus nuevas acompañantes en una travesía por el desierto que duraría hasta su muerte en Neully-sur-Seine en 1853. Viaje hacia la nada donde fue despertando el interés de los grandes ocultistas de la época. Ellos serán quienes arropen a quien ya le habían puesto el sambenito de «científico loco».

Uno de ellos, Eliphas Lévi, diría de Wronski que era «prodigiosamente erudito» hasta el punto de que sus investigaciones fueran «ininteligibles para todos», incluso para sí mismo. También cuenta el ocultista parisino que su colega en lindes esotéricas era tan «fanático partidario del ocultismo» que no quería que nadie sospechara de que habría dominado ciertos misterios difíciles de desvelar. Curiosa descripción la que da el autor de Dogma y ritual de la alta magia sobre alguien a quien llegó a conocer en persona en 1852, justo un año antes de la muerte del polaco. Suficiente tiempo, sin embargo, para saber más sobre sus estudios y lo que se traía entre manos. Lévi, en ese contexto, dijo que su homólogo en causas arcanas «probó suerte en el ámbito de los inventos, construyendo ‘máquinas matemáticas‘, combinando admirablemente ruedas de movimiento perpetuo, porque era un matemático trascendente». Entre esos artilugios se encontraba el enigmático prognómetro.

Busto y tumba de Wronski, constructor del prognómetro, en el cementerio de Neuilly-sur-Seine

El enigmático prognómetro

Wronski habría evocado en su desordenada mente un aparato universal que planteara ecuaciones respectivas al pasado, al presente y al futuro. Quizá inspirado en la «máquina lógica» atribuida a Ramón Llull, el defenestrado científico polaco quiso hacer lo propio con un artilugio que pudiera demostrar el pasado y adivinar el futuro. De esta manera, el prognómetro se convirtió en una de sus grandes obsesiones, esto es, la de crear un artefacto que, por medio de la matemática, fuera capaz de poner en jaque a la línea del tiempo. El alto coste de construir el artificio y las más que posibles noches en vela persiguiendo su meta se habrían tornado en circunstancias secundarias.

El prognómetro no sería de gran tamaño y estaría conformado, en primer lugar, por una gran esfera inmóvil que recuerda a las viejas esferas armilares, sustentada en un trípode con varios brazos. Dicho globo estaría en el corazón de la máquina de predicción, rodeada de una serie de cajas que se abrirían y se cerrarían, conteniendo principios de todas las ciencias. Asimismo, sobre esta pieza central estarían gravitando dos globos metálicos más pequeños que, actuando como polos opuestos, uno estaría coronado por una estrella de David sobre una pirámide y el restante tendría en su parte alta únicamente la estructura piramidal. Ambas esferas estarían ornamentadas con flechas (una de ellas rematada con un pentalfa) y brújulas que tendrían una función desconocida dentro de la máquina de predicción. Asimismo todo el aparato estaría realizado de cobre dorado y cubierto de bismuto pulido para aumentar esa áurea sensación.

Reconstrucción del enigmático prognómetro

La descripción, por su parte, que da Eliphas Lévi acerca del prognómetro otorga el toque de alta magia que, veladamente, tendría el artilugio de pronósticos de Wronski. El ocultista definió a la máquina como «realmente admirable», donde el globo principal tendría un resorte que, al saltar, mostraría otra esfera interior cargada de indescriptibles ecuaciones matemáticas realizadas por el polaco. Sin embargo, da detalles como que el aparato tendría forma de letra hebrea shin ש y que las dos bolas que gravitan sobre la principal representarían, por un lado el conocimiento divino, y por otro el conocimiento humano, como «dos opuestos que conviven en armonía»:

La armonía resulta de la analogía de los opuestos. El hombre puede circunnavegar la esfera de la ciencia, pero nunca encontrará a Dios que parece huir de su investigación, ocultado por el otro globo (…) Sin embargo, Dios lo polariza y lo equilibra incluso en sus mayores errores.

Según Lévi, si se desmonta el globo metálico que simboliza al conocimiento divino se podría leer debajo lo siguiente: «Todo lo que debe ser ha sido, es y será». Además, el eje donde estaría contenido dicha esfera tendría colocadas las letras A, B, X, Z. Para el ocultista vendrían a significar las letras hebreas aleph א, beth ב, shin ש, tav ת.

Esfera del conocimiento divino del prognómetro, según Eliphas Lévi

En cuanto a la esfera del conocimiento humano del prognómetro, el autor de de Dogma y ritual de la alta magia confirma que, en la parte superior, tendría una pirámide rematada con la estrella de David. También estaría atravesada por una flecha cuya punta sería un pentalfa, interpretado por el mago como el símbolo de la «iniciación y la autonomía» humanas. Con la estrella de cinco puntas iría señalando esas cajas que rodean a la esfera principal en las que se esconderían los principios de cada ciencia. Celdas que se abren y se cierran de las que Eliphas Lévi contabiliza 32, estarían adornadas con símbolos del Zodíaco y los axiomas escritos por Wonski en su interior ni con una lupa se podían leer. Ahí se encontraría el verdadero secreto del prognómetro. En ese código secreto de funcionamiento que solo el matemático transcendente polaco conocía se hallarían los pronósticos del futuro, las demostraciones del pasado y las probabilidades del presente. ¿Cómo a partir de todo lo expuesto se podría romper la línea temporal? Son claves que ni Lévi ni, por supuesto, los más prestigiosos miembros de la Academia de Ciencias podrían descifrar. Las incógnitas del desempeño de la máquina se los llevó a la tumba su propio inventor.

Esfera del conocimiento humano del prognómetro, según Lévi

El prognómetro de Wronski y Eliphas Lévi

Wronski es el único que sabría poner en marcha el prognómetro. Como un Frankenstein particular, sería el único capaz de insuflar vida a su propia creación. Toda aquella amalgama de símbolos, esferas y formas que buscaban acercar tanto el pasado como el futuro solo cobraban sentido en su atribulada cabeza. Sin embargo, Eliphas Lévi, como receptor del legado del polaco, quiso acercarse al misterio que escondía aquel artilugio ininteligible. No en vano, el matemático caído en desgracia, con sus teorías de que las grandes preguntas del universo se escondían tras los números y con su mesianismo nacido de una «revelación», cautivaron al mago. De hecho, es el mismo año en el que ambos se conocen cuando el primer volumen del Dogma y Ritual de Alta Magia comienza a circular por las librerías de París. Es así que se siente heredero de las ideas de aquel hombre condenado al ostracismo científico.

Eliphas Lévi, uno de los grandes ocultistas de la Historia

Cuando el inventor del prognómetro fallece, todas sus pertenencias desaparecen. Sin embargo, Lévi habría quedado totalmente ensimismado con aquella máquina de predicciones como para rechazar seguir su pista. Sabía que existía, pero su dueño nunca dejó ni que la viera ni que la tocara. El ocultista quería saber qué secretos escondía; el bueno de Eliphas estaba absolutamente obnubilado por aquel artificio cuyas incógnitas nadie había entendido. Por ello, busca y al final halla. En 1873, el mago se topa con un comerciante llamado Valette que estaba vendiendo los enseres personales de un hombre que habría sido fusilado por el bando versallés durante la Comuna de París. En ese momento, pone sus ojos en unas esferas sujetas en un trípode, cubiertas de bismuto pulido y de cobre dorado. Ahí ya sabía que había recuperado el artilugio de Wronski.

100 francos son los que pagó Eliphas Lévi por el prognómetro de Wronski. En aquel cacharro veía todo lo que él había estado estudiando durante tanto tiempo: adivinación, cábala, alta magia… Todos sus anhelos concentrados en un aparato que, si conseguía activar, sería su propia «revelación». Cuenta Paul Chacornac, esoterista y biógrafo más que post mortem del mago, que Lévi se tomó el placer de incluir aquella máquina en el gabinete de maravillas que tenía por habitación: entre una litera de caoba con dosel y una columna retorcida, con la cama cubierta por una colcha de terciopelo de color púrpura y bordeada de oro; entre cortinas orladas de oro; entre un gran sillón con cojines dorados y un escritorio de madera de roble sobre la que siempre había legajos; frente a un cuadro del Baphomet; sobre una pequeña mesita… Ahí se encontraba custodiado el prognómetro.

Eliphas Lévi haciendo sus invocaciones en su habitación. Bajo el Baphomet se ve representado el prognómetro

El misterioso prognómetro, un secreto bien guardado

Eliphas Lévi quemaría todas las naves para intentar inmiscuirse en las incógnitas que ocultaba el prognómetro de Wronski. Teniendo presente, eso sí, que el funcionamiento de aquel artificio era un tesoro superior, la clave de un secreto bien custodiado. Su inventor se había rodeado de trabajadores cuyos nombres nunca transcendieron ni transcenderán, pero quien tenía todo en su cabeza era él, el científico que optó por la locura en unos tiempos de razón imperante. El polaco se cuidó bien las espaldas para que ninguno de quienes lo ayudaban tuviera acceso a plano alguno de su máquina. Él y solo él, en mitad de solitarias noches, alumbrado por alguna tenue iluminación, ajustaba pieza por pieza aquel artilugio poco ortodoxo.

Según Chacornac, fiel centinela de la correspondencia que mantuvo en vida Lévi, en una carta del ocultista este desvelaba que el secreto del prognómetro habría recaído en una única persona: Alexandre Sarrazin de Montferrier, a la sazón cuñado de Wronski. Quien también fuera matemático, entregado a los logaritmos y al magnetismo, en la sombra también se movería en círculos secretos. Sarrazin de Montferrier, haciendo caso a la misiva de Eliphas Lévi publicada por Chacornac, se consideraba a sí mismo como el último gran maestre de los Templarios. Él mismo habría escuchado rumores sobre lo que se traía entre manos el marido de su hermana, Victoria Sarrazin de Montferrier. Posiblemente, en alguna reunión familiar, a escondidas, el asunto del prognómetro saldría a relucir. Pero el de Polonia, celoso de su secreto «como Menelao de la bella Helena», quién sabe si arrepentido o escarmentado, decidió eliminar algunos elementos de la máquina y llevarse consigo el modo de poner en marcha su «lector del futuro» particular. Tal es así que algunas piezas las vendió en la Auvernia. El prognómetro, de esta forma, se quedaría sin los detalles que lo harían funcionar.

¿El prognómetro llegó a funcionar?

La máquina destinada a establecer sistemas universales y encaminada a romper la línea del tiempo quedaría para siempre mutilada por obra y gracia de quien decidió crearla. Sin embargo, la gran pregunta que aún persigue a dicho aparato de predicciones es si realmente llegó a funcionar. La estrambótica mezcolanza de números con creencias propias, así como la conjunción de materiales tan opuestos como el cobre y el acero, harían presagiar un fracaso estrepitoso del prognómetro. Así lo creía en un principio Eliphas Lévi. Sin embargo, un episodio relatado por el mismo ocultista alimenta más el misterio que rodea a un aparataje cuyos mecanismos son, nunca mejor dicho, inescrutables.

De nuevo hay que acudir a Paul Chacornac, quien casi un siglo después realiza las memorias de Lévi que por su puño y letra no le dio tiempo a escribir. Cuenta que el ocultista y mago, en 1865, redactó una enigmática carta a su discípulo mejor considerado, el barón Spedalieri. Misiva enigmática porque en ella hablaba de un misterioso personaje que se habría presentado ante él y que hacía llamarse Juliano Capella. No conocía de nada a este individuo y, sin embargo, sí ocurriría a la inversa. «Conozco toda tu vida, tu pasado, presente y futuro», diría el extraño Capella a Lévi: «Está regulada por la inexorable ley de los números». Palabras que recuerdan mucho a la obsesión que cavó la tumba de Wronski. Enunciados que eran la meta última que buscaba el prognómetro. «Eres un hombre marcado por el pentagrama (…) y los años marcados por el número cinco son fatídicos para ti», continúa diciendo el incógnito visitante como refleja el afamado esoterista en su propia carta. Finalmente le marca un año concreto: 1875, es decir, una década después. Año en el que el 31 de mayo, entre dolores de cabeza, mareos, hidropesía y gangrena, fallece Eliphas Lévi. ¿Fue una simple casualidad culminada? ¿Hay algo más? De ser lo segundo: ¿estaría detrás el prognómetro que había adquirido por un centenar de francos?

Muchos detalles sobre el prognómetro son conocidos gracias a Paul Chacornac

El paradero desconocido del prognómetro

Son preguntas difíciles de responder desde la lógica y desde el punto de vista de la línea del tiempo, esa que el prognómetro pretendía derribar. Cuando Eliphas Lévi fallece el 31 de mayo de 1875 en el número 155 de la rue de Sèvres, en París, sus pertenencias pasan a manos del conde Georges de Mniszech. Sus manuscritos, sus derechos de autor y el gabinete de maravillas que tenía el ocultista son traspasados a este noble del Imperio Ruso afincado en la capital francesa, gran precursor de la entomología y, sobre todo, un gran aficionado a las ciencias ocultas. Entre toda la partida que hereda el conde Mniszech estaría la máquina de predicciones y, de haber ido a parar a algún enclave, habría sido trasladada al castillo de Beauregard, en la comuna de Villeneuve-Saint-Georges, cerca donde hoy está el aeropuerto de París-Orly.

En esta elegante finca palaciega, actualmente una residencia de la tercera edad, habría estado custodiado el prognómetro de Wronski. No había mejor recinto, pues allí se habrían realizado reuniones esotéricas y de alta magia entre los seguidores de Lévi, donde el propio noble ponía a disposición su propiedad. Sin embargo, no estaría mucho tiempo allí el aparato, pues el conde Mniszech fallece en 1881 y su esposa, la condesa Anna Hanska, vende el castillo de Beauregard. Todo lo que había en su interior comienza a dispersarse.

El prognómetro habría estado en el castillo de Beauregard tras la muerte de Eliphas Lévi

Chacornac recoge en 1926 que, después de estar en manos de Georges de Mniszech, el prognómetro habría recaído en manos de un «conocido ocultista». Muchos nombres se han barajado en la terna de posibles herederos de la máquina de Wronski. Uno de los candidatos más sonados es el médico y ocultista Papus, nacido en A Coruña. Papus conocía de cerca las ideas de Wronski y, al igual que Eliphas Lévi, frecuentaba los mismos círculos. También tuvo su propio gabinete de maravillas donde todo tipo de objetos venían a mostrar su universo interior. No obstante, este fallecerá en 1916, diez años antes de que Chacornac dijera que el poseedor del artilugio fuera otro esoterista. ¿Los descendientes de Papus? ¿Quizá el propio Chacornac tuviera el artefacto en su propia colección? Son probabilidades no descartables, pero tampoco verificables. Mientras tanto, el prognómetro se encuentra en paradero desconocido desde entonces.

Papus y su gabinete de maravillas. ¿Estuvo el prognómetro entre sus objetos?

El ‘arqueómetro’ de Saint-Yves d’Alveydre

Nadie ha vuelto a saber más sobre el prognómetro, aunque sí hay quien ha intentado replicarlo o, por lo menos, se ha inspirado en él. Cuando fallece Wronski en 1853, un niño de apenas 11 años ya daba muestras de su rebeldía por las calles de París. Tal es así que su padre, médico y alienista en el viejo hospital de Charenton, lo mandaría a una colonia penitenciaria donde se pretendía reconducir a jóvenes. Posteriormente fue enrolado en las filas del ejército para que volviera al redil. Lo único que conseguiría su progenitor es que aquel muchacho, que poco a poco iba haciéndose mayor, se implicara más en sus reflexiones acerca de una Sinarquía como sistema político. Sinarquía liderada por alguna sociedad secreta que englobase todas las corrientes de pensamiento existentes. En ello estaba plenamente convencido el joven Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, mientras alimentaba la cólera de su padre e iluminaba la mirada de los círculos ocultistas.

Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, siempre mermado por la enfermedad a causa de actividades militares nunca buscadas, se convertiría en un gran intelectual de la Francia del siglo XIX por sus ansias de conocimiento, aunque este fuera heterodoxo. De ahí que comenzara a relacionarse con esoteristas como Papus. Quizá en esa amistad que ambos tuvieron es cuando conoció los trabajos de Wronski y supo de la existencia de esa máquina de predicciones cuyo funcionamiento alargaría el pasado y estrecharía el futuro. Saint-Yves d’Alveydre quedaría completamente ensimismado con aquel prognómetro cuyo paradero, posiblemente, conocía. Obcecado de tal magnitud con aquel cacharro, quiso construir un aparato similar o, al menos, con el mismo objetivo. Nadie supo hasta su muerte en 1909, cuando salen a relucir sus manuscritos y proyectos inacabados, que el erudito se traía entre manos la creación de un nuevo artilugio que proyectara lo antiguo y lo futuro en un canon universal y unificado. Ni su amigo más cercano y confidente estaba al corriente del arqueómetro que estaba diseñando Alexandre Saint-Yves.

Alexandre Saint-Yves d’Alveydre

El proyecto inconcluso de Saint-Yves d’Alveydre fue publicado en forma de libro por sus amigos y colaboradores, con Papus como voz cantante, en 1910. Bajo el título de L’Archeometre: Clave de todas las religiones y de todas las ciencias de la Antigüedad, se hablaba de un sistema capaz de unificar todas las corrientes políticas, filosóficas y religiosas, ya fueran del pasado o del presente, para que en el futuro se creara un «árbol universal» que conectara la ciencia con lo divino. Posteriormente, será René Guénon y su revista La Gnose quien desarrolle los principios y la estructura que conformaba el arqueómetro de Alexandre Saint-Yves. Dichos artículos muestran un tablero de siete círculos concéntricos con todo tipo de celdillas en ellos. En su interior, existirían varios triángulos de gran tamaño cuya unión darían origen a una estrella de 12 puntas. Lo mismo ocurriría en el centro del arqueómetro, gobernado por otro dodecagrama de menor tamaño que parece ser el eje de todo el conjunto. Luego cada celda estaría debidamente adornada con signos del Zodiaco, con símbolos de planetas, con letras de diferentes alfabetos e incluso con notas musicales. Todo ello mientras Guénon y los suyos intentan dar una posible luz a este revolucionario proyecto que nunca llegó a existir porque los trabajos de quien fuera un joven rebelde e indómito se vieron interrumpidos por la muerte.

Reconstrucción del arqueómetro, según la revista La Gnose de René Guénon

Armin Boehm y cómo sería lo mostrado por el prognómetro

El misterio del prognómetro habría caído en saco roto desde entonces. Nadie se habría ocupado de dilucidar qué se escondía detrás de sus aparatajes y cuál habría sido su paradero. Sin embargo, a donde no llega lo palpable sí lo hace lo creativo: lo que no se puede describir con palabras sí se puede hacer con el arte. Así lo debió pensar el artista alemán Armin Boehm. El pintor y escultor contemporáneo en 2008 se lanzó a realizar una serie de obras que bajo el nombre de Sociedades Secretas fructificó en una exposición realizada en la galería Schirn de Frankfurt en 2011. En las pinturas ofrecidas por Boehm se mostraba a lo sobrenatural siendo consciente de ello. Así, en la exhibición aparecen obras en las que se muestra, por ejemplo, sesiones de espiritismo o mujeres videntes a punto de realizar un vaticinio. Entre ellas, cómo no, el prognómetro también tenía un papel protagonista desde una perspectiva diferente. Se ha hablado del misterio de la máquina de predicciones de Wronski, pero no de lo que mostraría de haber funcionado. Es así que el genio teutón se lanza a suplir esa «carencia» por medio de sus obras en una serie de cuadros titulados Prognometre.

Obras del Prognometre de Armin Boehm

En la primera obra, Armin Boehm muestra una habitación lúgubre, donde la oscuridad solo es interrumpida por una pequeña lámpara en el techo. En lo que parece un recuerdo borroso, únicamente destaca una solitaria mesa en mitad del tenebroso cuarto. ¿Un recuerdo del pasado o una flash proveniente del futuro? Lo mismo sucede con la segunda pintura del alemán, donde una escalera de madera es alumbrada, nuevamente, por un candelabro de tres brazos. Así evoca Boehm las imágenes que lanzaría el prognómetro, en un ejercicio de imaginación con trazos de misterio. Ingenio, chispa, «revelación» que también tuvo cierto polímata polaco cuyo secreto lo plasmó en una máquina actualmente perdida. Quién sabe si siempre lo estuvo, lo está y lo estará.

Referencias recomendadas:

«Alphonse-Louis Constant, dit Eliphas Lévi (1810-1875)». La Rose blue.

BOLLORÉ M.Y. & BONNASSIES (16 de noviembre de 2021). «Dios: ciencia, evidencia. El amanecer de una revelación». Mare Nostrum.

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CHACORNAC, P. (1989). Eliphas Lévi (1810-1875): Rénovateur de l’occultisme en France. París: Editions Traditionelles.

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«Josef Maria Hoené-Wronski». Oraedes.

LACHMAN, G. (2014). Revolutionaries of the Soul: Reflectiones on Magicians, Philosophers and Occultists. Wheaton: Quest Books.

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«Les machines à predire». Les Émanants, messagers de la Nature.

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