El megalitismo es un fenómeno universal. No hay lugar, continente habitado o enclave inhóspito que no tenga algún monumento pétreo que transporte a los albores de la Humanidad. Su significado, un misterio insondable; la motivación de sus constructores, un laberíntico rompecabezas para los estudiosos. Solo que los dólmenes, menhires y demás conjuntos de enormes moles recorren el planeta como si una moda de época se tratara. Una moda y una época que duraron y se produjeron hace miles de años. A fin de cuentas, son el vivo reflejo de que, desde tiempos inmemoriales, no hemos sido tan distintos. Mismas preocupaciones, semejantes anhelos, calcados contratiempos… Lejos de realismos fantásticos, ese es el verdadero enigma, la clave que flota con el devenir de los milenios. ¿Cuáles eran esas preocupaciones? ¿Qué anhelos inundaban a unas personas solo separadas por kilómetros de tierra y agua? ¿Cómo afrontaban los contratiempos de un mundo hostil? Quizá los megalitos escondan algunas pistas para responder estas incógnitas.
Los conjuntos megalíticos, por tanto, son mensajes atemporales. Códigos que unen el pasado con el ignoto y remoto pasado. Los menhires sirvieron para delimitar territorios, los dólmenes para enterrar difuntos o para marcar enclaves que la arqueoastronomía estudia sesudamente. Pero estos monumentos pétreos responden a muchos porqués humanos que se han disipado con las arenas del tiempo. Es así que cuando la razón y lo fehaciente se esfuman, emerge la leyenda y lo mágico. Armas, en definitiva, para plantar cara y combatir de igual a igual a todo aquello que todavía se resiste al hombre moderno. Esto último bien lo saben en las frías y bucólicas tierras del norte de Países Bajos.
Hunebedden, los conjuntos megalíticos del norte de Países Bajos
Cuando a un neerlandés se le menciona la palabra «hunebedden» rápidamente señala el norte del país. Los hunebedden son los dólmenes de grandes dimensiones, aquellos que cuentan con corredores interiores y cámaras surcadas por grandes muros de piedra. Datan de época neolítica (esto es del 4.000-3.000 a.C.) y en ellos se han hallado restos humanos y todo tipo de ajuares que los acompañaban. Estos megalitos tienen una ubicación clara dentro de Países Bajos, que no es otra que la zona más septentrional de la nación de los tulipanes.
Se han catalogado 57 hunebedden de los que se tienen registros desde el siglo XIX. Dos se conservan en la provincia de Groninga, una solitaria base rocosa aún se puede ver en la de Frisia, pero la que se lleva la palma es la región de Drenthe. En esta se han catalogado 54 conjuntos megalíticos, de los que algunos han desaparecido, otros han sido trasladados a museos y la mayoría continúan en su emplazamiento original. Más de media centena de estos dólmenes que sin duda fueron más. De hecho, en 1870 la británica Sociedad de Anticuarios tuvo que acudir de urgencia a Países Bajos por el mal mantenimiento que los monumentos pétreos estaban recibiendo por parte de aquellos que tenían la misión de preservarlos. Gracias a su intervención afortunada antes de que se cometiera un auténtico atropello arqueológico dichos restos han llegado hasta la actualidad.
Sin embargo, lo llamativo viene en la denominación. «Hunebed» («dolmen» en singular en neerlandés) viene de «huynebed«, que significa literalmente «cama de gigantes«. Los huynen son el nombre que reciben los gigantes en Países Bajos. La mentalidad popular del norte neerlandés atribuía la construcción de los mencionados conjuntos megalíticos a una raza de enorme altura y fuerza. Ellos serían los únicos capaces de levantar los miles de kilos que pesan algunas de las losas. También que jugaban con las grandes rocas como si fueran canicas y pelotas. Asimismo, según las creencias mágicas, los huynen serían los personajes de gran envergadura que descansarían en el interior de los hunebedden protegiendo tesoros que todavía están por hallar. Por lo menos, esto es lo que se cuenta en la localidad de Gasteren, donde se halla el dolmen D-10 (llamados con esta letra en alusión a «Drenthe«). Sobre esta estructura, un tal M. Bolhuis aseguró que en 1694 que en su interior estarían los restos de uno de estos seres.

Muchas leyendas giran en torno a los huynen en la provincia de Drenthe. Cuentan que los gigantes se lanzaban piedras entre ellos y que intentaban destruir ciudades cristianas con enormes moles que siempre quedaban a mitad de camino. Así se explicaría también la presencia de decenas de megalitos en la región norteña de Países Bajos. Por ejemplo, en el dolmen D-45 afirman que en la piedra angular existía una legendaria huella de uno de estos personajes míticos a causa de la fuerza que utilizó para colocar la losa. Otros dicen que esta marca está acompañada por una pisada, en este caso del caballo de Luis Napoleón Bonaparte al saltar por encima del megalito para demostrar su valía a lomos de un corcel. Complicada averiguación de ambos detalles, más si cabe por los pocos vestigios que quedan de él (en 1885 fue demolido y en 2011 algún indecente hizo una hoguera sobre la piedra angular del D-45).
Misma suerte que el D-45 tuvo el D-41, ubicado a dos kilómetros y medio del primero. En el año 1809 fue descubierto por un herrero de nombre Geert Jansen. Se encontraba prácticamente intacto, su estado de conservación era envidiable, había sido el último en descubrirse en todo Drenthe… hasta que Jansen puso toda su atención en él. El hombre había escuchado las leyendas sobre tesoros y gigantes escondidos en el interior de los conjuntos megalíticos. Es así que no se resistió un ápice y con un pico que tenía en su herrería comenzó a agujerear las pesadas losas del monumento pétreo. Finalmente fue detenido por el sheriff del lugar y acabó siendo multado por destruirlo. La verdadera condición humana mutiló un ejemplo más de esta cultura apasionante surgida en la provincia norteña de Países Bajos.

El dolmen de Borger y una terrible pelea entre gigantes de la zona
Aun así quedan grandes paladines de esta tradición megalítica neerlandesa. El gran baluarte pétreo es el D-27, más conocido como el dolmen de Borger. Con un corredor intacto de casi 23 metros de largo y de cuatro metros de ancho, las 26 moles que lo conforman lo convierten en el más grande de Países Bajos. Entre ellas, la más pesada de todos los hunebedden: 30.000 kilos una sola roca. Por tanto, es el enclave ideal para cocinar leyendas a fuego lento, una marmita activa de historias mágicas y fascinantes.
Por ejemplo, el folklore asegura que el dolmen de Borger fue construido en medio de una terrible batalla a pedrada limpia entre los gigantes en la cercana localidad de Buinen. Algunos megalitos se desviarían de forma «accidental» hasta crear este monumento. Las peleas entre estos descomunales personajes serían habituales, sobre todo entre clanes que morarían en diferentes lugares. Si no, solo hay que acudir al pueblo de Gieten, muy cercano al D-27, donde todavía se asegura que los gigantes que habitaban en la zona tenían continuos enfrentamientos contra sus homólogos de Rolde, una localidad donde también existen relatos similares.

Aun así, no es la única leyenda que gira en torno al dolmen de Borger. Hasta hace relativamente poco, se pensaba que en su interior había enterrado alguien de gran importancia. Unos dicen que un gigante, otros que un personaje relevante cuya vida se olvidó. Tal es así que Hartogh Heys van Zouteveen, reputado científico de estas tierras en el siglo XIX, quiso dedicar un relato a esta construcción megalítica. Entre sus líneas queda patente la vieja narración de cierto héroe que acabó sus días entre aquellas rocas:
¿Qué cabeza poderosa o héroe descansa bajo estas rocas? Su fama es olvidada, sus huesos convertidos en cenizas. Su tribu, su pueblo pereció. ¡Cuán grande pudo ser su fama en el pasado gris aunque su nombre se olvidara para siempre! Nunca la historia sabrá de sus hazañas. De su existencia, de lo que aquí sucedió en el pasado, solo nos queda el testimonio de estos zuecos de granito.

Papeloze Kerk, el megalito más enigmático de Países Bajos
El dolmen de Borger es el más grande de los hunebedden, pero no el único que tiene llamativas historias a sus espaldas. En el este de la región de Drenthe, muy cerca de la frontera con Alemania, se encuentra el D-49, denominado popularmente como ‘Papeloze Kerk‘. Esto significa algo así como «la iglesia sin papa» y deriva de «paap». «Paap» es un descalificativo que utilizaban los habitantes protestantes de estas latitudes contra los católicos y que deriva de «Papa», a quien relacionaban directamente con la corrupción de la Iglesia. Es a través de este mecanismo velado en el que se deduce que el Papeloze Kerk era un emplazamiento pagano, en una suerte de anacronismo que se puede hallar también en España cuando se llama a los dólmenes «tumbas de moros». Dicho megalito tenía tal fama de pagano que, como herramienta de desprestigios, los defensores del protestantismo decían que Menso Alting (un importante reformador católico del siglo XVII) realizó reuniones en este lugar; mientras, los católicos contraatacaban diciendo que no, que realmente había sido lugar de sermones calvinistas en torno sobre la mencionada estructura pétrea.
Pese a ello, más allá de desconsideraciones más o menos interesadas, el Papeloze Kerk era un lugar a evitar. Quizá esos continuos enfrentamientos e intentos de colocar al contrario como amo y señor de este lugar tengan su origen en las viejas leyendas que giran en torno al D-49. La historia más arraigada es la de Ellert y Brammert, un cuento popular muy conocido en todo Drenthe. Se trataría de dos voraces gigantes, padre e hijo, que vivían dentro de aquel dolmen. Ningún lugareño se atrevía a pasar por la zona, ni siquiera cuando las circunstancias les obligaban. Nadie excepto una niña de nombre Marieke. La inocencia de la pequeña provocó que se adentrara en aquel paraje. Una situación que rápidamente fue advertida por los descomunales personajes. Estos la secuestraron y la obligaron a hacer las tareas domésticas de aquella morada. No obstante, cansada de su vida de esclava, Marieke aprovecharía que Brammert dejó por unos minutos aquella vivienda pétrea para cortarle la garganta a Ellert cuando el menor de los gigantes instó a la muchacha a que lo afeitara. El relato acaba con la fuga de la zagala y con el abandono del mayor de los gigantes del dolmen para buscar eternamente y sin éxito a la valiente niña.

Las leyendas de gigantes en los hunebedden no faltan a su cita. No obstante, más relatos circulan en torno al Papeloze Kerk. Una afirma que el megalito fue creado por un fantasma. Un alma en pena que custodiaba tanto aquel paraje como el propio dolmen. Incluso decían que era el espíritu del gigante Ellert que exigía venganza tras haber sido asesinado por la pequeña Marieke. El respeto y el miedo que infundía este conjunto megalítico era tal que los católicos de la zona iban más allá: atestiguaban que no era un fantasma, sino un demonio. Esta creencia estaba tan asentada que el mencionado Menso Alting tuvo que esforzarse para demostrar que solo era un cuento popular. Ni decir tiene que jamás consiguió borrarse el miedo que inspiraba el D-49 a sus correligionarios.
Fantasma o demonio que algunas veces se transformaba en misteriosas luces que surgían en la noche. Unos fuegos fatuos que aparecían de la nada y que atenazaban a los vecinos de localidades aledañas. Para dar más verosimilitud a la supuesta presencia de estas, ha llegado a nuestros días la leyenda de unos españoles que murieron ahogados en una ciénaga cercana al Papeloze Kerk tras perseguir a estas luces populares tan arraigadas en el folklore de todos los países. Sin duda, el D-49, con su túmulo aún conservado y sus rocas interiores, es uno de los enclaves más legendarios de los Países Bajos.

Las ‘mujeres blancas’, otras criaturas míticas que morarían en los dólmenes
Hasta ahora los hunebedden han sido relacionados con gigantes y enigmas varios propios del folklore. No obstante, hay más criaturas vinculadas de forma íntima con estos megalitos de la provincia de Drenthe. Si a un lugareño de esta región norteña de Países Bajos se le pregunta por las ‘witte wieven‘ quizá esboce una sonrisa y señale rápidamente a estos conjuntos pétreos. Traducido al castellano son las ‘mujeres blancas‘, unas criaturas femeninas que durante ciertas noches salen de los dólmenes donde morarían para danzar, flotar por el aire o atormentar a los más desprevenidos. Hay quien dice que realmente «witte» («blanco» en español) viene de «wetten», que no es otra cosa que «saber», por lo que algunos investigadores opinan que es correcto referirse a ellas como «mujeres conocedoras» o «mujeres sabias«. Pero definiciones aparte, estas figuras míticas alimentan el arquetipo de la mujer fatal, de belleza inconmensurable, capaz de embelesar a hombres inconscientes para hacerles todo tipo de tropelías.
Las mujeres blancas son muy comunes dentro de los cuentos populares de Países Bajos. Las leyendas que circulan sobre ellas las dibujan como seres feéricos similares a las hadas que pasan el tiempo hilando en ruecas, o también como apariciones fantasmales cuya misión es asustar a quien tenga la poca fortuna de cruzarse con ellas. Esto último está tan arraigado en la provincia de Drenthe que, hasta hace relativamente poco, cuando una densa niebla cubría los frondosos bosques rápidamente se decía que eran las ‘witte wieven‘ haciendo acto de presencia. Este fenómeno natural era interpretado como la visión fantasmal de las almas del pasado. Una creencia donde estos seres femeninos habitantes de los hunebedden eran parte fundamental.

Respecto a la explicación del origen de las ‘witte wieven‘ habría que ahondar dentro de las creencias que hunden sus raíces en lo indoeuropeo. No hay territorio de Europa donde esta figura y este mito no hayan calado hondo en el acervo folklórico. Historias similares se reparten por todos los países europeos sin que nada las frene. Quizá era una forma de honrar lo femenino hasta que dicho enaltecimiento adquirió connotaciones negativas. Quién sabe. Solo han llegado a nuestros días leyendas y relatos sobre las mujeres blancas. En estas, los dólmenes de Drenthe son los escenarios en los que se desarrollan.
En el D-1, situado cerca del pequeño pueblo de Steenbergen en mitad de un bosque de robles, aún recuerdan la vieja historia de que en su interior habita una mujer blanca que hace de las suyas cuando cae la noche. O los dólmenes D-53 y D-54, de los que los vecinos de Wapserveen afirmaban que oían cómo las ‘witte wieven‘ hacían girar ruecas doradas en el interior de ambos megalitos. Aquí incluso cuentan la leyenda de cierto granjero que quiso importunar a las mujeres blancas de los dos conjuntos pétreos. Para ello se presentó en su caballo ante ellos y comenzó a burlarse de dichas criaturas femeninas. La respuesta de estas no tardó en producirse, quienes empezaron a arrojar huesos verdes al bravucón ganadero. Uno de los elementos arrojadizos impactó contra una pata del corcel, que quedó paralizado de forma sobrenatural. En ese momento, el hombre no tuvo más remedio que escapó como alma que lleva el Diablo.

Aunque si se tiene que destacar una leyenda sobre las mujeres blancas y los hunebedden primero hay que visitar el D-13. Este megalito es conocido popularmente como el dolmen de Stemberg, que es algo así como «la piedra de la voz«. Un nombre que viene a raíz de un suceso que tuvo lugar en el año 1735. Ese año un habitante de los alrededores se encontraba picando piedras en la zona cuando se topó de bruces con los restos del monumento lítico. Cuando lo golpeó un misterioso ruido surgió de su interior. Ni decir tiene que aquel paisano huyó despavorido convencido de que el enclave estaba embrujado por las mencionadas criaturas femeninas. Un acontecimiento que volvió a salir a la palestra cuando en 1885 se descubrió dentro del D-13 un cuenco de cerámica junto con restos de bebés enterrados datados entre los siglos XVI y XVII. A esto el prehistoriador y arqueólogo neerlandés Wijnand van der Sanden opina que puede haber dos explicaciones: que se trate de un lugar de inhumación de bebés no bautizados o un recinto donde hacer ofrendas a las mujeres blancas o seres sobrenaturales desconocidos. Un enigma histórico más que esconden estas estructuras milenarias.

Picardt, el gran difusor de los gigantes y las mujeres blancas
Las narraciones sobre gigantes y mujeres blancas en los hunebedden están ahí, a la espera de visitantes con la capacidad de asombrarse puesta a punto. Pero no hubieran tenido difusión o simplemente se hubieran esfumado con el paso de los siglos de no ser por una figura clave. En el siglo XVII, mientras los pobladores de Drenthe transmiten diariamente este legado de boca a oreja, un reverendo toma nota desde su sombrío escritorio armado únicamente con una pluma y un papel. Gracias a este religioso, los huynen y las witte wieven, como aún se los conoce en Países Bajos, han llegado a nuestros días.
Johan Picardt nace en 1600 en la frontera entre Alemania y Países Bajos. Rápidamente siente la llamada de la religión desde un punto de vista conservador por lo que no tarda en decantarse por la Iglesia Reformada Neerlandesa, la pública y oficial dentro de los Siete Países Bajos Unidos. Ya como reverendo, alcanzada la treintena se asienta en tierras de Drenthe donde se da cuenta del ambiente mágico en el que conviven sus conciudadanos. Esto es la chispa necesaria para que dé rienda suelta a otras ocupaciones: aparte de predicador, Picardt se dedica a investigar y recopilar todas las historias que le cuentan sus vecinos, sobre todo las que atañen a esas rocas expresamente colocadas hace miles de años.

De esta forma, Johan Picardt se convierte en uno de los fundadores de la Arqueología en los Países Bajos. También en el primer historiador de la provincia de Drenthe. Cada vez que tiene tiempo, el religioso acude a los dólmenes a excavar e indagar sobre ellos. Todo sin olvidar el folklore que puebla toda esta zona en su tiempo. Así, sus conclusiones las plasma en su Breve Descripción de algunas Antigüedades Olvidadas y Ocultas de las Provincias y Países situados entre el Mar del Norte, el Yssel, Emse y Lippe (menos mal que es «breve»). En este tratado afirma que los fantasmas, las brujas y el Diablo son reales y campan a sus anchas. Muestra de ello, según Picardt, se encuentra en los hunebedden.
El reverendo germano-neerlandés asegura que los dólmenes de Drenthe son entierros de «espantosos, bárbaros y crueles huynen«. Los califica de la siguiente manera:
Los huynen son personas de estatura horrible, grandes poderes y crueldad bestial. No temían ni a Dios ni a los hombres. Algunos de los gigantes fueron enterrados en terreno llano, otros en montículos redondos de tierra, a los que se llama Montañas Hune o Montañas de los gigantes (…) Las reliquias de los huesos fueron enterradas en el suelo en vasijas de barro.
Además sobre los gigantes, asegura que en la casa de un tal Schulte Nysingh, que hacía las veces de juez, se conservaba en su época un hueso de gigante. Este resto de gran tamaño habría sido hallado en la localidad de Westerbork, tristemente famosa por el campo de concentración que los nazis crearon en ella. El hueso, cuenta Picardt, era de una envergadura tan inusual que estaba exhibido en esta vivienda. Asimismo no es extraño que el clérigo relacione los dólmenes con los huynen. Quizá cayó en sus manos las ideas de Saxo Grammaticus, un historiador danés de la Edad Media que ya hablaba sobre la construcción de estos monumentos por partes de individuos de considerable estatura. A su vez, Johan Picardt pudo estar al corriente de las teorías de Schonhovius, otro neerlandés, en este caso del siglo XVI, que también escribió sobre los dólmenes de Drenthe y al que mencionaremos más adelante.

A pesar de ser el gran difusor del folklore de estas tierras, a Picardt tampoco le van a faltar detractores de sus teorías. En un tiempo de enfrentamientos religiosos donde cualquier resquicio es válido para disparar sin piedad, el reverendo de la Iglesia Reformada es un blanco fácil. En 1685, la poeta frisona-groningesa Titia Brongersma se pone a excavar en pleno mes de junio, por cuenta propia, en el ya analizado dolmen de Borger. Lo que allí se encuentra la autora son varios guijarros colocados premeditadamente en dos lados dentro del megalito. Posteriormente desentierra unos objetos que describe como «macetas redondas con dos o cuatro orejas» de colores marrón, azul y rojo oscuro. Dentro de ellas Brongersma descubre huesos y cenizas. Su hallazgo le da para hacer un poema que en castellano sería Alabanza en el hunebed, para decir que el D-27 era un cementerio y ya de paso para rechazar la idea de los gigantes del reverendo fallecido tan solo unos años antes.
La opinión de Picardt respecto a los gigantes que la leyenda sitúa en los hunebedden está sesgada por su condición de religioso. No duda en que son criaturas malignas alejadas del ámbito divino y que tienen su razón de ser en los conjuntos megalíticos de Drenthe. Pero no solo habla de los huynen, sino que también hace referencia a las mujeres blancas, a las que de nuevo sitúa en estos enclaves funerarios. No obstante, con las witte wieven, el reverendo es más conciliador. Apoya la idea de que el término deriva de «mujeres sabias» y las asocia con las völvas, un tipo de sacerdotisa y adivinadora muy presente en la tradición germánica. Es así que con ellas es condescendiente y asegura que eran criaturas muy positivas para las comunidades capaces de ayudar a los necesitados:
De día y de noche (las witte wieven) muchas veces se tomaban tiempos de mujeres en trabajo de parto y dolo, y las ayudaban, incluso cuando todo estaba perdido. Y que los bienes robados, perdidos y enajenados podían señalar dónde se escondían.
Las mujeres blancas, de este modo, quedan mejor paradas que los huynen dentro del imaginario de Picardt. Sin embargo, gracias a su labor incesante, se puede decir que el religioso afincado en Drenthe en el siglo XVII es uno de los primeros folkloristas de Países Bajos, cuyos trabajos ponen en la senda de muchos relatos y cuentos populares, no solo asociados a los dólmenes, sino a todo un entramado mítico y legendario que es inmortal debido a sus escritos.

Una ciudad mítica y su relación con uno de los dólmenes
Otra de las leyendas a la que alude Picardt es la que tiene relación con la ciudad mítica de Hunsow. Esta urbe, según el religioso una urbe próspera, rica y altamente civilizada ubicada en una zona concreta de la región de Drenthe, que no es otra que entre los pueblos de Exloo y Valthe, dos pequeñas poblaciones que son limítrofes entre sí y situadas dentro del municipio de Borger-Odoorn. Un lugar a caballo entre lo real y lo imaginario, con tintes del mito atlante, que habría asombrado a la Europa Central hasta que los vikingos la destrozaron e incendiaron allá por el año 800.
No quedaría nada en pie de la ciudad mítica de Hunsow tras el supuesto saqueo vikingo. Únicamente pequeños restos que alguien tendría que buscar y ese no fue otro que Johan Picardt. El religioso, de nuevo, vuelve a poner el foco de su atención en un dolmen, situado justo entre las poblaciones donde se ubicaría la legendaria urbe. Se trata del D-31, actualmente en un estado de semidestrucción. Nueve losas de piedras (posiblemente en la época de Picardt hubiera alguna más) que junto a los campos célticos hallados en los alrededores, bajo el punto de vista del reverendo, serían vestigios de una población que habría asombrado al Viejo Mundo.

La leyenda sobre Hunsow echó raíces en estos municipios. Incluso el escudo de armas del pueblo de Odoorn representa a una ciudad en llamas, en recuerdo de la destrucción de la ciudad mítica. O el propio escudo municipal de Borger-Odoorn en el que dos caballos que flanquean el blasón con unos collares negros, como si se tratara de un luto eterno por su desaparición, acompañan la representación de un dolmen . El pueblo de Borger, por su parte, quiso ir más allá: cambió su nombre en el año 2000 durante unas semanas por el de Hunsow. La hipótesis de Picardt había quedado totalmente arraigada. Infructuosos fueron los esfuerzos de Albert van Giffen, el gran arqueólogo de Países Bajos con sus tres volúmenes sobre los hunebedden. Su conclusión de que la «Atlántida de Drenthe» nunca existió no hizo el ruido que sí generó el religioso germano-neerlandés del siglo XVII.

¿Las Columnas de Hércules en dos dólmenes de Drenthe?
Picardt alisa y hace transitable la vía hacia el folklore de Drenthe, pero antes otros han abierto el camino. Es el caso de Antoon van Schoonhoven, un monje gantés del siglo XVI que es más conocido como Schonhovius por su faceta como humanista. El clérigo, que hace las veces de canónigo en la desaparecida catedral de Brujas dedicada a San Donaciano. Como buen amante del saber, el religioso se interesa por lugares de latitudes cercanas, por lo que acaba arribando al pueblo drentés de Rolde. Allí visita los dólmenes D-17 y D-18, que están prácticamente juntos. En ese momento, el clérigo se percata de que ha llegado hasta el lugar que motiva su desplazamiento hasta esta provincia neerlandesa. Así lo atestigua en una carta fechada el 20 de diciembre de 1574 a un homólogo del templo principal de la ciudad brujense:
Ciertamente no puedo ignorar esas Columnas de Hércules de las cuales Tácito menciona que eran muy conocidas entre los frisones y cuyos restos todavía se pueden ver en el pueblo de Rolde, para asombro de los espectadores.
Schonhovius no duda en ubicar en el D-17 y en el D-18 las míticas Columnas de Hércules. El monje belga se basa en una alusión del historiador romano Tácito en su Germania que, según el canónigo de la catedral de Brujas, habría conocido a su vez la operación militar llevada a cabo contra los frisones entre los años 12 y 9 a.C. por el general Druso asegurando que allí «subsistían las Columnas de Hércules», ya que el famoso héroe de la mitología grecolatina habría estado por estos lares. El belga sostiene que el general Corbulón en el año 47 y una presunta visita del emperador Domiciano a la Germania Inferior confirmarían la existencia de este enclave de leyenda en los actuales Países Bajos.

Tras esto, para Schonhovius no cabe duda alguna. Está seguro de que aquellos conjuntos de piedra de Rolde son las Columnas de Hércules, pero no conforme con esto, va más allá. Afirma la inexistencia de canteras en los alrededores porque la tierra es pantanosa. Por este motivo asevera que estas estructuras líticas fueron conducidas y colocadas por demonios. Estos mismos seres malignos crearon sendos altares pétreos donde rendir culto al mítico personaje. Allí, continúa el canónigo de la catedral de Brujas, los habitantes de la zona sacrificaban a hombres vivos, a los que obligaban a pasar por debajo de las rocas antes de ser ofrecidos como tributo. A su vez, mientras se arrastraban por el interior de los dólmenes, eran untados con excrementos, en palabras del belga. Es así que bautiza al D-17 y al D-18 como el «Duvelskut» («Daemonis Cunnus» o «La zona genital femenina del Diablo«) debido a las ignominias que, a su parecer, se habrían practicado en los dos dólmenes. Unos rituales en honor a Hércules que habrían cesado con la llegada de San Bonifacio.
Las particulares referencias a las Columnas de Hércules de Schonhovius quedaron grabadas en el inconsciente de la época. Existen incluso mapas como el de Ortelius o el de Jacob van Deventer donde aparecen dibujados dos pilares claramente identificables. Sin embargo, no eclipsan a las leyendas que prevalecieron sobre los dólmenes del pueblo de Rolde. Ambas construcciones debieron ser lugares a evitar por los lugareños como reflejan los viejos testimonios que se resisten a morir. Del D-17 recuerdan la vieja historia de una hechicera que aconsejó a un joven cuyos padres no permitían casarse con la muchacha a la que quería. Esta recomendó que acudiera al dolmen donde le esperaba el Diablo al que ella previamente había invocado. Cuando acudió al punto de encuentro con el Maligno, el desafortunado zagal desapareció en extrañas circunstancias. Más tarde fue hallado sin vida, completamente negro y carbonizado, junto al megalito.
Por su parte, la tradición popular situaba al D-17 y al D-18 como puertas al infierno. Tal es esta creencia que se pensaba que ambos monumentos permitían acceder al «Bommelskont«, muy arraigado en el folklore belga y neerlandés, que es una expresión similar a esos lugares imaginarios castellanos como «Jauja», «Babia» o «Las Batuecas». Con la salvedad de que en el caso flamenco se trata de un emplazamiento maldito, inexistente y puramente fabuloso. Un aliciente legendario más, en definitiva, de estos dólmenes de la localidad drentesa.

El intento de demonización del acervo legendario de los dólmenes neerlandeses
Leyendas y elementos míticos que rodean a los hunebedden y que no han estado exentos de intentos de demonización. Fueron vistos como un peligro. Podían cambiar la concepción religiosa y hacer añicos la lógica mandante de unos hombres y mujeres que no comprendían ni quiénes ni cuándo pudieron ser levantados. Escuchaban las historias de gigantes y mujeres blancas, pero siempre desde una perspectiva malévola. Acercarse a estos monumentos ignotos era entrar en contacto con un universo rompedor y alejado de lo imperante. De ahí que los huynen sean en algunos casos poco menos que demonios constructores de megalitos, las witte wieven malvadas brujas o en sí los dólmenes moradas de tenebrosos fantasmas de un «tenebroso» pasado que mejor olvidar.
Ambas situaciones se evidencian en muchos casos. En cuanto a los gigantes, el propio Picardt no descarta como ya se ha comentado que fueran diabólicos personajes que levantaron estos monumentos como altares paganos. Su posición de clérigo siempre por delante como la de sus correligionarios. Para comprobarlo solo hay que observar la iglesia de Odoorn, cuyos muros contienen losas del dolmen D-32 para consagrar el emplazamiento y eliminar cualquier fragancia que no encaje. Esto en cuanto a la demonización de la figura del gigante, pero con el paso de los siglos la cosa no fue tampoco propicia. En el siglo XIX algunos hunebedden eran conocidos como «camas de hunos«. No se vinculaba por tanto al término «huynen«, sino al de «hunne», que es como se llama en neerlandés al famoso grupo de pueblos que, comandados por Atila, asolaron la Europa ya casi medieval. No obstante, no se buscaba entrelazar los dólmenes de Drenthe con los feroces guerreros que saqueaban todo a su paso. Lo que ocurre es otro anacronismo histórico como el de las «tumbas de moros» en España. La imaginación popular relaciona a estos megalitos con un pueblo pagano y con la consiguiente carga simbólica negativa que desprenden los hunos (saqueos, destrucción y muerte). Se confunden épocas, sí. Se consigue demonizar a los hunebedden, también.

En cuanto a las ‘witte wieven‘, tampoco se quedan atrás. El dolmen D-1 es conocido popularmente como «Kalsteens«, que significa «Piedras de la Bruja«. Ni decir tiene que esta designación responde a que las criaturas sobrenaturales femeninas también vieron cómo sobre ellas caía el peso de la demonización a través de la bruja, la mujer malvada que hace de las suyas y que habitaría en el interior de la estructura lítica. Así nadie se acercaría a él y no se entraría en contacto con una apabullante realidad que a todas luces es incómoda. Esto queda patente en las palabras que dedica Cornelius Kempius a dichas figuras míticas. El historiador frisón del siglo XVI describe a las mujeres blancas de la siguiente manera:
Las ninfas blancas, o en el lenguaje de la gente sencilla ‘witte wieven, son criaturas sombrías y no reales. Estaban acostumbradas a secuestrar caminantes nocturnos como pastores. También muy a menudo a las mujeres que acababan de dar a luz mandaban a su abismo, desde donde oían el sonido de murmullos subterráneos y gritos de niños. También lamentos de hombres, y de vez en cuando se podía escuchar el sonido incrédulo de las musas cantando.
Esos abismos y ruidos trágicos a los que hace referencia Kempius se hallan en el interior de los hunebedden. Su opinión de las mujeres blancas es la antítesis de Picardt. Para él practicaban «el arte del Diablo» como las brujas en los aquelarres. Así los dólmenes quedaron marcados. Nadie osaba acercarse a ellos. Las brujas, el Diablo y los hunos causaban el suficiente pavor como para no frecuentarlos. Quién sabe si Titia Brongersma fue mirada mal cuando excavó en el D-27. Papeletas tenía. A pesar de ello, la demonización de los conjuntos megalíticos de Drenthe no era lo único que la Historia aguardaba a estos monumentos.

A la imaginación popular y a los saqueos hay que sumar los conflictos del pasado siglo. Durante la Segunda Guerra Mundial, el dolmen D-53 fue destruido y enterrado para crearse una pista de aterrizaje alemana. Suerte parecida le ocurrió al cercano D-54, que acabó bajo una capa de arena para evitar que los aliados lo tomaran con referencia en posibles ataques. Bombardeos que finalmente ocurren entre 1944 y 1945. Ambos fueron reconstruidos cuatro años después debido a que existían dibujos de una investigación realizada en ellos en 1918. Cuando fueron terminados de restaurar ya no eran lo mismo.
Los verdaderos constructores de los dólmenes de Países Bajos
Sea lo que fuere, entre atropellos arqueológicos y anatemizaciones varias, cohabita una realidad en los dólmenes del norte de Países Bajos. Un fenómeno que se produjo hace miles de años y que solo las leyendas y los cuentos populares han podido reconducir. ¿Quiénes fueron los encargados de construir los hunebedden? ¿Cuándo fueron levantados? ¿Qué sentido tenían? Las preguntas se aglutinan ante los enigmas históricos. Misterios que si no se raspa en ellos no se llega al trasfondo de la cuestión. Hay que tener en cuenta que en Drenthe no hay montañas ni rocas superficiales de gran tamaño. Por ello, más incógnitas surgen. ¿De dónde vienen estas enormes piedras? ¿Cómo las trajeron?
Siguen surgiendo los interrogantes y se deben contrarrestar con respuestas. Turno de réplica que se encuentra en Escandinavia. Desde las gélidas tierras del norte de Europa provienen estas losas que conforman los conjuntos líticos drenteses. Hace 200.000 años, toda la zona de Países Bajos era una inmensa capa de hielo. Un manto congelado que llegaba hasta las cotas más septentrionales del Viejo Mundo. Es así que los glaciares, con su desplazamiento sin prisa pero sin pausa, trasladaban lentamente las enormes piedras. De este modo, rocas de procedencia nórdica consiguieron «asentarse» en suelo neerlandés. Si se excava a diferente profundidad las lajas viajeras de tiempos glaciales comienzan a aflorar cual testigo mudo de un período antediluviano. Moles de piedra que, a pesar de los centenares de milenios transcurridos, aún presentan líquenes y musgos más propios de zonas escandinavas y de las Ardenas que del lugar donde se alzan.
Ahora bien, para conocer a los encargados de excavarlas y rescatarlas del suelo fangoso drentés obligatoriamente hay que viajar a la Edad del Cobre. Entre los años 4.200 y 2.800 a.C. una enigmática cultura se asentó para quedarse en lo que hoy es la provincia de Drenthe. Es la llamada cultura Funnelbeaker, que se extendió por todo el norte de Europa. Unos hombres y mujeres, cazadores-recolectores para más señas, cuya mayor expresión son los vasos de embudo hechos de cerámica. Gran cantidad de estos objetos, quizá las «macetas redondas con dos o cuatro orejas» a las que hacía referencia Titia Brongersma, se conservan en el Museo de Drenthe situado en Assen, capital de la región.

Los miembros de la cultura Funnelbeaker no eran ni muy altos ni muy bajos para la época (1,65 metros de altura media). La esperanza de vida que tenían no superaba los 40 años. Pero el mayor vestigio que ha llegado a la actualidad son el medio centenar de dólmenes que hay en Países Bajos. A través de ellos, dejando de lado por un momento el folklore, se puede saber más sobre los neerlandeses de época calcolítica. En el interior de los megalitos enterraban a sus difuntos junto con vasos de embudo y ajuares que los acompañarán en la vida de ultratumba. Eso y que practicaban en algunos casos la cremación como asegura Anna Brindley. La arqueóloga irlandesa de la Universidad de Groninga realizó una pormenorizada investigación en el dolmen D-53 con hallazgos sorprendentes. Encontró restos de al menos cinco personas, trazos de incineraciones e incluso dos garras de oso, posiblemente pertenecientes a algún ritual propiciatorio o de magia simpática desconocido.
Indicios de huesos humanos quemados también se han hallado en el D-26. Pruebas que hacen preguntarse a los arqueólogos si la cultura Funnelbeaker evolucionó de los enterramientos de corredor hasta las cremaciones o si eran dos prácticas funerarias complementarias. No se sabe. Aunque sí se ha desvelado en este mismo dolmen la posible existencia de una fosa de sacrificios con dos vasijas de embudo completas de restos humanos. Esto nos da la idea de que los rituales llevados a cabo por estas comunidades drentesas de hace más de 5.000 años, lo supiera Schonhovius o no, también contaban con la muerte de un individuo como ofrenda a unas deidades sedientas de sangre.

Esto en cuanto al dolmen D-26 que da pistas sobre el mundo mágico de los constructores de los hunebedden. Una concepción que ciertos grupos contemporáneos intentan recordar (menos mal que no emular). Como comenta el antropólogo Gerrit Jan Zwier, los megalitos de Drenthe son puntos de reunión para los adeptos de la New Age para «realizar rituales, hacer sacrificios y en general ‘hacer los que les da la gana’, como ellos mismos dicen». A saber a qué sacrificios se refiere el estudioso, pero sobre todo pone el foco en el D-50, que todavía conserva una gran laja sobre piedras más pequeñas.
Hay que mencionar que muy pocas veces los dólmenes de Drenthe han sido investigados como merecen. Cuando sí han sido estudiados han faltado en ellos técnicas modernas. Quizá con las nuevas tecnologías un nuevo campo de estudio se abriría paso frente a los hunebedden. Con ellas, la enigmática cultura Funnelbeaker comenzaría a descifrar todos los interrogantes que presenta. Vacío de respuestas que gigantes, mujeres blancas y lugares míticos han sabido rellenar. De hecho, todavía lo siguen haciendo.
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