Las enigmáticas ‘casas de hadas’ que se esconden en la isla de Cerdeña

«Las janas, pequeñas hadas que durante el día permanecen en sus casas de roca tejiendo telas de oro en sus dorados telares, bailando a la sombra de grandes y salvajes labiérnagos». Así describe Grazia Deledda en su obra Cañas al viento a unos seres míticos que campaban a sus anchas dentro de la mentalidad popular sarda. La escritora italiana, con un premio Nobel de Literatura a sus espaldas, dejó inmortalizada las creencias mágicas que aún invadían la Cerdeña de principios del siglo XX. Una concepción del mundo basada en la transmisión de padres a hijos, de abuelos a nietos y de boca a oreja.

Sin embargo, no es baladí que Deledda hiciera hincapié en esos hogares donde las janas habitaban sin ningún resquemor a ser descubiertas. Se trata de unos enclaves de leyenda que a día de hoy se encuentran repartidos por toda la isla mediterránea. Lugares, por cierto, que hasta hace no mucho eran evitados por los lugareños, pues la demonización había hecho mella y algunos confundían a estas criaturas míticas con temibles brujas que era mejor tener lejos. Aun así, cuando a un sardo se pregunta dónde están las «domus de janas» más cercanas una leve sonrisa se escapa de su boca. Una sonrisa que revela amabilidad y sobre todo agradecimiento por el interés de un folklore insular que está lejos de perderse.

‘Domus de janas’ en Cardedu, al oeste de Cerdeña

Las ‘domus de janas’ y sus extraños rituales de enterramiento

Miles de «domus de janas» se reparten por toda Cerdeña. Fueron realizadas durante la época conocida en la isla como «la cultura de San Ciriaco», o lo que es lo mismo, hace más de 5.000 años. Según registros arqueológicos, existen más de 2.400 conjuntos de este estilo y eso sin contar las que aún están sin descubrir. Se trata de auténticos recintos excavados dentro de la roca que recuerdan a las viviendas pétreas que los eremitas construían para dar rienda suelta a su ascetismo. Todo apunta a que tenían un carácter funerario y que servían de enterramientos. Así lo refieren los restos hallados en el interior de estas «casas de piedra» donde se irían depositando uno a uno los cuerpos de los difuntos. Estos recintos actuaban como «morada del Más Allá», el nuevo hogar donde viviría aquella persona que deja el mundo terrenal. De este modo, sus espíritus habitarían estos lugares hasta la eternidad.

El enterramiento dentro de las «domus de janas» respondía a un extraño ritual cuya significación se desconoce. Se colocaban los restos del difunto en posición fetal y posteriormente el cuerpo se recubría de pigmentos rojos, al igual que toda la roca que actuaba de tumba. En ese «viaje al Más Allá» el enterrado era recubierto con moluscos capturados en la costa, con sus objetos más preciados y con alimentos que le acompañaran en su «travesía». Así, con el tiempo, multitud de objetos aflorarían como testigos de una cultura que todavía está lejos de ser conocida en su totalidad.

Interior de la ‘domus de janas’ de Montessu, al sur de la isla

El toro, animal mágico en el interior de estos ‘hogares del Más Allá’

Las «domus de janas» tienen puerta de entrada, ventanas, algún que otro asiento de piedra… y sobre todo representaciones de figuras y de dioses ignotos cuya importancia se pierde con el paso de los milenios. Extrañas formas espirales, curvas y discos labrados en la propia pared demuestran que es un recinto diferente a los demás. Dan a entender que se trata de un lugar sagrado, apartado a la comunidad al que solo se debe acudir en momentos señalados como es el instante de partir a la Vida después de la Vida. Los arqueólogos continúan rompiéndose la cabeza para descifrar esa amalgama de símbolos que los enigmáticos conjuntos de Cerdeña conservan en su interior

Dentro de toda esta simbología enigmática destaca el toro, un animal en comunión con lo sagrado desde que los primeros mediterráneos tenían conciencia de lo mágico. Por ejemplo, en las «domus de janas» de Mandra Antine (yacimiento situado al noroeste insular) el bóvido y su carga simbólica cobran importancia. Pero de las cuatro rocas excavadas, hay una de ellas que recibe el nombre de «Tumba pintada» que da pistas sobre el culto taurino en aquellos que moldearon estas edificaciones en piedra. En un rincón descuidado y desgastado, unos enormes cuernos señalan que este animal era diferente a los demás, con unos atributos que dentro de la concepción de sus constructores estaban a la altura de la divinidad. Quien sabe si denota la fuerza y el vigor que el sardo de hace milenios pretendía alcanzar con la invocación de las facultades del toro. O quien puede demostrar si forma parte de algún mágico ritual que tenía como escenario estos enclaves. Muchos interrogantes asedian aún, a día de hoy, a estas moradas pétreas de la isla de Cerdeña.

Referencia a un culto al toro en la ‘domus de jana’ de Mandra Antine

Las ‘domus de janas’, moradas de hadas en Cerdeña

Interrogantes que se fueron acrecentando con el paso del tiempo. Un pueblo da paso a otra civilización y así sucesivamente. Por tanto, las «domus de janas» quedaron abandonadas a su suerte. Poco se sabía sobre quiénes fueron sus constructores y cuál era la explicación a su edificación. Solo que los romanos respetaron su ubicación y no avasallaron con ellas, pero poco más. Por tanto, si no quedaba rastro fehaciente de los hombres que crearon estos recintos y los pocos que se acercaban a ellos hallaban extraños restos y símbolos, un halo legendario fue cubriendo esos vacíos de los habitantes de Cerdeña. La razón y la historia no alcanzaban para responder a estas incógnitas, mientras que el mito y la leyenda esperaban con los dientes largos su oportunidad. Una ocasión que llegó cuando la mentalidad popular se puso en marcha.

Entonces, el habitante isleño, al ver que eran casas de piedra pero no lo suficiente grandes, cayó en la cuenta que en ellas solo podían habitar seres mágicos: las janas. Dentro de folklore sardo, estas criaturas serían hadas de pequeño tamaño que siempre se encontraban rodeadas de oro. En estas moradas pétreas, se pasaban todo el día hilando y tejiendo dorados ropajes. También protegían tesoros y riquezas acompañadas de las «muscas macedda», un insecto del mismo folklore que atacaba mortalmente a todo aquel que osaba profanar estos enclaves con su picadura. De esta forma, quedaba explicada los habitantes de las «domus de janas» y los objetos que contaban que se encontraban en su interior.

Conjunto de ‘domus de janas’ en el Parque Arqueológico de Suni

Aún se cuentan leyendas sobre estas janas y su trato con lugareños. Por ejemplo, en la localidad de Cabras, situada al oeste de Cerdeña, todavía relatan la historia de cierto granjero que un buen día acudió a una «domus de janas» que se encontraba en el yacimiento de Cuccuru S’Arriu (hoy gran parte sumergido bajo las aguas de un lago que conecta con el mar). Allí habitaba una de estas hadas al que el buen hombre pidió que le hiciera rico. Esta cumplió sus deseos y provocó que todas sus vacas quedaran preñadas. De este modo, el granjero vio aumentadas sus riquezas, pero estas duraron poco. Según la leyenda, este hombre hizo la señal de la cruz e imploró a Dios su ayuda. Un hecho que sería fundamental para el desenlace de esta historia.

Al ver que sus peticiones a Dios no habían surtido efecto, el granjero de Cabras volvió a la morada de la jana. Sin embargo, esta ya no estaba. Aquella señal de la cruz hizo que desapareciera para siempre y, de forma misteriosa, todas las vacas del lugareño aparecieron con esta señal grabada en sus lomos. Queda patente, de forma velada, que las leyendas sobre estos seres mágicos en Cerdeña estaban vinculadas directamente al paganismo. Unas creencias que estaban reñidas con un cristianismo que no podía hacer nada contra la fuerza de estas.

Entrada a una ‘domus de janas’ cerca de Cabras (Cerdeña)

Las ‘casas de brujas’ en vez de las ‘casas de hadas’

Por tanto, para el cristianismo solo había dos vías para asentarse. Por un lado, la asimilación y, por otro la demonización. En este sentido, en Cerdeña se optó por la segunda opción. Hay que tener en cuenta algunas «domus de janas» se convirtieron en lugares a evitar, ya que en ellas ya no habitarían las hadas compasivas que protegían tesoros. En su lugar, la tradición situaba en ellas a terribles brujas que causaban temor en las poblaciones cercanas. El mejor caso se encuentra en Orosei, una localidad al este de la isla. En ella todavía se narra la leyenda de la bruja María Mangrofa, que habitaba en uno de estos enclaves a las afueras de la población. A los más pequeños les cuentan que esta mujer moraba en una cueva excavada por ella misma en la que tenía un telar de oro y que se alimentaba de los niños o de aquellos que osaban robar el tesoro que protegía.

Asimismo, en Tonara, municipio en el corazón de Cerdeña, existe otra «domus de janas» brujeril. En el extremo oeste de la población se conserva una cavidad con oquedades que hacen de puertas y ventanales. Sin embargo, hasta hace relativamente poco, los oriundos de la zona evitaban frecuentar este paraje. El motivo era una malvada bruja conocida como Jana Maista, que se dedicaba a chupar la sangre de los más pequeños, según la tradición. En este sentido, esta bruja vampiresa contaría una horda de hadas con malas intenciones que se dedicarían a secuestrar a las víctimas. ¿Cómo lo harían? Efectivamente con redes de oro tejidas por ellas mismas.

‘Domus de janas’ de Tonara donde habitaría la bruja Jana Maista, según la leyenda

La enigmática cultura Ozieri: los constructores de las ‘domus de janas’

Queda patente que la identificación de las ‘domus de janas‘ como habitáculos de hadas y brujas responden al desconocimiento de qué pueblo, en tiempos neolíticos, excavó las rocas para crear estos conjuntos. Para saber más de él hay que remontarse a una época que va desde el 3.200 hasta el 2.800 a.C., cuando la misteriosa cultura Ozieri poblaba la isla de Cerdeña. Poco se ha desvelado sobre este pueblo y lo que se conoce es gracias a las rocas que excavaban y lo que se ha hallado en su interior. Es así que debido a esas «casas de hadas» los arqueólogos concluyen que estos primitivos sardos tenían una especial preocupación por la vida de ultratumba en la que buscaban la regeneración de la vida en el Más Allá. Esta creencia mágica podría explicar la existencia de estos recintos pétreos y que a los difuntos se les recubriera de color rojo, en referencia a la sangre. Sin embargo, son solo meras teorías que están lejos de confirmarse.

Por otro lado, los arqueólogos barajan la idea de que la cultura Ozieri se centraba en dos divinidades. Una de ellas, la femenina, era una Diosa Madre representada en diferentes estatuillas que se han encontrado en las excavaciones. Asimismo, la divinidad masculina, llamada por los investigadores como el «Dios Toro«, giraría en torno a este animal cuya sacralidad estaba extendida en prácticamente todo el Mediterráneo. Esta deidad superior taurina vendría a explicar por qué hay tantos símbolos que lo recuerdan en las «domus de janas«. Pero son solo pistas que nos acercan levemente a una cultura totalmente desconocida en Cerdeña. Huellas ignotas que solo la leyenda y la fantasía han sabido interpretar.