Eran los últimos coletazos de la Guerra Civil Española. El país estaba sumido en la destrucción y en la miseria. Todas las reservas estaban agotadas y la hambruna era palpable en los supervivientes al conflicto. Sin embargo, un extraño hombre llegó desde Alemania hasta la ciudad de Salamanca. Se trataba de un misterioso individuo hindú que llamaba la atención entre los vecinos de la ciudad del Tormes. Sin embargo, había sido llamado expresamente por Franco con una misión clara: convertir cualquier material en oro a través de la alquimia.
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Un alquimista al servicio de Franco en el palacio de Anaya
El alquimista se llamaba Savarpoldi Hammaralt. Llegó a Salamanca tras las recomendaciones de Nicolás Franco, hermano del general y gran aficionado a la búsqueda de la mítica Piedra Filosofal. El estrafalario hindú tuvo dos reuniones con el hermano de Franco y le prometió que sería capaz de convertir todo el oro que necesitaran para alzarse con la victoria en la Guerra Civil. Savarpoldi Hammaralt, según el historiador Ramón Garriga, dijo que «tenía la fórmula para fabricar oro», pero que solo se puede usar «si el oro fabricado está convertido para una causa».
Garriga añade que el alquimista de Franco accedió a trabajar en Salamanca porque creía que con sus servicios se defendía «la destrucción del comunismo materialista». Hay que tener en cuenta que este personaje venía de la Alemania nazi… Tras llegar a buen puerto las negociaciones, el supuesto mago hindú fue instalado de forma secreta en el palacio de Anaya, donde tenía para él solo el laboratorio de la Facultad de Ciencias de Salamanca. Los intentos de transmutar el metal en oro estuvieron supervisados en todo momento por Nicolás Franco, que transmitiría todos los avances directamente a su hermano. Creían que así conseguirían todo el oro necesario para ganar la guerra y convertir al país en una potencia económica tras su finalización.

Savarpoldi Hammaralt acabó siendo expulsado por supuesto espía británico
En un primer momento, los trabajos alquímicos de Savarpoldi Hammaralt al servicio de Franco entusiasmaron al «hermanísimo». Incluso le llegó a enseñar a utilizar la tinta invisible para escribir mensajes ocultos. Esto hizo que se paseara por Salamanca con lo más granado de la cúpula franquista, a medida que tenía total libertad en sus prácticas dentro del palacio de Anaya. Pero lo cierto es que no había conseguido ni una onza de oro todavía.
Pasaron días y semanas. El supuesto alquimista hindú no conseguía fabricar oro y la impaciencia de los mandos militares se iba haciendo visible. Aunque el golpe final llegó cuando Wilhem Canaris, encargado de los servicios de inteligencia alemana en España, se enteró de que había un alquimista al servicio de Franco en Salamanca. Canaris avisó que efectivamente Savarpoldi Hammaralt había estudiado Química, pero que en Alemania estaba en búsqueda y captura por sospechas de ser un espía británico. Cuando fueron a buscarlo al palacio de Anaya, el presunto alquimista ya no estaba. Había desaparecido de Salamanca sin ser visto y nunca más se supo de él.

El interés de Franco en la magia y el ocultismo
Franco siempre tuvo cierta querencia a las ciencias ocultas. Por ejemplo, durante su estancia en Marruecos el general no dudó en pedir rodearse de una enigmática vidente local llamada Mersida, que estaba vinculada directamente con las prácticas mágicas. De hecho, no había decisión militar que no pasara por esta mujer, que poco a poco se convirtió en la asesora en la sombra del general durante la campaña marroquí. Lo propio hizo con Corintio Haza, un vidente sefardí afincado en Tánger al que acudía para adivinar su futuro y de paso sanar heridas a través de remedios mágicos; a este judío se le atribuye haber añadido en el víctor franquista símbolos astrológicos y alquímicos que buscaban proteger de forma mágica al general.
En tierras africanas se fue fraguando un halo extraño sobre la figura de Franco. Los propios bereberes tenían un temor atávico al general porque creían que tenía una protección sobrenatural, una suerte inexplicable que en el islam se conoce como la Barakah. Así se fueron generando todo tipo de rumores sobre un hombre que cosechaba victoria tras victoria, a pesar de no tener una apariencia militar imponente.
El interés de Franco por el ocultismo habría quedado patente en el Valle de los Caídos. Ya como dictador pretendía crear una construcción que fuera un talismán, un monumento a la altura del complejo de El Escorial o del mismísimo Templo de Salomón. Por ello, para elegir el emplazamiento no dudó en incorporar a zahoríes y un astrólogo a la comisión de expertos que debía buscar el enclave idóneo para la creación de su obra megalómana. Como curiosidad, en un principio, en vez de proyectarse la famosa cruz del Valle de los Caídos se pensó en la colocación de una enorme pirámide, símbolo ocultista que solo unos iniciados podrían conocer su significado. Porque cuando los aires de grandeza y las necesidades imperiosas se unen provocan una búsqueda desesperada de soluciones. Y debido al despecho ya no importa que estas se encuentren en supuestas fuerzas sobrenaturales.

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