El gran Miguel de Cervantes, en el capítulo 29 de El Quijote, alude a una leyenda que él mismo pudo escuchar como buen alcalaíno que era. El mayor embajador de nuestro país menciona a un «moro muzaraque» que «yace encantado» mientras monta en una cebra alfana en la cuesta Zulema, muy cerca de Compluto. Evidentemente Compluto hace referencia a las ruinas de Complutum, la Alcalá de Henares romana. Pero lo llamativo de esto es que se trata de una alusión a una historia que está íntimamente vinculada a uno de los grandes enigmas de la Historia. Misterio en forma de objeto de poder que, según la tradición, estuvo en España y después desaparece. Hablamos de la mítica Mesa de Salomón, de la que se ha dicho de todo. Que si en ella el rey Salomón reflejó todo el conocimiento universal, que si esconde el Sem Semaforash (el verdadero y prohibido nombre de Yavhé que no puede ser mencionado), que si estaba escondida en el Toledo visigodo después de muchas vicisitudes históricas… Son muchas las variantes que existen acerca de este tesoro que, quien lo tuviera en su haber, podría hacer y deshacer a su antojo. Una de ellas nos transporta irremediablemente a los alrededores de Alcalá de Henares.
El cerro de San Juan del Viso y el ‘monte Salomón’
Muy cerca de la ciudad de Cervantes, rodeada y custodiada entre elevaciones y montículos, se levanta el Cerro de San Juan del Viso. Un enclave que ha sido vinculado de forma romántica con la mítica Iplacea, esa ciudad fundada por guerreros helénicos que huían de Troya, y que escondería un secreto mayor. Lo ocultaría porque el otro nombre con el que se conoce a este emplazamiento hace referencia al monte Zulema, como también lo llaman los alcalaínos. Sin embargo, «Zulema» vendría de «Suleiman» o, lo que es lo mismo, «Salomón«. Por tanto, ¿por qué monte Salomón? En este punto la historia de la Mesa de Salomón se entrecruza con la de Alcalá de Henares.
En este caso, tenemos que acudir a una crónica árabe de la Edad Media, que a fin de cuentas son las que mejor reflejan todo este periplo de un objeto de poder que se custodiaría en Toledo tras pasar por Roma y Tolosa y que, cómo no, los musulmanes con Tariq y Musa a la cabeza anhelan tener bajo control. Tenemos que acudir concretamente al Ajbar Makmua, que data del siglo XI, esto es, 300 años después de la invasión árabe en la que se sitúa la búsqueda islámica del preciado tesoro y, por ende, su pérdida en las brumas del tiempo.

El monte Zulema y la Ciudad de la Mesa
Hay que tener en cuenta que todas las referencias que se hacen a la Mesa de Salomón son a posteriori. Incluso en Las mil y una noches se habla del perseguido trofeo por el caudillo Tariq. La crónica de nos habla de que Tariq, una vez que llega a Toledo, marcha después a Guadalajara en busca del anhelado tesoro. Después de ello, llega a un monte que lleva su nombre (esto es Suleiman o Salomón) y a una ciudad que es la Medina Almeida (la Ciudad de la Mesa) donde finalmente se halló la reliquia, antes de marchar a Amaya (Burgos) donde también encontró todo tipo de riquezas. Este relato, hay que decirlo, también lo recoge Ximénez de Rada, obispo tan conocido que sitúa la escena en Burgo de Santiuste, que es como se conocía a Alcalá en su época.
Claramente, monte Suleiman y Medina Almeida puede ser cualquier cosa. Pero lo que las viejas crónicas no han conseguido perpetuar, sí lo alcanzan la memoria popular y la tradición. En ese sentido, en Alcalá de Henares, existe la leyenda que aparece reflejada en los Annales Complutenses y que nos relata que en el año 713 (dos después de que los musulmanes llegaran la Península) Tariq llega a Compluto y cambia varios topónimos. Por ejemplo, es el momento en el que la ciudad comienza a ser llamada Alcalá (un dato curioso). Pero también a un monte que se le llama Tarac, el caudillo se lo cambia por Gebel Zulema (monte Zulema). Dichos anales dicen que lo hace por tres motivos: uno por arabizar la zona; otro por uno nombre similar al que dieron a una fortaleza y el tercer motivo porque en una gruta encontraron posiblemente la Mesa de Salomón.

La leyenda recogida por Cervantes
Monte Zulema o Cerro de San Juan del Viso que siempre ha estado plagado de cuevas y grutas, con fama en Alcalá de esconder tesoros. Sin embargo, esta leyenda se fue perdiendo con el tiempo o, como poco, desvirtuándose. Tal es así que lo que recoge Miguel de Cervantes en El Quijote sobre un «moro muzaraque que yace encantado en la cuesta Zulema cercana a Compluto» es una versión deformada, no en el contenido, sino en los protagonistas. El paladín de la literatura española recoge una historia que, a buen seguro, se contaba en su tiempo en Alcalá de Henares. No hay que olvidar que dentro de las aventuras del ingenioso hidalgo de La Mancha se relatan leyendas y sucesos mágicos que ya coleaban en su época.
Dicha leyenda, aún contada en Alcalá, dice que «Muza el árabe» (de ahí vendría «muzaraque») buscó un preciado tesoro en el monte Zulema (o sea la Mesa de Salomón) y finalmente dio con él en ese mismo enclave. Sin embargo, tras dar encontrar el ansiado botín, un encantamiento cayó sobre él y su espíritu acabó condenado a vagar eternamente sobre una alfana (un caballo corpulento) por este monte. Justo el mismo relato que cita Cervantes. Ahora bien, Muza no sería quien encontraría la Mesa, según la tradición, sino Tariq. De hecho, una de las múltiples versiones que existen sobre lo que ocurre después con este objeto de poder es que el caudillo musulmán se queda con una de las patas de la reliquia para demostrar ante el califa de Damasco que él había sido el descubridor. Es así que la narración alcalaína cambia el nombre de los protagonistas, aunque mantiene latente lo sustancial: que en el Cerro de San Juan del Viso, también conocido como monte Zulema, un enigma histórico tiene un capítulo más.