De cómo el Cid conquistó Madrid

Madrid siempre fue una plaza clave para la defensa de Toledo durante la época musulmana. De hecho, como muestra la historia oficial, se creó para controlar el avance de los musulmanes hacia el resto de la Península  y evitar posibles acometidas de los reinos cristianos, reducidos a pequeños núcleos en las zonas montañosas del Norte.

Tras la reconquista a cargo de Alfonso VI en el año 1083 (los últimos estudios apuntan a esta fecha)  de la conocida como Magerit, había que añadir ese toque heroico que a menudo transmitían los cantares de gesta y los romances. Al fin y al cabo, cualquier aliciente servía para seguir con la lucha contra el islam. Y, cómo no, se recurrió al personaje que sería el azote del musulmán: Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el «Cid Campeador».

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Los cristianos ya se encontraban en la sierra de Guadarrama y de Gredos, a un paso de la plaza de Madrid con el objetivo de llegar a Toledo, corazón de la taifa reinada por Al-Mamún. Para meter miedo al rey musulmán, las tropas de Fernando I de León sitiaron la ciudad portuguesa de Coímbra, que fue conquistada en 1064. Tras la toma de Coímbra, en la misma ciudad el propio Fernando I armó caballero a Rodrigo Díaz de Vivar, que hasta entonces era nada más que un doncel guerrero. Al-Mamún estaba nervioso, pues existía el precedente de la destrucción de Magerit en el año 932 a manos de Ramiro II de León, poniendo en serio peligro a Toledo.

Cuenta la leyenda que el Cid tuvo la idea de ganar Madrid en el momento de visitar la población con motivo de la celebración de una fiesta de toros. En ésta, alanceó a toros ante la atenta mirada de los asistentes, que conocían la fama de aquel caballero cristiano, y las admiraciones de las más bellas mujeres que acudieron a verle. Al regresar a su tierra, el Cid guardó en la memoria cada palmo de Madrid, las flancos menos defendidos y la parte de la muralla más asequible para conquistar la plaza.

Esta leyenda aparece recogida en la obra teatral del siglo XVII titulada La Mojiganga del Cid para las fiestas del Señor, pero es más conocido el poema de Nicolás Fernández de Moratín llamado Fiesta de toros en Madrid. Incluso Goya plasmó en una de sus pinturas a un anacrónico Cid lanceando a un toro, obra que se puede visitar en el Museo del Prado de Madrid.

Más recientemente destaca el estudio que hace José María Díez Borque en El Cid Torero: de la literatura al arte, donde analiza la iconografía del mítico personaje demostrando valor y coraje delante de los enemigos.

Después de grabar en su retina las debilidades que tenía Magerit, comenzaron las campañas militares, acompañando a Alfonso VI -rey que desterró y perdonó al Cid según refleja el Cantar del Mío Cid-, con el propósito de reconquistar Toledo. Madrid caería en 1083 (gracias a ese «Gato» que escaló la muralla) y se abrieron las puertas de Toledo, que sería finalmente dominada en 1085.

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Desde Toledo, el Cid decidió volver a Madrid, donde partiría para realizar la hazaña que más se recuerda de su figura: la conquista de Valencia. Es en este momento cuando otra leyenda le situaría como descubridor de la imagen de la Virgen de la Almudena en una de las murallas al ayudar a un leproso. El enfermo se transformó en una mujer, quien dijo a Rodrigo Díaz de Vivar dónde había una imagen mariana y profetizó que ganaría batallas después de muerto. Esta anécdota serviría de impulso para reinstalar la religión cristiana en Madrid, maltrecha tras el dominio musulmán, y crear templos religiosos que fomentarían la nueva fe.

En el Cantar del Mío Cid aparecen versos que hablan de la presencia de las mesnadas de Rodrigo Díaz de Vivar junto a Minaya Alvar Fáñez por la zona de la Comunidad de Madrid, concretamente por el entorno de Alcalá de Henares y este valle. El verso 475 dice lo siguiente:

«He aquí los doscientos caballeros que venían en algara, que sin ninguna duda corren, hasta Alcalá llegaron con la seña de Minaya, y desde allí tornan con la ganancia Henares arriba».

José María de Mena apunta en Misterios y Leyendas de Madrid que, antes de iniciar su campaña hacia Valencia, el Cid realizó correrías por la Comunidad de Madrid, unas veces comandando él directamente las tropas y otras enviando a su lugarteniente Minaya Alvar Fáñez.

Este historiador también menciona que la participación del Cid en una fiesta taurina en territorio enemigo puede tener realidad histórica. Según José María de Mena, «la asistencia de moros a celebraciones de cristianos y de cristianos a fiestas de ciudades moras era cosa corriente». Cita el poema de Los siete infantes de Lara, donde a la boda de doña Lambra en Burgos fueron invitados caballeros musulmanes procedentes de Córdoba y Toledo.

Se desconoce cuando acaba la realidad histórica y entra en terrenos míticos, o si todo ocurrió de verdad. Al fin y al cabo, no deja de ser un paralelismo con la figura del Cid Campeador, personaje a caballo entre lo real y lo épico.

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