Las leyendas y fenómenos extraños que cuentan de la isla de Ízaro

La isla de Ízaro flota incesante cual buque acorazado de piedra frente a las costas de Vizcaya. Nada le atormenta, nadie le tose, mientras ella vigila. Así hasta convertirse en la impasible vigía que custodia a Bermeo, vela por Mundaka y controla de reojo a Elantxobe. Qué sería de estos lugares sin la atenta mirada de la isla de Ízaro

Tan cerca y a la vez tan lejos por causas cantábricas, el pétreo acorazado siempre presenta sus mejores galas.  Sus rocas están blindadas, sí, pero en ellas nacen brotes verdes, vegetación que vista desde la costa recuerda a esos marineros que saludaban a sus familias desde cubierta mientras se lanzaban a alta mar, sabiendo que algunos no volverían jamás. Un recuerdo muy vasco de no hace mucho tiempo que ahora parece olvidado. Pero ya están las gaviotas que anidan en la isla para evocarlo con sus graznidos.

Y quizá sea esa mezcla de imperturbable buque de piedra y de vergel de vida la que transforma a la isla de Ízaro en testigo de las historias más asombrosas que se pueden contar. En ella se han producido inigualables episodios enigmáticos, amores de leyenda que han acabado en tragedia y sucesos tocados por la varita de lo sobrenatural. Porque, al fin y al cabo, se trata de un enclave diferente, un escenario atípico, en el que si uno se descuida puede verse sobrepasado por las insondables sendas de la fascinación.

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La isla de Ízaro que habría sido habitada por San Antonio de Padua

La isla de Ízaro, que algunos como el escritor Antonio de Trueba aseguran que significa «isla de los cazadores», ha sido un elíseo donde la vida ha brotado en mitad del mar Cantábrico. Desde flores que se ven rutilar desde la costa hasta las gaviotas que sobrevuelan el perímetro, pasando por conejos campesinos que eran desconocidos en los alrededores. De hecho, se creía que estos animales fueron traídos por los franciscanos asentados en la isla desde principios del siglo XV. Estos religiosos han sido los vecinos más sonados de Ízaro, aunque la Crónica de Ibargüen sitúa al islote como la morada temporal de uno de los personajes más venerados a lo largo de la Península Ibérica: San Antonio de Padua.

La Crónica de Ibargüen recoge que San Antonio de Padua visitó el caserío de Arbina, en Pedernales, por ser el lugar de procedencia de su abuela materna. Por este motivo, el santo vino desde la ciudad francesa de Tolouse a visitar a sus «parientes» del caserío de Arbina, tras cruzar Navarra y Guipúzcoa. San Antonio de Padua fue acogido por sus antepasados y posteriormente se trasladó a la isla de Ízaro donde se alojó en el convento franciscano. Allí, según la Crónica de Ibargüen, sanó a mudos, ciegos, cojos y mancos antes de marcharse a Padua, localidad italiana donde murió.

La leyenda de San Antonio de Padua en la isla de Ízaro, si bien es redactada con carácter histórico, se cae por su propio peso al acudir a la cronología. El santo jamás pudo estar alojado en el convento franciscano de la isla, básicamente porque este fue construido en 1422 y San Antonio de Padua falleció en 1231, es decir, casi dos siglos antes. Una historia, en resumen, que se torna en fantasía a la luz de los inexorables datos históricos.

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San Antonio de Padua, que habría habitado en la isla de Ízaro, según una leyenda

 

Las lamias harían de las suyas en los alrededores de la isla de Ízaro

La isla de Ízaro no habría sido habitada por San Antonio de Padua, pero sí frecuentada por las misteriosas y terribles lamias si se atienden a las historias que contaban los pescadores de la zona. En este caso, serían lamias marinas, es decir, mujeres con cola de pez de hermosura desmedida que vivirían en los acantilados.  Antón Erkoreka, etnógrafo de Bermeo, asegura que entre los vecinos de esta villa se puso de moda la creencia de que estos seres tenían un palacio submarino entre la isla de Ízaro y el cabo de Anzora, concretamente donde se encuentran las rocas de Otzarri.

Las rocas de Otzarri son unos arrecifes situados frente a Mundaka, donde las lamias se acomodaban a la espera de marineros incautos. Cuando los pescadores se acercaban hechizados por la belleza de las criaturas, los guiaban a los salientes de la isla de Ízaro o a la sima de Lexia, ubicada en el cabo de Ogoño, donde los devoraban. Por tanto, los alrededores de Otzarri eran unas aguas a evitar por el pavor que provocaban las lamias marinas.

La creencia en las lamias está muy extendida entre las costas de Bermeo y Mundaka. Así lo demuestra la topominia, con enclaves como Lamiarán o Lamiarampe, donde se contaba que moraban estos seres míticos vascos. En el puerto de Bermeo, allá por los años 80, se colocó la estatua de una lamia marina que es apodada de forma cariñosa como «Xixili». O en Mundaka, durante la fiesta de los atorras, las mujeres se disfrazan de lamias para rememorar a unos personajes fantásticos que causaban pánico hace no mucho tiempo. Un temor que tenía su origen frente a la isla de Ízaro.

 

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Rocas de Otzarri, donde habitarían las lamias marinas, frente a la isla de Ízaro

 

Los piratas atacan la isla de Ízaro: ¿fue saqueada por Francis Drake?

Quienes también despertaban un terror continuo en las costas cercanas a la isla de Ízaro eran los piratas.  La leyenda cuenta que en septiembre de 1596, los piratas llegaron hasta Bermeo y Mundaka. El capitán era un viejo conocido para los españoles por sus saqueos y un héroe corsario para los británicos por los estragos que hacía en el enemigo. Era nada más y nada menos, la flota comandada por Francis Drake.

Siempre con ansias de conseguir un gran botín, arribaban a tierras vascas frecuentemente sin ningún tipo de pudor. Los vecinos, conscientes de estos ataques, se organizaban como podían, pero había emplazamientos que quedaban desprotegidos, como era el caso del referido islote.

 

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Cañón en Mundaka que protegía a la zona de los ataques de piratas

 

Los hombres de Drake se dispusieron a hacer todo tipo de tropelías en Bermeo, sitiando la plaza. Los bermeanos pidieron ayuda a poblaciones cercanas y, todos juntos, conseguirían rechazar el ataque de los piratas ingleses. Sin embargo, al salvaguardar la villa vizcaína, dejaron totalmente desamparada a la isla de Ízaro, donde se encontraban en ese momento los frailes franciscanos. Y hacia allá que fue Francis Drake con sus barcos.

Los atacantes consiguieron desembarcar en la isla de Ízaro e inmediatamente se dirigieron al convento. Allí, comenzaron a quemar el recinto y a acuchillar a las imágenes religiosas que había en el templo. Por otro lado, desnudaron a los frailes y posteriormente les infligieron humillación tras humillación. La leyenda finaliza con un supuesto castigo divino a Francis Drake y su tripulación por saquear un terreno sagrado. Al parecer, cuando los buques zarparon de Ízaro con un suculento botín, una de las embarcaciones fue llevada por el viento hasta la costa bermeana donde se encontraban la ermita de Lamiarán y allí naufragaron; solo se salvó de morir ahogado el grumete, que fue quien relató los hechos sucedidos.

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Francis Drake, pirata para los españoles y corsario para los británicos

La leyenda del ataque de Francis Drake a Bermeo y su posterior saqueo de la isla de Ízaro está muy presente todavía. No obstante, los datos históricos vuelven a arrollar a las historias que se han transmitido de generación en generación. Hay que tener en cuenta que Drake murió de disentería en Portobelo en enero de 1596. Si el ataque al litoral vasco se produjo en septiembre de ese mismo año, el corsario inglés llevaba sin vida ocho meses.

A pesar de que Francis Drake no realizó el saqueo, sí lo hubo, aunque no fue perpetrado por piratas británicos. En realidad, fue llevado a cabo por los hugonotes, protestantes franceses que de vez en cuando se lanzaban a la mar para asaltar pueblos pesqueros cercanos. En este caso, sí se conservan referencias históricas, por lo que sería una confusión de protagonistas y no de sucesos.

Fray Pedro de Loybe, procurador de la iglesia de San Francisco de Bermeo, relata en sus escritos lo que ocurrió. Cuenta que el 1 de septiembre de 1596, llegaron ante las costas de la villa 11 navíos de hugonotes franceses provenientes desde el puerto de La Rochelle. Antes de arribar a Bermeo, según el religioso, desembarcaron en la isla de Ízaro, donde prendieron fuego al convento. Quemaron todo menos las estancias de la iglesia y el claustro, que no se incendiaron por mucha pólvora que utilizaron en estas estancias. También acuchillaron a las imágenes religiosas, quedando la Virgen de la Piedad sin un brazo, la estatua de la Santísima Trinidad sin cabeza y la talla de Santa Catalina partida en dos al ser atravesada por alfanjes.

El abad mayor y dos religiosos cogieron el Santísimo Sacramento, tres cálices y fueron a esconderse a una cueva. Los piratas hugonotes interceptaron a los dos religiosos, a los que desnudaron, mortificaron y obligaron a bailar. Cuando iban a martirizarlos, fray Pedro de Loybe narra que los asaltantes vieron en la costa a Gonzalo Ibáñez de Ugarte y a 400 hombres reunidos de pueblos vecinos que estaban dispuestos a hacerles frente. Por ello, los piratas volvieron a sus navíos para huir, pero uno de ellos fue arrastrado por el temporal hasta la costa y quedó encallado frente a la ermita de Lamiarán. Los integrantes de la embarcación perecieron ahogados excepto el grumete, que consiguió salvarse para contar lo sucedido. En definitiva, el saqueo al convento de Ízaro sí tuvo lugar, aunque los pocos documentos preservados (los hugonotes también quemaron el archivo) y el paso del tiempo han hecho que un acontecimiento se transformase en leyenda, donde no falta el toque fantástico a través del terror que solía producir solo el nombre de Francis Drake.

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Isla de Ízaro vista desde las ruinas de la ermita de Lamiarán

 

La leyenda del fraile enamorado de Ízaro

Queda patente que la historia de la isla de Ízaro está ligada de forma íntima con el convento de franciscanos que había y del que solo quedan las ruinas (fue abandonado en el siglo XVIII) e historias que resisten a perderse. Una de ellas es la leyenda que tiene como protagonista a un fraile enamorado. Esta varía según en la localidad en la que sea transmitida, aunque su sustento siempre es el mismo.

Los lugareños cuentan que antes de que los religiosos dejaran Ízaro definitivamente un trágico suceso sucedió. Al parecer, un joven de Mundaka estaba perdidamente enamorado de una joven también vecina del pueblo. Su amor iría viento en popa de no ser por el padre de la muchacha, que no veía con buenos ojos aquella relación. Su recelo llegó hasta tal punto que amenazó al chaval si volvía a ver a su hija. El zagal, enamorado hasta la médula, cayó en una depresión y se montó en una lancha para morir en el mar. De hecho, hubiera perecido en las aguas del Cantábrico si no fuera porque los frailes franciscanos de la isla de Ízaro vieron el bote y decidieron rescatarlo.

Los religiosos, para que el muchacho entrase en calor, le pusieron un hábito. Como esta vestimenta solo podía llevarla un miembro de la comunidad, le ordenaron inmediatamente fraile. A la mañana siguiente, los propios franciscanos vieron cómo una pequeña embarcación se dirigía hasta el islote desde Mundaka. Era tripulado por un vecino que iba escondido bajo una túnica que lo cubría todo el rostro. Los frailes, sabiendo que era alguien que les traía limosna, mandaron al muchacho a que recibiera a aquella persona. En cuanto atracó la lancha, aquella figura se destapó la cara y el joven se sumió en un profundo asombro: ¡Se trataba de su amada que había ido hasta Ízaro solo para verle!

Ambos hicieron un trato en aquel instante. Concertaron que todas las noches, la muchacha se acercaría a la playa más cercana de Mundaka con un candil, cuya luminaria serviría de señal. El chaval, al ver la luz desde la isla de Ízaro , iría en barca hasta ella para reunirse los dos enamorados. Así, los dos jóvenes se encontraban noche tras noche durante varias semanas. Hasta que el padre de la chica se enteró de las escapadas nocturnas de su hija.

Por ello, el padre requisó el candil a la muchacha y lo incrustó en uno de los acantilados de Mundaka. El zagal ordenado fraile vio como todas las noches la luz y fue directo hacia ella. Sin embargo, cuando se dio cuenta que iba directo contra las rocas, ya era demasiado tarde. Su barca encalló y debido al temporal, cayó al agua muriendo ahogado. Esto fue visto por su amada que, presa del dolor y la tristeza, decidió compartir el mismo destino del fallecido, lanzándose desde el acantilado. Los dos cuerpos sin vida de los amantes fueron arrastrados hasta el fondo del mar y en el lugar exacto donde murieron se colocó una cruz por los vecinos de Mundaka.

Los más mayores aseguran que, en noches de temporal, se pueden oír los lamentos del fraile enamorado y su amada que piden explicaciones desde las profundidades de las aguas que rodean a la isla de Ízaro. Además, Wilhelm von Humboldt, viajero enamorado de las tierras euskéricas, llegó a afirmar que aquel malvado padre era nada y más y nada menos que el mismísimo Diablo. Algo que sobrecogería si no fuera por la similitud de esta leyenda con el mito griego de Hero y Leandro. Es por ello que Antonio de Trueba comenta que «este relato de pega muestra en su contexto y tono que lo fabricó algún mono versado en fábula griega».

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Cruz en Mundaka orientada a la isla de Ízaro, donde habrían fallecido los protagonista de la leyenda

 

La misteriosa voz del Más Allá del convento de la isla de Ízaro

Los lamentos que provendrían de las profundidades marinas, de ser verdaderos, entrarían dentro de lo que se conoce como fenomenología paranormal. Reales o no, sobre el convento de la isla de Ízaro existen documentos que reportan sucesos que bien entroncarían con encuentros fantasmales. El propio relator de los hechos, el cronista Jeremías Montalvo, fue quien se habría topado con lo insólito como asevera el investigador Daniel Oholeguy.

Se cuenta que en 1790, el cronista Jeremías Montalvo se retiró al ala más antigua del convento de Ízaro. Sus únicas intenciones eran las de recopilar información acerca de la vida cotidiana de los monjes franciscanos para sus futuros trabajos. Apenas salía de su habitación, en la que se pasaba día y noche escribiendo sus experiencia en aquella comunidad religiosa apartada de toda sociedad. Todo parecía normal hasta que una madrugada, el cronista sería testigo de lo imposible.

Jeremías estaba escribiendo con su pluma en su celda, acompañado de una pequeña vela que lo alumbraba. De repente, algo apagó misteriosamente la llama de la vela y comenzó a sentirse observado. En medio de la oscuridad, a pesar de que allí no había nadie, una voz de ultratumba le dijo que tenían que bendecir el patio del convento «porque en él había mucho odio». Montalvo, asustado, se escondió bajo las sábanas del camastro que tenía en sus aposentos, pensando que eran sus imaginaciones producto de la soledad de su dormitorio a altas horas de la madrugada.

A la mañana siguiente, el escritor acudió al abad mayor del convento, a quien le comentó lo ocurrido la pasada noche. El abad, con una cara de extrañeza total ante las palabras de Jeremías Montalvo, decidió hacerle caso y bendecir el patio. Después de todo, realizar unos oficios no supondrían un gran esfuerzo en una isla de Ízaro donde las distracciones brillaban por su ausencia. Tras finalizar la bendición del recinto, los presentes se pusieron a excavar en aquella explanada y lo que hallaron pasaría a los anales de los episodios enigmáticos de aquella ínsula: descubrieron restos humanos con grilletes en las manos, que habrían pertenecido a los esclavos de un barco negrero portugués que habría naufragado en la zona sin nadie recordarlo. El abad ordenó desenterrar los esqueletos para volver a inhumarlos en un cementerio exterior al convento. Con el traslado de los cuerpos, nunca se volvieron a notar presencias fantasmales ni voces procedentes del Más Allá.

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Ruinas del convento franciscano de la isla de Ízaro (Javier Urrutia)

Hechos sobrenaturales y fenómenos extraños en el convento de Ízaro

Con el caso de Jeremías Montalvo se terminaron los episodios vinculados con lo desconocido, pero no fue el único que sucedió en el convento franciscano cuando estaba en funcionamiento. Estos son más reales, ya que el testimonio paranormal anterior no tendría razón de ser al haber ocurrido en un tiempo en el que la comunidad religiosa ya no estaba en la isla de Ízaro (se marcharon de ella en 1719) y el nombre y apellido del cronista no son comunes en esas tierras. Otra vez, fray Pedro de Loybe, fue el encargado de inmortalizar unos hechos que, a día de hoy, siguen sin tener una explicación plausible.

El fraile narra que en el año 1600, fray Martín de Aguirre se topó con una sepultura en la isla. Conocedor de lo que se contaba entre los monjes sobre la presencia en el islote de cuerpos presumiblemente santos, se dispuso a abrir la tumba. No obstante, en el momento en que hizo palanca para conocer el interior del sepulcro, un fuerte temblor se desató en Ízaro que hizo que se le cayeran las azadas que tenía entre manos. Al ser testigos de aquello, ningún fraile osó volver a tocar aquella tumba porque albergaría los restos de alguien con un halo de santidad. El propio fray Pedro de Loybe atestigua que vivió el hecho sobrenatural y dice que la sepultura estaba en el ala norte del convento.

Otro acontecimiento prodigioso que rescata fray Pedro de Loybe se produjo el 17 de noviembre de 1602. Sobre las 10 de la mañana, la campana mayor del templo se activó sin que nadie la tañera. Así estuvo la campana hasta el día siguiente, ante la cara de estupefacción de los franciscanos. Fue en ese instante cuando se percataron que en la orilla de la ínsula apareció un cadáver, que subieron hasta tierra firme. Como no pudieron reanimarlo, lo enterraron y con la finalización del sepelio la campana cesó de sonar. El suceso prodigioso fue presenciado por quien el mismo fraile-cronista, el abad mayor fray Martín de Arrieta y un tal fray Antonio, quienes moraban en el asentamiento religioso.

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Vestigios del convento franciscano de la isla de Ízaro, donde estaría la campana que se activaba sola (Javier Urrutia)

 

La ‘ceremonia de la teja’ que aún se celebra en la isla de Ízaro

Todas las leyendas y secretos que se cuentan sobre la isla de Ízaro permanecen imborrables en el acervo tradicional de poblaciones como Bermeo, Mundaka o Elantxobe. Incluso existen leyendas que, a pesar de no existir ningún poso de realidad histórica, estaba tan asentada en estas localidades que con el paso del tiempo se convirtió en una de las tradiciones más relevantes de la costa vizcaína. Es la conocida como «ceremonia de la teja«.

La celebración consiste en que cada 22 de julio, correspondiente al día de Santa Magdalena, varias embarcaciones parten a la isla de Ízaro desde Bermeo, Mundaka y Elantxobe. En ellas van los respectivos alcaldes de los pueblos mencionados. Una vez en los aledaños del islote, el alcalde de Bermeo sale a cubierta con una teja de gran tamaño y lo lanza al mar ante los aplausos de los presentes. La «ceremonia de la teja» simboliza la renovación de la propiedad de la isla de Ízaro por parte de Bermeo.

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Teja lanzada por Aritz Abaroa, alcalde de Bermeo, en la conocida ‘ceremonia de la teja’ de 2019

El núcleo original de esta festividad se encuentra en los conflictos para determinar a quién pertenecía la isla de Ízaro. Los bermeanos decían que pertenecía a su villa, mientras que los mundaqueses afirmaban que estaba más cerca de su anteiglesia. A todo esto, los vecinos de Elantxobe no sabían qué decir. Por este motivo, se tomó una medida para conocer al dueño del islote, que consistía en organizar una regata, cuyo premio sería la jurisdicción sobre Ízaro. Así se acabaría con una problemática que enfrentaba a unos con otros.

La regata se habría celebrado un 22 de julio entre los habitantes de Bermeo y Mundaka, ante los de Elantxobe que actuaban de árbitros. Finalmente, la regata fue ganada por los bermeanos y, desde entonces Ízaro es pertenencia de la villa vizcaína. Y con la «ceremonia de la teja«, símbolo de propiedad, se pretende rememorar esta disputa que se solucionó de una forma curiosa. Aunque no hay ningún documento que testifique sobre que la regata se celebró, a día de hoy se sigue rememorando entre fiestas y danzas por todos los municipios que ven desde sus casas la isla de Ízaro. Porque, al fin y al cabo, este buque de piedra con un vergel de vida en su cubierta es más valioso para ellos de lo que creen algunos.

4 Comments

  1. La leyenda de la famosa estropada para la determinación de la propiedad de la isla, es solo eso, leyenda. No existen anales históricos que hablen de la existencia de la estropoda!

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  2. En un libro de 1737 Chronica Seraphica…. pàg. 388 disponible en Google Books he encontrado una informaciòn breve, pero interesante, sobre el convento de Izaro en la època de los Reyes Catòlicos. No la he visto en su artìculo; por eso se lo doy a conocer, por si no la habìa encontrado ya. Cordialmente. Rafael Piñero. Sant Andreu de Lavaneres.

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