Los antiguos sanatorios siempre tienen historias a sus espaldas. Unas son alegres y desembocan en recuerdos memorables o anécdotas que no se olvidan fácilmente. Otras, en cambio, están vinculadas con el sufrimiento y el dolor, con el padecimiento de una enfermedad en tiempos donde los procedimientos médicos no son los de hoy en día. Esa contraposición de vivencias encontradas, dulces y amargas a la par, quedan ancladas en el interior de estos edificios que no hace mucho tiempo se levantaban en toda la Península.
Un lugar que bien conoció esa mezcla de sensaciones antitéticas fue el sanatorio marítimo de Plencia. Situado a orillas de la playa de la localidad vizcaína, se ubicaba en un emplazamiento inmejorable para que los internos recibieran las brisas marinas para combatir la tuberculosis. Siempre ha vivido eclipsado por el cercano Hospital de Gorliz, del que decían en los años 30 que era «el mejor sanatorio del mundo», pero no tenía nada que envidiarle ni en cuidados ni en equipamiento.
Ya no queda nada del antiguo sanatorio de Plencia. Tras años en abandono, comenzó el derribo de su interior en 2009 ante la imagen atónita de los lugareños, que habían nacido y crecido viendo su presencia. Sus salas en ruinas fueron demolidas y no quedó rastro de él. Solo es recordado por los más mayores, por los que convivieron con su estructura demacrada… y por las experiencias narradas por quienes tuvieron que vigilarlo cuando caía noche.

Miedo de los vigilantes cuando hacían su ronda en el antiguo sanatorio de Plencia
Los vigilantes nocturnos, a menudo, se convierten en testigos de lo insólito sin quererlo. Sus rondas a solas, en la oscuridad de grandes edificios que imponen cuando cierran sus puertas provocan que en más de una ocasión relaten situaciones inexplicables. Y esto es lo que habrían vivido los guardas del viejo sanatorio marítimo de Plencia hace más de 20 años.
Los vigilantes se negaban a acceder al edificio abandonado. Dos de ellos evitaban introducirse en el recinto de cualquier manera. Hacían las guardias en una estancia a la entrada del ruinoso complejo o directamente permanecían dentro del coche aparcado en el jardín para no tener que entrar. Todo por el miedo que suscitaba tener que andar por sus salas y pasillos que conformaban las tres plantas del antiguo preventorio. El motivo eran los fenómenos extraños que, según ellos, acontecían en su interior y que provocaban tanto respeto que los propios testigos preferían no rellenar el parte antes que merodear por allí.

Los fenómenos extraños que habrían sucedido en el desaparecido sanatorio de Plencia
Conocemos todo esto gracias a un ex-guarda del lugar, que era el único que se atrevía a hacer las rondas en el interior del antiguo sanatorio de Plencia. Revela que en las tres plantas acaecían fenómenos incomprensibles. Por cuestiones obvias prefiere mantenerse en el anonimato. Cuenta que en la planta de acceso sentían como si no estuviesen solos: «Notaba como si alguien pasara junto a ti, como si te echaran el aliento… No sé, muy raro».
Sin embargo, los supuestos fenómenos paranormales en el antiguo sanatorio de Plencia aumentarían en la planta de arriba. El testigo afirma que en la parte superior las puertas se abrían y cerraban, así como las luces se encendían y apagaban sin que nadie las activase. «Las ventanas estaban cerradas, no había corrientes; las luces se encendían y se apagaban, bueno la instalación era antigua», rememora.
Lo que habrían vivido en la planta superior del edificio extinto lo califica de «horroroso». Además, para sus guardias contaba con un perro y este tenía que ir atado arriba porque «no quería subir allí ni muerto». Unos fenómenos, por tanto, a los que nunca encontrará explicación y que tenían su máximo esplendor en la planta baja, situada a ras de playa.

El piano que sonaba sin que nadie lo tocara
En este piso, según atestigua, se encontraban las cocinas, habitaciones muy reducidas con camas nido reservadas para las monjas que allí habitaban y una humilde capilla. Dentro del templo religioso destacaba un pequeño y antiguo órgano con unas teclas a todas luces en malas condiciones. Sin embargo, como relata, esto no era excusa para que sonara sin que nadie lo tecleara: «Nadie lo podía tocar, era eléctrico; no sé, que me lo expliquen…».
A pesar de ello, en esta dependencia con el instrumento musical, el perro ni se inmutaba, nada que ver con la última planta. «No le daba ningún miedo, se tumbaba junto a él y movía la cola», evoca en su testimonio.
Después, dos religiosas que estaban realizando inventario durante el día de todo el mobiliario del antiguo sanatorio de Plencia se llevaron el órgano a otra parte. Así lo hicieron con todo lo que había en el interior, dejando prácticamente diáfano todo el complejo, excepto algunos elementos concretos de la cocina y la capilla. Nunca más supieron de aquel misterioso instrumento que presuntamente sonaba cual mimofonía desconocida.

El sanatorio desaparecido de Plencia y la historia que marca un lugar
Presuntos fenómenos paranormales aparte, es relevante conocer la intrahistoria del sanatorio marítimo de Plencia. Fue construido en la década de 1920 bajo el amparo de la Caja de Ahorros Vizcaína. Estaba enfocado para satisfacer a los niños que pertenecían a familias de clase media.
Estos eran internados previo pago de una pensión reducida. Lo que se pretendía con el nuevo preventorio era crear un recinto exclusivo para la clase modesta, en contraposición al Hospital de Gorliz, que estaba destinado únicamente a niños pobres a través de la beneficencia.

En sus comienzos fue dirigido por el doctor Larrinaga, uno de los médicos más prestigiosos de la época, y estaba dedicado a «niños pretuberculosos, escrofulosos y linfáticos», como informa la prensa de los años 30. Para ello contaba con una instalación moderna y médicos especializado; se situaba en la playa de Plencia por el ambiente heliomarino (se pensaba que era terapéutico); y estaba abierto para todas las personas de fuera de Vizcaya, siempre que pudieran permitirse el pago para ser internados. El complejo sanitario también era mantenido por monjas que aportaban su ayuda en el cuidado de los enfermos.
Sus instalaciones fueron visitadas por las mujeres de los congresistas de Vizcaya durante un recorrido que realizaron en 1928, interesadas en conocer el ambiente en que vivían los niños. Más destacada fue la presencia en el preventorio de Pedro Sangro, ministro de Trabajo que se pasó tanto por el Hospital de Gorliz como por el sanatorio marítimo de Plencia en mayo de 1930. Lo mismo realizó Girón de Velasco, ministro del ramo en la primera etapa franquista, en 1942.
En los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil, con la disminución de los casos de tuberculosis, aumentó su oferta sanitaria. Además de niños con problemas respiratorios, también se extendió a personas con lesiones de huesos, raquitismo, anemia y pacientes con «tumores blancos» (reumatismo). Para las nuevas labores contaban con quirófano y gabinete de esterilización propios, rayos X y ultravioletas, habitaciones individuales y todo tipo de salas recreativas para los pacientes.

Durante la Guerra Civil, al igual que los internos del Hospital de Gorliz, una veintena de niños del sanatorio de Plencia fueron traslados por seguridad a Francia en 1937. Y tras finalizar la contienda, durante el verano acudían niños que habían quedado huérfanos a causa del enfrentamiento bélico. Por tanto, durante esta estación se creaba una especie de colonia veraniega que mezclaba al sanatorio con un orfanato improvisado al albergar tanto a enfermos como a huérfanos.
A pesar de que contaba con buenos medios, a menudo fallecían entre sus paredes niños y jóvenes que no podían superar sus enfermedades. La primera misa funeral de los internos que morían se realizaba en la misma capilla antes de ser llevados a otros recintos, justo donde se situaba el órgano ya mencionado. A ella acudían los compañeros del difunto y las religiosas que se habían encargado de sus cuidados, así como sus familiares que solían estar vinculados a la ya mencionada Caja de Ahorros.

A partir de los años 50, con la tuberculosis casi erradicada, el antiguo sanatorio de Plencia abrió sus puertas a más personas. Ya no solo estaba destinado para niños y adolescentes, sino que por sus instalaciones podían pasar gentes de todas las edades. En 1962, el centro contaba con 60 camas para jóvenes y adultos como recogió el noticiero del NO-DO.
La tragedia de Urdúliz que marcó para siempre a Plencia
El último suceso que marcó al sanatorio de Plencia fue el trágico accidente ferroviario de Urdúliz ocurrido el 9 de agosto de 1970. Un choque entre dos trenes de la línea que unía Plencia y Bilbao provocó 33 muertos y 165 heridos. Las víctimas del siniestro más graves, al no haber tiempo para ser trasladadas a la capital vizcaína, fueron ingresadas de urgencia tanto en el Hospital de Gorliz como el sanatorio marítimo.
Aquella tragedia marcó a las localidades de la zona, ya que el accidente de Urdúliz tuvo lugar un domingo, en pleno verano, cuando familias enteras de padres e hijos iban o volvían a la playa de Plencia. Las monjas acudieron angustiadas al escenario del suceso para comprobar si alguno de los niños que habían muerto pertenecían a los complejos sanitarios.

A partir de los años 80, el sanatorio marítimo de Plencia fue perdiendo importancia. Los pacientes internos comenzaron a disminuir. El proceso de desuso se aceleró en los años 90, donde había más empleados que pacientes. Definitivamente quedó abandonado, ante los ojos de los vecinos y veraneantes que se dejaban caer por la playa de la localidad vizcaína.
El viejo sanatorio de Plencia fue cayendo en desgracia. Sus ruinas comenzaron a ser pasto de degradación y vandalismo. Por si fuera poco no cumplía con las leyes marítimo-terrestres. Finalmente fueron demolidas sus estancias. No se volvieron a reportar casos similares, se fueron con los resquicios del edificio, llevándose consigo las terroríficas vivencias que aseguraron padecer los vigilantes, testigos de los últimos hálitos de vida del antiguo y destartalado preventorio…