Templarios en la Comunidad de Madrid: un enigma histórico

«Nacieron de un ideal de conocimiento, alcanzaron cimas de saber y trataron de emplear este saber en beneficio de un ideal del que llegaron a creerse únicos poseedores. Su mismo conocimiento les destruyó».  Con estas palabras, Juan García Atienza sentenciaba su obra La meta secreta de los templarios (1979), en la que puso el foco en los enigmas que encerraba la Orden del Temple en España.

Los templarios no eran unos simples monjes guerreros que una mano llevaban una espada y en la otra un crucifijo. Tampoco representaban el estereotipo de caballero noble y magnánimo que Hollywood ha hecho creer. La Orden del Temple, en resumen, no solo eran protagonistas del ámbito político y religioso.

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Más allá de ello, y cubiertos bajo un manto de ortodoxia, en lo más profundo de sus bailías y encomiendas, los templarios daban rienda suelta al ansia de conocimiento. Un conocimiento, que al fin y al cabo, otorga poder.

Así, y como aseguraba García Atienza en la citada obra, el Temple se convirtió en una «compañía multinacional esotérica», que se extendió por todo el mundo conocido y por conocer.  De esta forma se asentaron en la Península Ibérica, donde entraron en contacto con esos saberes provenientes de Oriente y de viejos cultos que el cristianismo había desterrado al ostracismo.  Una vez en la Península, en ella echaron raíces, crearon un tallo firme y se extendieron como ramas que brotaban y brotaban sin parar.

La Comunidad de Madrid, ¿territorio templario?

Dentro de ese arraigo que pronto consiguió la Orden del Templo en todo el territorio peninsular, se hace difícil pensar que no tuvieran presencia en la Comunidad de Madrid, que siempre ha sido omitida dentro de los muchos libros escritos sobre esta famosa y particular orden militar.  Más si cabe con la cercanía que tenía de puntos templarios clave como Toledo o Montalbán al ser un enclave estratégico y un cruce de caminos.

La posible presencia templaria en la Comunidad de Madrid se puede analizar a través de documentos inéditos, por templos que habrían podido ser creados por ellos y por leyendas que siempre son menospreciadas por la Historiografía. En estos casos, el relato legendario, muy al pesar historiográfico, se convierten en verdaderas fuentes documentales que, entre elementos fantásticos y de imaginación, se adentran en una realidad más profunda que demostraría la existencia de vestigios templarios en la Comunidad. Muchos de estos relatos se han probado que eran románticos y que no se ajustaban a la realidad histórica, pero hay otros que están sustentados en documentos, y por ello merecen ser estudiados y divulgados.

La leyenda del tesoro que los Templarios buscaron en Pinto

En la localidad madrileña de Pinto, un monumento recuerda el punto exacto donde estaría el centro geográfico exacto de la Península Ibérica. Sin embargo, en este mismo monumento, existe una placa cuyas palabras enorgullecen a propios y asombran a extraños. Se trata de la «Leyenda del Arca» que reza lo siguiente:

«Cuenta la leyenda que en tiempos de moros y cristianos los hijos del Islam, midieron estas tierras de parte a parte, situando en este punto el Centro Geográfico de la Península Ibérica; y que justo aquí enterraron un arca  con los instrumentos utilizados en sus mediciones».

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Placa en Pinto que conmemora el centro geográfico de la Península y que recoge la ‘Leyenda del Arca’

La leyenda, muy arraigada entre los viejos del lugar y desconocida por los más jóvenes, se remonta a tiempos de la Reconquista. Cuenta que hasta las tierras donde se sitúa Pinto llegaron unos sabios musulmanes con unos conocimientos extraordinarios. Dichos sabios portaban unos enigmáticos e infalibles instrumentos de medición jamás vistos por aquellos lares, con los cuales comenzaron a hacer todo tipo de cálculos.

Después de estudiar la zona, los sabios musulmanes dictaminaron que aquel lugar donde estaría Pinto era el centro exacto de la Península Ibérica, y lo marcaron con una ‘X’ en una piedra. La piedra comenzó a ser conocida como la «Piedra Xata», pues así era conocida la población por los musulmanes.

No obstante, según la leyenda, con el avance cristiano, los sabios musulmanes tuvieron que huir de esas tierras, no sin antes esconder esos instrumentos de medición cuya precisión los habían permitido determinar el centro peninsular. Así, los objetos fueron metidos en un arca y escondido este en una ubicación que solo ellos conocían.

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Monumento del centro geográfico de Pinto, donde habría estado la ‘Piedra Xata’, colocada por los sabios musulmanes, según la leyenda

Después de la huida de los musulmanes, llegaron las tropas cristianas a Pinto. Los que más interés pusieron en el territorio no fueron reyes ni nobles, sino nada más y nada menos que los Caballeros Templarios, que decidieron asentarse en la población. Y no se asentaron porque era una plaza estratégica, sino por esos conocimientos que siempre habían perseguido, por muy heterodoxos que fueran.

Los Templarios ansiaban encontrar ese arca con aquellos misteriosos instrumentos. Para ellos contenía un tesoro de incalculable valor que, de ser hallado, los acercaría a un saber al que jamás habían tenido acceso. A pesar de los esfuerzos que hicieron, jamás encontraron el arca.

Aun así, lo que parece una leyenda con más visos de fantasía e imaginación, tiene su fundamento histórico. Este se encuentra en un incunable prácticamente inencontrable titulado Crónica e Historia de la fundación y progreso de la provincia de Castilla de la Orden del bienaventurado padre san Francisco, compuesta por el padre franciscano Pedro de Salazar, catedrático de Teología y calificador del Consejo de la general Inquisición.

La mencionada obra, publicada en el año 1612 en Madrid, cuenta que en la villa de Pinto había existido desde tiempos del rey Alfonso XI un convento con unos 30 frailes, que había pertenecido a los Templarios. Con la desaparición de la Orden del Temple, el convento pasó a manos de los franciscanos, que hicieron suyas las instalaciones que antaño habían servido a los monjes guerreros como «centro de operaciones» en la zona. El convento franciscano de Pinto duró hasta el siglo XIX, cuando desapareció durante las desamortizaciones.

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Documento del padre Pedro Salazar que habla sobre la presencia templaria en Pinto

Los Templarios nunca habrían podido culminar el verdadero motivo por el que estaban en Pinto, y jamás se halló el arca escondido por los sabios musulmanes. Pero la leyenda caló hondo entre los vecinos del pueblo madrileño, que no dudaron en llamar a la calle donde está el centro geográfico peninsular como la «calle del Arca». Con este nombre permaneció hasta el año 1935, en recuerdo de una vieja leyenda que mezcla tesoros, saberes prohibidos y, cómo no, Templarios en busca de lo desconocido.

El castillo de Santorcaz: ¿castillo templario?

En el pueblo madrileño de Santorcaz, entre sus angostas calles y recónditos rincones, esconde el castillo de Torremocha, más conocido como el castillo de Torremocha. Los restos que quedan de él, que incluyen la iglesia de San Torcuato en impecable estado de conservación, son del siglo XIV, pero fueron edificados sobre un castillo que presumiblemente fue levantado en el siglo XII.

Son varios los autores los que han apuntado a que ese castillo primigenio pertenecía a la Orden del Temple. Por ejemplo, Isabel Montejano Montero, en su obra Segunda crónica de los pueblos de Madrid (1989), menciona que el primer castillo de Santorcaz pudo ser de origen templario cuyos fines eran controlar el acceso a Alcalá de Henares y evitar posibles ataques a este municipio. Además atestigua que la forma de triple recinto que habría heredado el castillo de Santorcaz del antiguo es una estructura que utilizaba la Orden del Temple en sus construcciones.

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Restos del castillo de Santorcaz junto a la iglesia de San Torcuato, en Santorcaz (Comunidad de Madrid)

Por otro lado, Juan García Atienza va más allá. Asegura en Los enclaves templarios (2002) que en el antiguo castillo de Santorcaz existía una bóveda de 15 metros de lado que representaba los cuerpos celestes de las constelaciones conocidas en la época.  Dicha representación fue trasladada al salón de Reyes del palacio de Laredo, donde actualmente se puede presenciar al mirar a su bóveda.

Atienza, a pesar de que es consciente de que esta prueba no es definitiva para demostrar la presencia templaria en Santorcaz, lo deja caer al afirmar que los constructores del castillo tenían unos conocimientos astronómicos avanzados. Conocimientos que a lo largo de su trabajo siempre ha relacionado con las preocupaciones principales de la Orden del Temple.

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Bóveda del salón de los Reyes del palacio de Laredo, en Alcalá de Henares. Traído del castillo de Santorcaz, los puntos que se ven serían los cuerpos celestes de las constelaciones conocidas en la época

En otro de sus libros, en Guía de los recintos sagrados españoles (1986), Atienza también menciona el posible origen templario del castillo de Santorcaz. Y para ello recurre a un fresco que hay en la iglesia de San Torcuato situado en una capilla al lado del ábside central.

El fresco plasma un rombo tumbado con dos estrellas de David (que han sido marcadas en azul debido a que estaban mal conservadas) y en medio del rombo una abeja. Según Atienza, estos símbolos siempre han sido importantes dentro de la iconografía esotérico, algo que según el investigador tenía muy presente el Temple en sus templos y recintos. Aun así, al ver el fresco, da más que pensar que se trata de un añadido muy posterior, o que por lo menos las restauraciones no le han sentado muy bien…

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Fresco en la iglesia de San Torcuato (Santorcaz) que Juan García Atienza vincula con los Templarios

La iglesia-castillo que los Templarios construyeron sobre restos andalusíes en Campo Real

Encaramada en lo alto del pueblo de Campo Real, la iglesia de Nuestra Señora del Castillo otea el horizonte cual impasible vigía.  Declarada Monumento Histórico-Artístico en 1981, es una joya arquitectónica de la que se sienten orgullosos los vecinos de este pueblo madrileño.

Lo que poca gente sabe es que el nombre de la iglesia viene de la fortaleza que supuestamente habrían levantado los Templarios en Campo Real durante el siglo XII. En esta fortaleza construyeron un castillo con un templo cristiano dentro, desde donde vigilaban que los musulmanes no realizaran ningún intento por recuperar aquellas tierras que les habían arrebatado los cristianos.

Pero no solo decidieron erigir su fortaleza defensiva en lo alto de Campo Real por motivos estratégicos. Tuvieron en cuenta que en ese enclave había habido años antes un recinto fortificado musulmán, con extraños pasadizos por el subsuelo, donde podrían entrar en contacto con esos saberes orientales que tanto obsesionaba a los famosos monjes-guerreros. Así podrían aumentar sus conocimientos sobre todos esos ámbitos que habían descubierto durante los viajes a Jerusalén o Egipto que sus hermanos habían realizado desde Europa bajo la capa de las Cruzadas.

No se sabe qué realizaron los Templarios durante su estancia en Campo Real. Solo que tras la desaparición del Temple, el complejo fue heredado por la Orden Hospitalaria, como tantos otros lugares que pertenecieron a los Templarios. Los pocos restos que había de su paso por el pueblo madrileño desaparecieron durante los saqueos que sufrió la iglesia de Nuestra Señora del Castillo en la invasión napoleónica y en la Guerra Civil. El templo fue prácticamente expoliado, a excepción del Cristo yacente que, si abriera la boca y se dispusiera a hablar, contaría todo lo que se esconde el templo del pueblo madrileño.

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Iglesia de Nuestra Señora del Castillo, de posible origen templario, en lo alto de Campo Real (Comunidad de Madrid)

El falso convento templario de Casarás, en Valsaín

A pesar de existir historias y construcciones muy vinculadas al Temple, también existen falsas leyendas que distorsionan la presencia de este en la Comunidad de Madrid. Un ejemplo se encuentra en plena sierra de Guadarrama, concretamente en los montes del Valsaín.

Aquí se encuentran las ruinas del convento de Casarás, que en realidad era un establecimiento creado para que el rey Felipe II descansara durante sus viajes continuos entre Valladolid y Madrid. Aun así, el supuesto convento de Casarás tiene tras de sí una leyenda que tiene que ver con las andanzas de un caballero templario de nombre Hugo de Marignac, que habría sido tesorero de la Corona de Castilla.

Según la leyenda, Hugo de Marignac  habitaba el convento de Casarás, y tenía escondido un tesoro que perteneció a los reyes castellanos en alguna parte de esos montes. Aunque pronto paró de dar importancia al tesoro que tenía escondido en el momento que conoció a una bella dama en el Palacio de Valsaín. Al ver que el amor no era correspondido por ella, el caballero templario le prometió a la doncella que, si se enamoraba de él, le revelaría el escondite del tesoro.

Al ver que tampoco surtía efecto el trato, Marignac acudió a los servicios de un hechicero, que prometió ayudarlo. Aseguró al templario que si atravesaba con su espada una figura antropomorfa hecha de trapo, conseguiría que la dama se rindiera a su amor. Pero cuando Marignac atravesó con su espada aquel muñeco de trapo, el hechicero hizo uno de sus conjuros y convirtió el trapo en una persona humana real: lo había transformado en la bella doncella de la cual el caballero estaba enamorado.

Cuando Hugo de Marignac se dio cuenta de que había atravesado con su espada a su amada, presa de la ira degolló de un mandoble al hechicero. Después se quitó la vida debido al profundo dolor que lo atormentaba. Se contaba que su espíritu vagaba por el convento de Casarás y que aún lo hace lamentándose por las desdichas que le ocurrieron.

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Restos del supuesto convento de Casarás, donde tendría lugar la leyenda del caballero templario Hugo de Marignac

En realidad, se trata de una falsa leyenda. Hay que tener en cuenta que el convento de Casarás nunca habría existido como templo, pero también es de mencionar que el Palacio de Valsaín, como tal, no fue construido hasta mediados del siglo XVI, cuando los Templarios habían desaparecido hace siglos. También hay que prestar atención a que un caballero templario, debido a las rígidas normas que tenía su orden militar, tenían prohibido cualquier contacto con una mujer.

La historia del falso convento templario de Casarás pudo fraguarse en los siglos XVIII y XIX, cuando los parajes de la sierra de Guadarrama se convierten en un enclave a evitar debido a la presencia de bandoleros y malhechores que asaltaban a los que se internaban por sus montañas. Asegurando que por allí había un espíritu de un antiguo guerrero, hacía que la gente no se acercara por estos lares, pues era una época en la que el vulgo todavía estaba sumido en la superstición. Y no es raro que se recurriera a la figura del Temple, que por aquellos años comenzaba a resurgir de sus cenizas en la Historia gracias a un Romanticismo imperante que comenzó a preocuparse por los relatos de los míticos monjes-guerreros.

La cueva de la Luna: de todo menos Templarios en Titulcia

Otro ejemplo de lugar atribuido falsamente a Templarios es la cueva de la Luna, en Titulcia. La cueva, que se encuentra bajo el restaurante que lleva el mismo nombre, siempre ha sido relacionada con el Temple desde su descubrimiento en 1952.

Armando Rico, entre las excéntricas historias que contaba sobre el origen misterioso de la cueva de la Luna (pueden leerlas en este artículo de La enigmática cueva de la Luna de Titulcia), afirmaba en su libro Titulcia y la cueva de la Luna que las galerías halladas pertenecían a la vieja ermita de la Soledad que el cardenal Cisneros habría fundado en la localidad madrileña tras ver unas misteriosas luces en el cielo en su viaje a la campaña militar de Orán. Rico, que era el regente del restaurante, comentaba que la ermita tenía una red de túneles y cuevas donde miembros de la Orden del Temple hacían extraños rituales, entre ellos a la figura del Baphomet.

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Cruz templaria dibujada en la cueva de la Luna, Titulcia

La teoría de Armando Rico no tiene sentido. Es cierto que en Titulcia existió la ermita de la Soledad creada por el cardenal Cisneros, pero esto tuvo lugar en el siglo XVI, cuando los Templarios habían desaparecido hace 200 años, y dicho templo todavía existe. Por tanto, no tiene sentido esta hipótesis.

Rico basa su idea en una cruz que hay en la cueva de la Luna, que recuerda a la cruz patada tan asociada al Temple. No obstante, esta pudo ser un añadido posterior y, de haber pertenecido al Temple, sería de alguna logia neotemplaria del siglo XIX o XX.

Aun así, la cueva de la Luna se ha convertido en un atractivo para todos aquellos aficionados a la Historia de la orden militar. Tanto es así que han sido dibujadas cruces templarias en las paredes de los túneles subterráneos y se ha puesto la estatua de un guerrero cruzado en la sala abovedada de la cueva, para dar por ciertas las teorías de Armando Rico. Como diría Demócrito de Abdera, «la palabra es la sombra del hecho»…

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