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El pasado 13 de noviembre decenas de personas entraban y salían de la Catedral Magistral de Alcalá de Henares desde primera hora de la mañana. No era porque se iba a realizar una misa multitudinaria. Tampoco se había organizado ningún concierto. Había que entrar en el templo alcalaíno para descifrar el porqué de tanta muchedumbre en un día aparentemente normal.
Una vez en el interior de la Catedral de Alcalá de Henares, todo era más bullicioso. El silencio sepulcral que suele haber en el recinto catedralicio había sido sustituido por una algarabía de personas, desde personas que vendían lotería especial hasta una asociación que repartía pequeños panes a cambio de la voluntad. Pero, sobre todo, destacaba una larga cola que se iniciaba prácticamente en la entrada y que terminaba en el altar mayor.
15 minutos fueron los esperados para saber qué había en el altar mayor de la Catedral Magistral. Cada vez que la fila avanzaba, se podía vislumbrar una gran urna dorada en la que varios devotos cerraban los ojos y rezaban e incluso se arrodillaban ante ella. Aquella urna era el motivo por el que había tanta gente en el templo, o mejor dicho, lo que esta contenía. Era nada más y nada menos que un cuerpo… ¿qué digo? ¡Era un esqueleto, una momia! ¡Una momia que era venerada por todos los allí presentes!

San Diego de Alcalá, el santo que no era de Alcalá de Henares
La momia era el cuerpo incorrupto de San Diego de Alcalá. Este santo, como si se tratara de una broma, en realidad, no era de Alcalá de Henares. En realidad, nació el 13 de noviembre de 1400 en la localidad sevillana de San Nicolás del Puerto, en el seno de una familia modesta y dedicada íntegramente a la fe católica.
Por ello, desde muy joven fue misionero, ermitaño y fraile franciscano donde recorrió muchos lugares durante su vida, incluso Roma. Sin embargo, tras su regreso de tierras romanas, fray Diego de Alcalá llegó a Alcalá de Henares para trabajar en el antiguo convento de Santa María de Jesús, hoy en día biblioteca de la universidad.

En Alcalá de Henares realizó labores de jardinería, en cocina y como conserje del convento durante sus últimos años de vida. Y como en Alcalá de Henares le sorprendió la muerte el 13 de noviembre de 1463, de ahí viene su sobrenombre de «Diego de Alcalá«.
Como curiosidad, el santo murió el mismo día que nació y cuenta la leyenda que profetizó la fecha de su propia muerte. Fue enterrado en la Catedral de Alcalá de Henares y de forma misteriosa su cuerpo habría quedado incorrupto, desprendiendo un buen aroma en todo momento. Tras su fallecimiento, comenzó a ser venerado popularmente hasta que el papa Sixto V lo canonizó como santo el 10 de julio de 1588, a causa de los prodigios que le atribuían a San Diego de Alcalá.

Los milagros que se atribuyen a San Diego de Alcalá
Varios son los milagros que habría realizado San Diego de Alcalá para ser canonizado. Uno de ellos tuvo lugar en Sevilla cuando era fraile en el convento franciscano de La Arruzafa, en Córdoba, donde actualmente se encuentra el Parador. En la ciudad sevillana, mientras era hermano lego en la sierra cordobesa, sacó a un niño sano y salvo, sin ninguna quemadura, tras haberse caído en un horno.
También tenía fama de poder curar enfermedades. De hecho, durante su estancia en Roma, se desató una fuerte epidemia en la urbe que provocó que muchos peregrinos se contagiasen. Al ver la cantidad de enfermos que se acumulaban en Roma, se creó un hospital improvisado en el convento de Araceli, en el que Diego de Alcalá ayudó y curó a muchos infectados. Actualmente, en la urna donde se expone el cuerpo incorrupto del santo, se pueden ver exvotos entregados por devotos que creen haberse curado por su intercesión, como las dos vendas que había este año encima de su momia en la que se podían ver manchas de sangre.

Pero en Alcalá de Henares aún se recuerda el conocido como «milagro de las flores«. San Diego de Alcalá, cuando era el cocinero del convento de Santa María de Jesús, se dedicaba a repartir alimentos que sobraban entre los más pobres de la ciudad complutense. Algo que miraban con recelo los demás hermanos religiosos. Es por esto que en una ocasión, el prior vigiló al santo durante una de sus jornadas laborales en la cocina y le pilló in fraganti escondiéndose unos mendrugos de pan en las mangas. El prior le sorprendió y le preguntó qué se estaba guardando en su antebrazos a lo que este contestó que eran flores. Como no le creyó, el prior tiró de repente de las mangas del santo y, efectivamente, comenzaron a caer rosas. Aquellos panes se habían transformado en flores.
Este episodio ocurrido en el desaparecido convento de Santa María de Jesús a día de hoy es recordado cada vez que se muestra la momia de San Diego de Alcalá en la Catedral de Alcalá de Henares. En la puerta de entrada, se despliega una mesa con dos cestas llenas de panes al que llaman «Pan de San Diego«. Los mencionados panes son repartidos a los asistentes a cambio de la voluntad, para recordar uno de los sucesos sobrenaturales que realizó San Diego de Alcalá en la ciudad Patrimonio de la Humanidad.

La momia de San Diego de Alcalá que habría aliviado al príncipe don Carlos
La fama de milagrero de San Diego de Alcalá corrió como la pólvora por todo el reino, llegando a oídos de los miembros de la Corona. Ante su sepulcro se han postrado varios reyes para pedir su intercesión en la curación de enfermedades. Por ejemplo, Enrique IV de Castilla acudía a la momia del fraile desde que supuestamente le curó un brazo solo con tocar su cuerpo incorrupto. Desde aquel restablecimiento de la salud del monarca castellano, Enrique IV llevaba ordenaba llevar a la pequeña Juana la Beltraneja ante el sepulcro de San Diego de Alcalá cada vez que contraía alguna enfermedad.
Aunque si hay que destacar a un rey que era fiel venerador de la momia de San Diego Alcalá, ese era el rey Felipe II. El famoso monarca, que llegó a albergar más de 7.400 reliquias en San Lorenzo de El Escorial, tuvo una obsesión particular con los restos del religioso custodiados en la Catedral de Alcalá de Henares. Fue él quien ordenó crear la urna de plata donde se conserva su esqueleto para que intermediara en la curación del que tendría que heredar el trono: el príncipe Carlos.

El príncipe Carlos sufrió una grave caída por las escaleras del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Si bien pudo salvar la vida al realizarle una trepanación, le quedaron grandes secuelas en forma de problemas mentales. Felipe II, en un intento desesperado para que su legítimo heredero se sanara, mandó llevar a los aposentos del príncipe la momia de San Diego de Alcalá. Después ordenó que el cuerpo incorrupto fuera introducido en la cama junto al malogrado joven durante la noche para que pudiera un obrar un milagro.
A pesar de que en la canonización de San Diego de Alcalá por parte del papa Sixto V se argumentó el milagro de haber curado al príncipe Carlos, lo cierto es que su salud mental fue empeorando. Finalmente, debido a su locura, el propio Felipe II mandó encerrarle en sus aposentos del Alcázar de Madrid, donde moriría a los cinco meses por su debilidad física y mental, aunada a una huelga de hambre que había iniciado. No obstante, al estar delante de la momia de San Diego de Alcalá, lo primero que se pasa por la cabeza es la macabra escena de ver a un joven compartiendo cama con un esqueleto esperando a que un hecho sobrenatural tuviera lugar en mitad de la noche.
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