Dentro de todos los enigmas históricos que existen, a cual más fascinante y cautivador, hay uno que siempre ha llamado la atención a curiosos, ha sido el sueño de muchos arqueólogos y ha insuflado el afán aventurero a no pocos exploradores. Este no es otro que el de las tumbas perdidas o las tumbas misteriosas que hay por medio mundo. Unos lugares de enterramiento que, normalmente, hacen referencia a grandes personajes de la Historia cuyos restos nunca se han encontrado. Expertos y soñadores se han esforzado para dar con ellos, pero siempre ha sido en balde. Y eso que siempre se barajan muchos enclaves, así como se estudian muchas historias y leyendas que puedan llevar hasta estos sepulcros que se han borrado de un plumazo. Sin embargo, ahí siguen, escondidos en un descanso eterno que nadie osa perturbar. Eso contando con que sigan existiendo (que eso también hay que tenerlo muy en cuenta). Pero desde aquí comienza un viaje. Un periplo por esas tumbas y esos enterramientos perdidos de la Historia que han tomado un cariz legendario, un toque casi mítico. Todo para buscar, para seguir la pista y, sobre todo, para sacar en claro qué se sabe y qué no sobre uno de los grandes enigmas históricos que nos persigue: el de las tumbas misteriosas de grandes personajes que todavía, a día de hoy, siguen cubiertas por las brumas del paso del tiempo…
La tumba de Nefertiti, una momia polémica
Brumas del paso del tiempo que, en primer lugar, nos trasladan al Antiguo Egipto. Es bien sabido todo el halo romántico y legendario que rodea a esta civilización tan mágica y misteriosa a partes iguales. Pero si hay algo que sobresale dentro de la civilización de los faraones es la forma que tenían de concebir la vida de ultratumba. El Más Allá estaba muy presente en las creencias mágicas del país del Nilo. Algo que queda patente en los enterramientos y en esas momificaciones que aún fascinan a todo el que se acerque al mundo del Antiguo Egipto. Pero de esas tumbas o momias que aún están por descubrirse, la que se lleva la palma, es la de Nefertiti. Madrastra de Tutankamón, primera Gran Esposa Real de Akenatón y una de las grandes figuras femeninas de la Historia, jamás se halló su momia. Esto, unido a que su biografía se borra de repente en los primeros años del reinado de su hijastro, convierten a la tumba de Nefertiti en uno de los grandes enigmas históricos aún descifrarse. Su hallazgo, aparte de ser una bomba arqueológica, ayudaría a esclarecer muchos de los interrogantes que aún sobrevuelan sobre ella.

Entre 2003 y 2004, Joann Fletcher, una egiptóloga británica de la Universidad de York, dijo haber encontrado los restos de Nefertiti en un cuerpo momificado que ya se conocía desde 1898 y que estaba sin identificar: la conocida como “Younger Lady” o “Dama Joven”. Un presunto descubrimiento que hizo montar en cólera al mismísimo Zahi Hawass. El célebre egiptólogo y quien fuera ministro de Antigüedades de Egipto llegó a tal nivel de enfado que consiguió que prohibieran a Fletcher trabajar en territorio egipcio. Todo porque, supuestamente, en vez de acudir primero a las instituciones del país, se dirigió a la prensa para anunciar su hallazgo. Medios de comunicación que no tardaron en publicar las imágenes de una momia que fue hallada en la tumba KV35 del Valle de los Reyes. Asimismo Hawass se ha esforzado en tirar por tierra el presunto hallazgo de Fletcher. ¿Según él? La tumba y momia de Nefertiti se han localizado en 2022, concretamente en la tumba KV21, donde se han detectado dos momias femeninas. Aunque lo cierto es que nadie, todavía, ha conseguido llegar hasta sus posibles restos.

La tumba de Alejandro Magno ¿en Venecia?
No obstante, ya que nos encontramos en Egipto, hay otro personaje bastante relevante que dejó su impronta en el país del Nilo. No en vano, una de las ciudades más mágicas, Alejandría, lleva su nombre. Efectivamente, estamos hablando de Alejandro Magno, considerado como una de las grandes figuras de la Antigüedad. Eso por no hablar del enorme imperio que crea desde su Macedonia natal, pasando por el este del Mediterráneo, Persia y llegando hasta la India. Pero ¿y la tumba del gran Alejandro? ¿Qué fue de ella? ¿Dónde puede encontrarse? Es uno de los grandes enigmas de la Historia. Arriano contó al detalle que, a la muerte en Babilonia del gran personaje macedonio, los egipcios prepararon el cuerpo y trasladaron sus restos, por orden del general Ptolomeo, a Menfis, donde recibiría sepultura bajo el rito macedónico. Más tarde sus restos serían llevados a Alejandría, donde se levantó el mausoleo de Soma para albergar su tumba. Un hipogeo que, según Estrabón y Diodoro Sículo, era de oro martillado y que Ptolomeo IX fundió para pagar las deudas que tenía. El propio Julio César lo visitaría en peregrinación, debido a la admiración que le profesaba. Más tarde, emperadores romanos como Augusto (que al abrir la tumba de Alejandro le rompió la nariz en un descuido), Calígula, Vespasiano o Caracalla, entre otros, también quisieron acudir al enclave funerario, donde presentaban sus respetos y dejaban todo tipo de ofrendas.

Sin embargo, las revueltas del siglo III que azotan a Alejandría, así como el terremoto de Creta del año 365, con tsunami incluido, harán que la tumba de Alejandro Magno sea borrada del mapa. A partir de entonces, encontrar el enterramiento de uno de los grandes personajes de la Historia se ha convertido en el sueño dorado de los arqueólogos. Es así que existen curiosas referencias, como la que encontramos en el monasterio de Varlaam, uno de los templos sagrados de la mágica Meteora, en la llanura griega de Tesalia. En dicho recinto, una pintura muestra a San Sísoes el Grande, uno de los santos más populares de la Iglesia Ortodoxa, llevándose una sorpresa ante la tumba de Alejandro. San Sísoes que siempre es representado de esta manera, que ya en sí corresponde otro misterio en sí. Hay que tener en cuenta que este santo habría vivido entre los siglos IV y V, cuando se supone que la tumba de Alejandro ya habría desaparecido. Sin embargo, se le representa contemplando los restos sin vida del héroe macedonio. La leyenda cuenta que, en mitad del desierto, se topó con el cadáver del héroe de Issos y Gaugamela y, al verlo, horrorizado, exclamaría: «¡Qué gran hombre era, y sin embargo ahora no es más que polvo y cenizas!». Posteriormente decidió esconder aquellos restos para no ser encontrados jamás. Lo cierto es que las plasmaciones de San Sísoes y Alejandro Magno son del siglo XV, pero el motivo al qué responden sigue siendo un interrogante. ¿Una moraleja para demostrar el poder igualatorio de la muerte? ¿o realmente estamos ante una leyenda histórica?

Aun así, son varios los enclaves que se disputan la ubicación de la tumba de Alejandro Magno. La más lógica es Alejandría, donde incluso crónicas árabes hablan de una pequeña capilla donde estaba el sepulcro del famoso militar y que muchos extranjeros iban hasta allí a rendirlo homenaje. Sin ir más lejos, en 2018, unos arqueólogos se toparon con un enorme sarcófago de granito negro en la ciudad de la costa egipcia. Este tenía dos metros de largo y pesaba 30 toneladas. Los descubridores afirmaron en su día que este sarcófago era de época ptolemaica, es decir, justo del momento en que Alejandro Magno muere. Sin embargo, no se ha sabido más sobre este presunto hallazgo, nadie volvió a hablar sobre ello.
Aun así, en Alejandría, también hay que situarse en la mezquita del Profeta Daniel. En este recinto religioso, en especial en algún túnel que recorre sus subterráneos, podrían estar los restos del héroe antiguo. Al menos es lo que afirmó, en 1850, un griego que vivía en la ciudad: habría visto el cuerpo de Alejandro, incorrupto, en una urna de cristal. Pero es que años más tarde, en 1879, un trabajador estaba reparando la mezquita, cuando tiró accidentalmente una pared y, según él, se topó con unos extraños monumentos de granito y con un mausoleo piramidal. Eso sí, rápidamente le dijeron que lo tapiara y que se callara, que él no había visto nada. Aunque esto no es lo más interesante. Lo más fascinante de esta mezquita del Profeta Daniel es que el histórico descubridor de Troya, el famoso Heinrich Schliemann, habría querido excavar en este lugar, pero obviamente le dijeron que no, le denegaron el permiso…

Otro enclave, además, se hizo popular en los años 90 con una teoría que sostenía que en la tumba de Vergina, donde está enterrado su padre, el rey Filipo, no estaría él, sino Alejandro Magno. Incluso todos los ajuares que allí hay serían de su hijo y no de Filipo. Luego también está la variante del oasis de Siwa o de Amón Ra, entre Libia y Egipto. Allí, una arqueóloga griega, Liana Souvalzis, dijo haber hallado la tumba de Alejandro (es cierto que hay una leyenda que dice que él pidió ser enterrado allí). Hallazgo que, por cierto fue desestimado. Igual que el sarcófago que hay en el Museo Arqueológico de Estambul, que se le conoce como el de “Alejandro”, pero que todo apunta a que era del rey Abdalónimo de Sidón, nombrado por el propio Alejandro Magno.

Luego está la más alternativa de todas, que es la que tiene que ver con Venecia. Esta teoría es puesta de moda en 2002 por Andrew Chugg, un historiador británico que aún la mantiene y que motivos no le faltan. Chugg dice algo así como que la tumba de San Marcos que hay en la turística basílica veneciana que alberga dicho sarcófago, en realidad son los restos de Alejandro Magno. Para ello, alude al robo de cadáveres que existía en la Edad Media y una de las leyendas más conocidas de la ciudad de los canales, como es el transporte de las presuntas reliquias del Evangelista a Venecia, en el año 828, por los comerciantes Bon de Malamocco y Rustico de Torcello. Pero para el historiador, en realidad, estos dos personajes se encontraron con los restos del macedonio en Alejandría y, creyendo que eran los huesos de San Marcos, se los llevaron a La Serenísima como reliquias. Así que lo que se venera en la Basílica de San Marcos serían los restos de Alejandro Magno y no los del Evangelista. Lo curioso es que si perseguimos esta pista entre el laberinto de tierra y agua que supone Venecia, nos vamos a topar con muchas referencias a Alejandro: desde la representación del «vuelo de Alejandro«, una historia que se pone de moda en el Renacimiento, hasta la conocida como «estela de Alejandro«, de origen macedonio. No sin olvidarnos de una pintura con la escena de San Sísoes en San Giorgio dei Greci o un posible altorrelieve que representa al personaje de la Antigüedad en el Palacio Ducal.

Asimismo, por citar un enclave más, una de las hipótesis más actuales que han salido a la palestra. Este no es otro que la Tumba de Kasta, situada en la antigua Anfípolis, en la costa noreste de Grecia. Aquí hallamos un lugar de enterramiento que va desde la Edad del Hierro hasta el período helenístico antiguo. Según la arqueóloga Katerina Peristeris, en el año 2014, se topó con un monumento funerario totalmente desconocido que rápidamente fue vinculado con Alejandro Magno, pero también con Aristóteles, el filósofo que, a la sazón, fue el maestro y educador del general macedonio. Aunque no tardó en aclararse que no tenía relación alguna con el gran militar de la Antigüedad: en realidad era la tumba de Hefestión, la mano derecha de este y que, eso sí, el propio Alejandro habría mandado construir. Mientras tanto, la tumba perdida de Alejandro Magno sigue siendo ese sueño dorado de la Arqueología y que aún está por hacerse realidad.
La tumba de Atila y los mapas del tesoro
Si la tumba perdida de Alejandro Magno alimenta la búsqueda de los más soñadores, el lugar donde estaría enterrado Atila no se quedaría atrás. El emplazamiento donde descansaría el cuerpo de uno de los personajes más temidos de la Historia aún es un enigma. De hecho, en muchos puntos de Europa, aún, para meter miedo a los más pequeños, se dice que «vienen los hunos«. Todo por lo que provocó el llamado «azote de Dios«, aquel que, por donde pasaba con su caballo, no volvería a crecer la hierba. En cuanto a la ubicación de su tumba misteriosa, recuerdo una conversación que tuve, hace unos años, durante un viaje a Hungría. Una historiadora local, durante una interesante conversación sobre leyendas y misterios magiares, pudo comentarme que cuando Atila fallece (una muerte muy terrible por cierto, ahogado por su propia sangre, en su noche de bodas), sus hombres se habrían dirigido, con su cuerpo sin vida, al río Danubio a su paso por tierras húngaras. ¿El objetivo? Desviar el cauce de este enorme río para enterrarlo bajo él. Eso y que su tumba serían tres sepulcros, uno encima de otro, y siempre acompañado de sus tesoros. Un tumba triple, con un sarcófago de oro, otro de plata y uno más de bronce. Esto es lo que me relató aquella mujer en las mágicas tierras de Hungría, que a la sazón ella misma situaba en su país.
Un relato que encaja con la leyenda que siempre ha girado en torno al entierro de Atila: el desvío de un río, ya sea el Danubio o alguno de su cuenca como puede ser el río Tisza, en el interior de tres ataúdes, por parte de sus hombres y 5.000 esclavos que luego se quitarían la vida para no revelar la ubicación. Narración que, detalle importante, es dada por Jordanes, historiador del Imperio romano de Oriente del siglo VI. Un cronista al que volveremos porque tiene mucho que ver con esta y más historias… El caso es que, sobre el Tisza, existe una leyenda en Hungría, pues los húngaros hacen como propia la tumba perdida de Atila, que cuenta que, cuando este río tiene una gran inundación o crecida, es porque el espíritu del «azote de Dios» que se ha revuelto en su lugar de descanso y está castigando a los lugareños.

En un pequeño pueblo situado en el corazón de Hungría, en el condado de Fejér, existe una leyenda muy curiosa. Esta pequeña población, de 1.000 habitantes a lo sumo, que se llama Kajászó, asegura tener en su término la tumba de Atila. Lo afirman porque, según cuentan los oriundos de la zona, en Kajászó perdió la vida un líder legendario de los hunos: el rey Keve. Un monarca que va a caballo entre el mito y la leyenda. Incluso Kajászó vendría de “Keveaszó” (la «casa de Keve«). La tradición popular también sostiene que una hija de Keve se unió en matrimonio con el «azote de Dios«. Así que cuando fallece Atila sería de esperar que se trasladara su cuerpo a este enclave para estar enterrado junto a este líder legendario. Para ello, se habría levantado un monumento de piedra que recordaba a los grandes héroes de los hunos. Un relato, dicho sea de paso, que no encaja con la leyenda del desvío del río y que, además, los historiadores, por lo menos de Hungría, rechazan.
A pesar de ello, el convencimiento por parte de los húngaros de que los huesos de Atila están en su territorio es de tal magnitud que, en 1923, cuando en el pueblo de Tapioszentmárton se desentierra una figura de un ciervo de oro de época escita (actualmente se puede ver en el Museo Nacional Húngaro, en Budapest), el enterramiento del jefe de los hunos volverá a salir a relucir. Se trabajó con la idea de que aquel ciervo de oro pertenecería a un escudo de algún noble importante inhumado en la zona. Es así que, cuando se divulga este hallazgo, rápidamente la mentalidad popular empieza a hacer sus propias elucubraciones. Cavilaciones que siempre pasan por el descubrimiento, al fin, de quien para ellos es el gran héroe de la Historia magiar, en aquella población de nombre impronunciable. Localidad de Tapioszentmárton que hoy tiene una estatua de Atila, quién sabe si por ese rumor que corrió en los años 20.

Aunque más referencias al hallazgo de la tumba de Atila no faltan. Por ejemplo, existe un documento fechado en 1688 que habla de que cuando los Austrias consiguen echar a los otomanos de Lippa, actual Lipova, en Rumanía (casi en la frontera con Hungría), se topan con el enterramiento de «Atila el Grande» (así lo llaman) con un ataúd, se cita textualmente, “hecho de tres tipos de mármol” y que recoge lo siguiente:
“El cuerpo en medio relieve de Atila levantado sobre dicho ataúd, hecho de tres tipos de mármol.. su rostro y brazos son blancos como la nieve… su casco es verde antiguo, su armadura es color musgo junto con la armadura del brazo… en ambos lados hay dos águilas de bronce con varias otras decoraciones y tallas hechas de fino mármol de varios colores”.
Además, el mencionado documento también describiría más elementos que se habrían descubierto en esta presunta tumba misteriosa de Atila:
se erguía una estatua de nueve y media aras de altura, con una mujer alta y anciana con una larga barba, que sostenía a un niño pequeño en sus brazos, mordía una de sus manos, y debajo de sus pies había una gran hoz. Toda esta estructura era de bronce, con varias bandas de oro, que permanecieron intactas por los estragos del tiempo
Eso y los tesoros que en ella habría. Un preciado botín como “3.600 monedas de oro, 50 vasijas de plata, tres estatuas y media de oro macizo de aras y dos monos de plata tirados alrededor de la tumba”. Este documento, también muy literario y romantizado, los expertos no lo han dado por real, se decantan más porque se trata de una fábula. Y lo mismo habría sucedido a principios del siglo XX con la historia de Ferenc Jaszberenyi, de no ser porque fue a más. Jaszberenyi fue un zapatero que, un buen día, decidió escribir al Primer Ministro de Hungría diciendo que tenía pruebas de que la tumba del “azote de Dios” se encontraba en el fondo del río Zagyva, afluente del Tisza. Lo llamativo es que en la misiva le comentaba al político que, si le financiaba, podía encontrarla, siempre que le diera la tercera parte del tesoro (tonto no era evidentemente). Tal es así, tras esta carta, el gobierno de Hungría empezó a recibir multitud de mensajes escritos similares. ¿El resultado? Las solicitudes fueron tantas que el propio Museo Nacional de Hungría tuvo que crear un archivo separado para poder ir guardando todas las solicitudes que le llegaban sobre presuntas ubicaciones de la tumba de Atila, con mapas y planos que bien recuerdan a los mapas del tesoro de los piratas. Archivo que todavía sigue existiendo y que se puede consultar en dicho museo de Budapest.

Los restos perdidos de Alarico y el río Busento
Aun así, una leyenda muy similar a la de Atila es la que atañe a Alarico, considerado el primer rey histórico de los visigodos que, con su saqueo de Roma, demostró la debilidad del Imperio romano de Occidente ya en los últimos años de su existencia. Tres días de pillaje, del 24 al 27 de agosto del año 410, donde los hombres de Alarico, apodado «el Viejo», aparte de provocar el caos en la Ciudad Eterna, se llevan como botín todo lo que pillan, incluidos los tesoros del Templo de Jerusalén. Sin embargo, durante ese mismo año, fallece de forma enigmática en lo que hoy es Cosenza, cuando se dirige al sur de la Península Itálica. No se sabe si contrajo de repente la malaria o qué enfermedad fue la que acabaría con la vida del líder godo. No obstante, el ejército de Alarico decidió dar a su cabecilla un entierro secreto en un enclave que hoy roza la leyenda. Esta misma nos cuenta que, desviando el río Busento, en su lecho, junto a su caballo y a sus tesoros, los esclavos de este entierran su cadáver para luego ser asesinados. Cuando la empresa ha terminado, se vuelven a encauzar las aguas para que nadie encuentre jamás aquella tumba.

Aunque aquí hay que recuperar a un personaje que hemos dejado antes en stand by. ¿Quién recoge esta leyenda? De nuevo, Jordanes, el mismo historiador que recoge la leyenda sobre la tumba de Atila. Es así que quizá esta historia sea una transposición de la misma historia. De paso, también nos hace pensar que posiblemente una historia contamina a la otra. Pese a todo, siempre se ha dicho que junto a los restos de Alarico se enterró la cifra nada desdeñable de 25 toneladas de oro, 150 de plata, así como todo tipo de joyas y piedras preciosas: el botín, en definitiva, que habrían conseguido en Roma. Un suculento tesoro que se ha intentado hallar en Cosenza alguna que otra vez. La última, en 2015. En esta «búsqueda» remodelaron las orillas del río Busento; se contó con drones, con radares de penetración terrestre y para ello se apoyaron en geofísicos para estudiar el terreno. Así hasta que el Gobierno italiano les paró los pies al año siguiente porque el asunto se iba ya de presupuesto: querían incluso levantar un Museo de Alarico si encontraban algo.
Pero aparte de esto, hay quien sitúa la tumba perdida de Alarico justo en el punto en el que convergen los ríos Busento y Crati, en plena ciudad de Cosenza. Otros sitúan la ubicación a las afueras de la ciudad, donde otra leyenda cuenta que unos ermitaños de la Orden de San Agustín se encontraron con restos de un tesoro. Eso sin olvidar a quienes emplazan el enterramiento y el botín fuera de esta ciudad italiano, decantándose por el pueblo de Bisignano… Hay hipótesis para todos los gustos. Incluso se dice que Himmler estuvo también buscando la tumba y el tesoro de Alarico por estos lares (los nazis que no falten en este tipo de búsquedas). Lo que sí sabemos es que, por ejemplo, Alejandro Dumas habló de la tumba de Alarico. O Giosué Carducchi, uno de los grandes poetas de la Italia del siglo XIX, dedica unos versos a esta leyenda. Además, hoy en día, quien vaya a Cosenza y se interese por esta historia, que sepa que en el punto donde se unen los ríos Busento y Crati, existe un monumento. Una estatua colocada en 2016, creada por el escultor Paolo Grassino, y que representa al rey Alarico y a su caballo. Todo para recordar una tumba perdida, misteriosa o, por lo menos, la leyenda que aún se cuenta sobre ella.

La tumba de Gengis Kan, otro enigma histórico
Un aura de misterio y de leyenda también mece a otra tumba perdida, en este caso la del iniciador de lo que sería el temido Imperio mongol. Gengis Kan fue el fundador e iniciador de un poder que, en la segunda mitad del siglo XIII, con sus sucesores, iría desde Corea hasta las tierras polacas (se dice pronto). O lo que es lo mismo: el imperio contiguo más extenso de toda la Historia. Sin embargo, como ocurre en los anteriores casos, el lugar de descanso eterno del Gran Kan se desconoce por completo. Es más, no se sabe a ciencia cierta cómo murió. Suceso que está envuelto en leyendas: por ejemplo, se ha dicho que murió por de agotamiento; también que falleció por una neumonía cuando volvía de derrotar a la dinastía Tang en el año 1227; o la más poética, que tuvo un enfrentamiento con un oso y perdió la vida tras caer de su caballo, a la sazón animal sagrado de los mongoles.
Es por ello que, de nuevo, disponemos de otra tumba que se antoja como un completo enigma histórico. En este sentido, hay que tener en cuenta un factor primordial: los mongoles no solían marcar el lugar donde se enterraban a los suyos. Así lo hacían por costumbre. Pero lo que está comúnmente aceptado es que una vez que Gengis Kan muere, la comitiva fúnebre que traslada los restos del líder mongol parte del valle del río Amarillo (lo que hoy es China) y va a tener un duro y complicado periplo hasta el monte Burkhan Khaldun. Hablamos de una montaña de 2.500 metros que era sagrada para los mongoles. Una leyenda, que es recogida en la Historia secreta de los mongoles, narra que cuando el iniciador del Imperio mongol vio dicha montaña exclamó: ¡»Qué hermosa vista! Cuando muera, entiérrenme allí». Por tanto, hasta allí llevarían los restos, pasando antes por la ciudad de Jarjorin y, sobre todo, cruzando el desierto del Gobi, uno de los más extremos del planeta. Una vez en el citado monte, los sacerdotes habrían dispuesto todo para el entierro, para posteriormente introducir sus restos en un ataúd de cuatro pisos. Al final, dicha inhumación habría terminado con la muerte de los esclavos que habrían participado en el entierro, así como de aquellos testigos que lo hubieran presenciado. De esta manera, nadie diría la ubicación de la tumba. Aquí, además, cabe resaltar otro detalle importante: quien iba al Burkhan Khaldun era ejecutado, nadie podía perturbar este enclave sagrado bajo ningún concepto. Por tanto, hasta hace poco, concretamente en la década de 1990, no se ha empezado a buscar la tumba de Gengis Khan en estos lares; o lo que es lo mismo, han tenido que pasar siglos para que la concepción de los mongoles cambie a ese respecto. Aun así, todavía, en la actualidad, existe en esta montaña un área que es conocida como Ikh Khorig, el «Gran Tabú«, un territorio de 240 kilómetros cuadrados, custodiado por el pueblo darkhad, que aparte de ser prácticamente inaccesible por sus densos bosques, es un enclave prohibido para los profanos. Los darkhad, tribu histórica conformada por guerreros de élite, fue designada ancestralmente para proteger este recinto. ¿Todo ello para custodiar la tumba de Gengis Kan?

Esto en cuanto a la leyenda más extendida en referencia a la tumba perdida de Gengis Kan, pero hay más relatos sobre este entuerto histórico. Uno de ellos nos dice que no estaría en el monte Burkhan Khaldun, sino en algún punto del valle de Delung Boldog, entre Mongolia y Rusia. Se cuenta que en este lugar nació el líder mongol y, como tal, aquí fue enterrado. Incluso al igual que Alarico y Atila, también se cuenta que se desvió el río que pasa por allí, el río Onon, para depositar su cuerpo en el lecho. Tampoco podía faltar en esta ecuación Marco Polo. El viajero veneciano, que recorrería estas tierras años después de la muerte del Gran Khan, también habló de las tumbas de los emperadores mongoles. Este relató que los grandes reyes descendientes de este personaje eran inhumados en el Altai. E independientemente de dónde murieran, siempre eran conducidos hasta allí en un plazo de 40 días. Una vez depositados allí, se pasaba a cuchillo a todo el que hubiera acompañado al cortejo fúnebre, para que también acompañaran al difunto al Más Allá.
Un misterio que se agranda o se complica si nos situamos en China. En el gigante asiático, concretamente en la Región Autónoma de Mongolia Interior, en el norte del país, hallamos la ciudad de Ordos. En dicha urbe se levanta un templo cuyo nombre no da pistas: el mausoleo de Gengis Kan. Este recinto, levantado y ampliado progresivamente hasta nuestros días, alberga una tumba vacía, así como reliquias que pertenecerían al fundador del Imperio mongol. Entre ellas, destaca el conocido como «Sulede«, un tridente al que se le confieren poderes mágicos, que habría sido el que trajo fortuna al Gran Kan para lograr todas sus hazañas en el campo de batalla. Un enclave al que acuden devotos a rendir culto y realizar ofrendas a este personaje, considerado prácticamente como una divinidad para los mongoles, y que, cómo no, está custodiado por el pueblo darkhad.

Otra historia tiene que ver con la investigación de un tal Golboin, en 1998, que junto a un grupo de buriatos (los buriatos son la etnia más grande de Siberia) se dispuso a buscar la tumba de Gengis Kan en los montes Jamar Dabán, en el sur siberiano. Lo que la expedición de Golboin halló en esas gélidas montañas fue un presunto oovoo, los mojones sagrados para los mongoles y que debido a su tamaño (unos 15 metros de altura) estaba dedicado a alguien importante. Así que según el explorador, este oovoo de Jamar Dabán era un punto en el que los chamanes mongoles adoraban al espíritu del Gran Kan (esto es de su propia cosecha). Y, como tal, su tumba no podría andar muy lejos. Aunque, como queda patente, el lugar de sepelio de este personaje, al igual que todos los nombres anteriores, sigue siendo un enigma. Un misterio de la Historia, el de las tumbas perdidas, que parece lejos de aclararse. Sueños dorados de la Arqueología que, quién sabe, si algún día se harán realidad.