Los misterios y claves ocultas que encierra la iglesia de Wamba

La estatua del rey Wamba, fastuosa e imponente, da la bienvenida en el pueblo que lleva su nombre. A pocos kilómetros de Valladolid, la pequeña localidad de Wamba es una más dentro de esa España rural que se resiste a ser absorbida por el desagüe de los nuevos tiempos. Nuevos tiempos que solo miran al futuro sin pensar en el pasado.

Porque Wamba, en su lucha por sobrevivir a los achaques modernos, sigue reclamando su pasado. Un pasado envuelto de intrigas y coronaciones, de reyes muertos a reyes puestos, de una magia que hace retroceder a tiempos visigodos.

La estatua del rey godo que recibe a todos los que caen por el pueblo recuerda que, en ese mismo lugar, Wamba sustituyó al rey Recesvinto tras toparse con la muerte. El monarca visigodo, aclamado por mejorar las leyes y vilipendiado por su persecución a los judíos, falleció de repente en este enclave sin que nadie lo esperara. Es por ello que, tras conocerse la noticia, se nombrara a Wamba como su sucesor, no sin el rechazo del trono en primera instancia del mismo por su avanzada edad.

Del paso visigodo por Wamba poco queda ya. Solo la iglesia de Santa María, incrustada en medio del pueblo, sirve de testimonio pétreo de una etapa que marcó la Edad Media en la Península. Solo el desciframiento de los misterios y las claves ocultas que esconde este templo pueden ayudar a hacer una idea, muy ligera eso sí, de lo que fue la fascinante Hispania visigoda.

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Fachada de la iglesia de Santa María de Wamba

La misteriosa clave de sol que hay en la entrada a la iglesia

La iglesia de Santa María de Wamba es un claro ejemplo del Románico con tintes mozárabes en España. Su portada, con el arco de medio punto y su tímpano ornamentado, así lo demuestran.  Esos ornamentos son, a cada cual, más extraño: dos misteriosas caras que flanquean la entrada como centinelas, enigmáticos rostros desencajados que parecen gritar algo, criaturas monstruosas que parecen burlarse de quienes las observan…

Pero si hay un adorno en la iglesia de Wamba que es pasado por alto por todo visitante, ese es el de una clave de sol, situada en el dintel, que no debería estar ahí. Más si cabe al tener en cuenta que el templo fue construido en el siglo X y las claves de sol actualmente utilizadas en las partituras musicales datan de 1600. ¿Cómo es posible que en una iglesia medieval se encuentre un símbolo musical que apareció 700 años después? ¿Hay algo en la Historia de los visigodos que no se ha contado?

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Clave de sol grabada en el dintel de la iglesia de Wamba

En realidad, se trata de un añadido realizado no hace mucho tiempo. La clave de sol fue grabada en 1958, cuando se llevó a cabo la restauración de la portada de la iglesia de Wamba, así como otras estancias del templo. Con dicha restauración se pretendía renovar algunos detalles que habían quedado en mal estado debido al paso del tiempo.

El restaurador, al finalizar su obra, tiene derecho a rematar su trabajo con una «firma», es decir, añadir un elemento para dejar su impronta en el trabajo que ha realizado. Así, este decidió incorporar una clave de sol como señal de que había acometido el reacondicionamiento de la iglesia, y de paso, crear interrogantes en las cabezas de los más observadores.

Detalles ocultos: el diablo de la iglesia de Wamba

Una vez en el interior de la iglesia de Santa María, el visitante queda anestesiado por la penumbra que inunda el lugar, solo alterada por dos vanos que se encuentran en sendas capillas laterales. Un luego de luces y sombras que avisa de que el enclave no es como los demás, sino que es un recinto mágico de piedra que intenta conectar con la divinidad.

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Interior de la iglesia de Santa María de Wamba

Dentro de la penumbra es difícil contemplar los detalles que esconde el interior de la iglesia. Parece como si fuera una prueba solo accesible para aquellos ávidos de conocimiento y con sed de adentrarse en los mensajes ocultos que la iglesia tiene. Porque los tiene, y en gran cantidad.

Todo el recinto está plagado de marcas de cantero, de rúbricas en la piedra que recuerdan quiénes levantaron el edificio. Estas firmas con símbolos ininteligibles servían para marcar la cantidad que debían cobrar para por su trabajo; por cada diez piedras que colocaban, marcaban una para luego saldar cuentas.

En segundo lugar, en un lateral de la nave central se puede ver un grabado que recuerda a las representaciones del árbol de la vida. Ese árbol del conocimiento que pone en contacto al cielo y la tierra, importante desde tiempos antiguos y en todas las religiones, y que el cristianismo no tuvo más remedio que asimilar en una suerte de sincretismo religioso.

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Representación del árbol de la vida en un lateral de la iglesia

Pero si hay un detalle que despierta mayor interés entre los pocos que lo alcanzan a divisar, es el diablo de la iglesia de Wamba. Encaramado en lo alto de una de las columnas, se le puede ver haciendo de las suyas entre motivos antropomorfos y vegetales.

El diablo aparece junto a otra figura sujetando una balanza, cuyos platillos contienen dos cabezas que se están pesando. Una de estas cabezas es golpeada de forma incesante por el diablo, que con sus patas zoomorfas no cesa en martillear a uno de los pesos de la balanza.

Se trata de una alegoría clara a la justicia, donde se tiene que medir de forma equitativa y ver quién tiene el poder la razón. Pero los juicios no están exentos de jugarretas y malas pasadas, siempre intentando torpedear la labor de la justicia. Y qué mejor figura que la del diablo para que los que observaran aquella representación pudieran comprender el mensaje pedagógico.

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El diablo, representado en una de las columnas del edificio

¿Está el sepulcro de Recesvinto en la iglesia de Wamba?

La zona de la iglesia de Wamba que pudo ser el claustro, hoy es un patio trasero sin ninguna importancia, pues en él crecen malas hierbas y se acumulan escombros de todo tipo. Podría ser perfectamente desechable de su visita si no fuera porque, en una esquina, tres lápidas de piedra sorprenden a los pocos que se acercan para comprobar qué son. Los que lo hacen, se dan cuenta que se trata de tres tumbas visigodas.

Dos de ellas son más pequeñas y es más que probable que en tiempo pasado albergaran el cuerpo de algún monje del templo. Pero hay una tercera, más grande y con tapadera que provoca las sospechas de que pudo ser el sepulcro de alguien importante. Para los vecinos de Wamba y la ama de llaves que abre y vigila la iglesia, está claro: es el sepulcro del rey Recesvinto.

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Supuesto sepulcro del rey visigodo Recesvinto

Recesvinto murió de forma repentina en este pueblo, cuando descansaba en una villa que tenía en el lugar. Según la encargada de abrir y cerrar la tumba, esta gran tumba de piedra fue la escogida para depositar los restos del monarca visigodo y su tamaño va en consonancia con la importancia que este tuvo durante su reinado.

El rey visigodo estuvo enterrado en Wamba hasta el siglo XIII, cuando son trasladados a la iglesia de Santa Leocadia de Toledo por mandato del Alfonso X el Sabio, junto a los restos del rey Wamba. Ambas tumbas fueron profanadas en el siglo XIX durante la invasión napoleónica, pero posteriormente fueron depositadas en la sacristía de la catedral de Toledo, donde actualmente se encuentran.

Ya no se conserva nada del cuerpo de Recesvinto en la iglesia de Wamba, debido a las constantes mudanzas que ha tenido su féretro durante siglos. Ahora descansa en Toledo, ciudad que enmarcó el esplendor visigodo, pero la gran losa de piedra que gobierna aquel rincón del patio trasero de la iglesia de Wamba, como si de un baluarte se tratara, obliga a pensar que pudo ser el sepulcro de un monarca que dejó su huella imborrable en la Hispania visigoda.

El osario de Wamba: uno de los lugares más siniestros de España

No obstante, la estancia de la iglesia de Wamba que se gana la palmeta se encuentra en un rincón inhóspito del escombroso patio trasero. Allí, no hay una capilla con grandes adornos, ni una sacristía digna de alabar: hay un tétrico osario donde se apilan miles de huesos y calaveras que causan verdadero pavor.

Alumbrado únicamente por la luz que entra por la puerta, el osario de Wamba plantea muchas dudas. ¿Cómo han llegado tantos huesos a este lugar? ¿Sucedió algo trágico en los alrededores de la localidad? ¿A quién pertenecen?

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Osario de la iglesia de Wamba

Bajo el famoso epitafio de «Como te ves yo me vi, como me ves te verás», los huesos y calaveras del osario pertenecen a hombres, mujeres y niños. Podrían proceder de algún camposanto de la zona que fue vaciado por motivos que se desconocen, o también podrían ser los despojos de víctimas de alguna enfermedad que diezmó a la población de aquellas tierras vallisoletanas. Lo que está claro es que la teoría de que pertenecen a los monjes de la iglesia que allí morían no tiene mucha solidez, ya que es imposible que un recinto tan pequeño pudiera tener miles de religiosos.

Los más viejos del lugar recuerda que, cuando eran pequeños, el osario contenía más huesos que llegaban hasta el techo de la sombría sala. Pero la estancia sufrió una pérdida de su «horror vacui» particular cuando el prestigioso doctor Gregorio Marañón se presentó en Wamba.

En 1950, Gregorio Marañón llegó al pueblo con dos grandes camiones ante el asombro de los vecinos.  Su propósito era el de coger huesos y calavera de aquel osario para poder estudiarlos con detenimiento en Madrid. Sus estudios determinaron que los fragmentos allí conservados pertenecían a gentes muy dispares que vivieron entre los siglos XIII y XVIII y que correspondían a hombres, mujeres y niños.

Aun así, tras el paso de Marañón por el osario de Wamba, este cambió por completo. Aquellos camiones jamás devolvieron los huesos y calaveras, y los que todavía seguían en la iglesia de Wamba estaban desparramados y al alcance de cualquiera. También cuentan los más mayores que cogían calaveras que encontraban por los suelos para jugar con ellas, sin saber qué eran realmente. Finalmente, los vecinos fueron los encargados de reordenar la estancia, creando la impronta actual del osario y que se ha hecho merecedor del título de uno de los lugares más tétricos y siniestros que se encuentran en España.

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Foto dentro del osario de la iglesia de Wamba

La leyenda de ‘los dormidos de Pampliega’ y el rey Wamba

Finalmente, hay que viajar al cercano pueblo de Pampliega para seguir los pasos del rey Wamba. Allí, sus vecinos son conocidos popularmente como «los dormidos», debido a una leyenda que tiene como protagonista al soberano visigodo.

Al morir Recesvinto, Wamba es nombrado como nuevo rey de la Hispania visigoda, aunque en un principio él rechazó el cargo al no sentirse con energías para regentarlo. Sin embargo, no tuvo elección y gobernó los designios del reino durante ocho años.

Durante su reinado, Wamba vivió tiempos convulsos, donde las traiciones y rebeliones estaban a la orden del día. Según la leyenda, cuando se encontraba en el pueblo que lleva su nombre, el monarca fue víctima de una traición orquestada por Julián II, arzobispo de Toledo, para arrebatarle el trono.

La conspiración consistió en narcortizar a Wamba, que cayó en un profundo sueño sin él poder hacer nada. Después fue llevado a Pampliega, donde rápidamente lo vistieron de fraile. Y un rey que se vestía con hábitos religiosos, según la tradición visigoda, quedaba depuesto de su cargo. Finalmente, el rey Wamba tuvo que dejar la corona, fue sucedido por Ervigio y los habitantes de Pampliega donde tuvo lugar la traición empezaron a ser llamados como «los dormidos».

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Estatua del rey Wamba, en la entrada del pueblo que lleva su nombre

Otra versión de la leyenda sobre «los dormidos de Pampliega» se encuentra en tiempos posteriores. El rey Wamba, tras renunciar al trono, se retiró al monasterio de San Vicente de Pampliega (hoy desaparecido). Aquí falleció y en él fue enterrado, hasta que Alfonso X el Sabio decidió llevar sus restos a Toledo.  Cuenta la tradición que el pueblo de Pampliega se opuso a que el féretro de Wamba abandonara la localidad, pero Alfonso X usó una artimaña que surtió efecto.

Una noche, cuando todos los vecinos dormían, el soberano convenció a los monjes del monasterio para abrir el sepulcro de Wamba y llevarlo a Toledo. Así, en el silencio de la noche, Alfonso X el Sabio consiguió su plan sin que nadie levantara la voz de alarma. Al día siguiente, los habitantes de Pampliega se dieron cuenta que el enterramiento del monarca visigodo había desaparecido porque ellos se habían quedado «dormidos».

Sea cual sea el origen de «los dormidos de Pampliega», queda claro que aún la esencia del rey Wamba campa a sus anchas por estas tierras vallisoletanas, aunque tenga que ser a través de viejas historias o por medio de claves enigmáticas. Claves que han quedado enclavadas en un templo de piedra a pocos kilómetros de Valladolid y que conservan el halo de la Hispania visigoda para la posteridad.